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Tú y yo


 

Hay una película, Love Actually, que comienza (o termina, o ambas, no recuerdo bien) con imágenes reales de reencuentros en el aeropuerto. Gente que llega y gente que la espera. A Otegui lo esperaban los suyos a la puerta de la cárcel de Logroño. Es hermoso ver a gente que quiere reencontrarse, imagínese si se habla de un «hombre de paz». Es el amor. Los batasunos también se aman. Cualquiera de esas personas anónimas que salían en Love Actually podrían haber sido batasunos, etarras de toda la vida. A la puerta de la cárcel de Logroño lo esperaba Anna Gabriel, batasuna afincada en Cataluña. Pero el amor no conoce fronteras. La imagino corriendo con una sonrisa esplendorosa hacia Arnaldo, que suelta su equipaje para fundirse con ella en un abrazo profundo. Pero ese abrazo no es nada comparable al que le ha dado (muchas veces, pero hoy en particular, día de debate, más bien de discurso, de investidura, un día señero, un día ikurriño) Pablo Iglesias en Twitter: «La libertad de Otegi es una buena noticia para los demócratas. Nadie debería ir a la cárcel por sus ideas». Esto es verdadero amor. La pena es que Pablo no tiene para todos, pero así es. Yo no siento el mismo amor por mi mujer que por mi compañero de trabajo, como Pablo no siente el mismo amor por Otegui que por Leopoldo López, o por un asesinado, o secuestrado y sus familias por un batasuno como Otegui. Debe de haber cinco millones de personas que hoy asisten a ese romance con una caja de pañuelos sobre las rodillas, contemplando arrobados la historia de amor entre Otegui e Iglesias, esos ‘Tú y yo’ que no son Cary Grant y Deborah Kerr. El amor no se puede escoger, pero lo que sí puede la gente, la misma que ríe y llora al reencontrarse con su marido o mujer, con su padre o su madre o con el amigo, es votar por este amor o por el otro.

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