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Mientras tantoSólo yo sé que vivió

Sólo yo sé que vivió

La historia no tiene libreto    el blog de Joseba Louzao

Estudié en Vitoria durante cuatro años y, como consecuencia
de la irracional descoordinación entre las asignaturas optativas y los horarios
impuestos, podía pasarme todo el día en la ciudad para cursar solamente dos
clases, una a primera hora de la mañana y la siguiente a última de la tarde.
Así que gasté largas horas en la biblioteca yrecorriendo las calles de la
ciudad, cuando mis ojos necesitaban un descanso. Uno de aquellos días perdidos
de un frío invierno me encontré por vez primera con Manuel en una plaza del
centro. Era un mulato que siempre vestía, hiciese frío o calor, con el mismo
jersey de lana azul raído.

 

Desde el primer momento, me llamó la atención su extraña
costumbre de ir abandonando, escondidos en cualquier esquina, algunos papeles
doblados. Entonces no comprendí la razón de su comportamiento y lo dejé pasar.
Sin embargo, encuentro tras encuentro, la curiosidad fue acrecentándose hasta
que decidí seguirle y recoger uno de aquellos recortes. Era un poema de Vicente
Huidobro (“Que el verso sea como una llave/ que abra mil puertas…”), que fue el
inicio de una búsqueda incesante por cualquier rincón. Contenían un poema o
algunos versos sueltos escritos con un fino rotulador negro que construían un
canon poético particular. Encontré docenas en los parques y en la estación de
autobuses, donde además aprendí que siempre hay alguien esperando sin saber muy
bien a quién.

 

Con el tiempo no pude resistir la tentación y me acerqué a
Manuel. Supe que había nacido en La Habana, Cuba – siempre hablaba de ella y
después de cada La Habana, introducía ese Cuba, sonoro y exótico. Hablamos poco
ese día, y mucho menos después. Se expresaba, y así me lo hizo saber, a través
de los versos. Aún así conseguí conocer el motivo último de su comportamiento:
¡pretendía hacer la revolución!, según me confesó medio zumbón. Pensé que me
tomaba el pelo, mientras reía socarronamente y repetía constantemente: “toda
revolución comienza con un poema, ¡un poema!”. Pero se sinceró y me reconoció
su sueño más íntimo:

-Imagínate, La Habana – aquí no apostilló Cuba-, cada rincón
de mi pequeña isla llena de poemas y de versos. Todos sabrían que iban
dirigidos contra el tirano. Él; que ha querido denunciar al amor como
contrarrevolucionario…

 

Nunca me contó su historia y ése fue el único día que habló
de Fidel Castro. El amor era contrarrevolucionario… Detrás de aquella frase
entrecortada se encontraba su biografía. Lejos de su patria, dejaba su
testamento vital en unas hojas de diferentes colores.

 

Por desgracia no le volví a ver durante un tiempo, los
exámenes y el verano se interpusieron. A la vuelta de vacaciones le intenté
buscar por calles y plazas para ofrecerle una página en blanco y un rotulador.
No hubo suerte y una tarde en la estación se me acercó un anciano para contarme
que aquel negro loco que dejaba papeles por allí se había suicidado. No supe
reaccionar, no quise aceptarlo hasta que un día descubrí, entre las hojas de
Manuel, un poema de Ungaretti dedicado su amigo Mohamed Sceab. Comenzaba así:
“Se llamaba/ Mohamed Sceab/ suicida porque/ no tenía patria”. Manuel tampoco
tenía patria. La había perdido y ni siquiera la podía recuperar a partir de los
poemas de Martí.

 

*

 

Algún día iré a La Habana y dejaré un poema en el Malecón,
hermano. El amor es contrarrevolucionario y el mundo continúa al revés. Me
gustaría saber cuál fue el último poema que transcribió. Yo sólo puedo concluir
esta semblanza con el desconsuelo de Ungaretti en memoria de su amigo Mohamed:
“me parece que sólo yo/ sé que vivió”.

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