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Varykino


 

«La sonrisa de un país» era un lema sencillo, cortina de un embrollo que parece ser que pretendían resolver después del sorpasso. Menos mal que éste no se ha dado, no porque no pudiera darse un buen gobierno: ahí se tiene el histórico municipalismo madrileño de Carmena, o el barcelonés de Colau, sino porque ahora estaríamos tratando de resolver los problemas de convivencia con el cuñado dejando para más tarde, por ejemplo, la formación de gobierno. La jerigonza electoral de Unidos Podemos se les ha rebelado entre confluencias que han hecho de Juego de Tronos, su elevada inspiración (una inspiración para todos los públicos), un sencillo y plácido Viaje a la Alcarria. Juego de Tronos, el manual político de Pablo Iglesias, es Cela echándose la siesta bajo un árbol de camino a Brihuega en comparación al bullicio podemita. Normal que Pablo se acojone con toda la familia hablando, toda la familia gritando, sobre todo cuando además toca reinventarse o empezar a morir lentamente. El podemismo básicamente se enreda en los chismes que envuelve con su lenguaje de politólogos (esos ojos de Ka) mientras se pone romántico en las cuestiones capitales, que diría Rajoy. A Pablo le gustan mucho los partisanos y nada el ejército regular, que es similar a gustarle a uno mucho los amaneceres y no gustarle nada trabajar. Poetas que no escriben. Uno puede hacer de esto una campaña pero difícilmente un modo de gobierno que no sea el promulgado en La Tuerka. Yo a partir de ahora voy a fijarme mucho más en los lemas, en cuanto a que los mensajes descaradamente límpidos oculten o traten de ocultar un jardín laberíntico como el de El Resplandor, donde podría ser Pablo Iglesias el que le persigue a uno con un hacha para pedirle el voto o lo que es peor: para gobernarle. Llevan a cuestas esa terminología que constituye en sí (y para sí), en realidad, un problema. Porque uno no puede sonreír al oír hablar, por ejemplo, de «heteropatriarcado». Yo pienso en heteropatriarcado, que no sé lo que es, y me acojono como Pablo a las primeras de cambio. Un heteropatriarcado o algo parecido se le debe de poder caer a uno encima (o comerle vivo), por lo menos, y hacerle polvo por jugar sin cuidado a los soviets, que es lo que hacen los concejales de Carmena en Madrid. A mí esos jurados vecinales que proponen (sería estupendo que hiciesen las vistas en la piscina y en el día sin bañador), no sé por qué, me suenan a volver a casa después de un viaje y encontrarme allí a un par de comisarios camaradas (con la enorme sonrisa de un país en la cara) que han puesto a disposición del pueblo mi casa como la del Doctor Zhivago. Y a ver luego a estas alturas cómo llega uno a Varykino.

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