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Sin letra


 

El himno de Francia llama a las armas a sus compatriotas. El himno de Italia habla del yelmo de Escipión. Hasta el himno provinciano de Cataluña celebra un buen golpe de hoz (son segadores) y se ufana de tener bien afiladas las herramientas. El himno de España no dice nada para no molestar, debe de ser. Yo tengo la sensación de haberme pasado la vida yendo de puntillas para no despertar a nadie a mi alrededor. Cerrando las puertas muy despacio y hablando en voz baja. A mí me gustaría cantar: “Formad vuestros batallones…” o “Hermanos de España, España despierta…”, mientras un paisano, a mi lado, me rodea con su brazo, y yo a él. Es una envidia antigua. De cuando niño. Siempre he querido cantar mi himno. Algunos dicen que somos especiales pero yo pienso que, en esto, somos inferiores. Es ese silencio tan incómodo del himno español donde uno piensa en cualquier cosa menos en lo que toca, que es no pensar sino sentir, a no ser que se concentre fuerte, muy fuerte para soñar como hacían en una película de niños que no recuerdo. El efecto de un himno sin letra debe de ser inversamente proporcional al del Ka Mate de los All Blacks. Con un himno sin letra, o peor, con unos ciudadanos sin letra, son ellos (somos nosotros) los que parecen lesionados, adormecidos por el desánimo. Casi derrotados antes de empezar a jugar. Hay algunos como Pablo Iglesias a los que el himno sin letra les parece una charanga; imagino que con ella podría parecerles un orfeón. Yo he visto a Francia en estos días atestada de orfeones espontáneos. En el estadio, en su Parlamento. Los lobos, los hombres lobo, los demonios de la noche les acechan, nos acechan, y los franceses cantan para imbuirse de valor. Qué especiales somos los españoles, y qué inferiores sin una letra vieja que nos una en los malos momentos. Este mundo nuestro en guerra, toda Europa, su mismo ser, atacada, y no sólo nos encuentra el enemigo divagando sobre las causas, ¡aún!, sino sin letra en el himno. Quizá debiéramos haber divagado (pensado, mejor) antes porque parece tarde para hacerlo ahora. Incluso la culpa (mucho después de aquella crueldad sin culpa de los yuppies capitalistas de Bret Easton Ellis), la de los homenajeantes de Raqqa en Córdoba, la de Podemos, perdió el tren (en silencio, claro) puede que al mismo tiempo que el orgullo patriótico que empieza, se lo leí a Unamuno, en uno mismo.

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