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Mientras tantoThe time is now

The time is now


 

Se ha visto una foto de Pablo Iglesias en Wall Street donde parece que hubieran desalojado toda Nueva York para su visita. Igual era esa la intención del protagonista, que no escatima en detalles estéticos. Uno ha leído un artículo de @Suanzes en el que cuenta su experiencia personal con el entonces profesor, hoy líder político, donde se le muestra como un profesional competente dentro de una Facultad con el nivel académico de su imagen (en este caso el hábito haría a la congregación), y con un funcionamiento interno que merecería una serie de novelas de Tom Sharpe sin el pedigrí de Oxford. De ser así, habría en España un rey tuerto, otro más, enfilado a la Moncloa, a cuyos votantes convencidos nada les importa lo que esconde o lo que no, ni lo que se ha dejado a un lado, ni siquiera lo que habría que hacer una vez asimilado al fin el mensaje de que lo que hay no es bueno y urge cambiarlo cueste lo que cueste por él. Precisamente el gran éxito de Pablo quizá sea anunciar que ese precio no existe, que se puede (Podemos) romper las reglas del juego y jugar al fútbol incluso sin pelota, lo cual puede resultar utópico y como tal emocionante sólo de imaginar a tantos aficionados sin aptitudes futbolísticas que de este modo podrían convertirse en estrellas igual que en la política. Esa llamada, y su respuesta, tiene aromas davidianos. Una promesa de vida mejor a la que da la impresión que los fieles acuden no para resolver sus problemas sino para dejarlos atrás, como abandonarlo todo para embarcarse en el proyecto de un burlador desconocido, un galán del pueblo recién llegado, y comprarle unas preferentes morales con expectativas mágicas ocultas en la maraña de letreros en rojo y azul como los del cuerpo de José Arcadio Buendía. De tanto señalar, Pablo Iglesias ha acabado esculpiéndose (ya es una efigie clásica de mármol con la mirada en el horizonte como los césares) en un broker dialéctico, un tiburón de la demagogia en Wall Street quien, una vez superado el tiempo de la prédica podría no tener más remedio que enrocarse como sus mitos en una idea, quien sabe si provisto de chándales, enemigos de la patria, pajaritos y muertos, que le diga al mundo (The time is now, se leía en el atril del local de Queens  que parecía la carpa del pastor de True Detective, como si fuera el luchador de Wrestling John Cena) que ahí hay una revolución que el mundo tiene que imaginar si no la sueña, y muchos ya lo están haciendo, con los ojos en blanco.

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