Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Frontera DigitalVenecia me recuerda Estambul

Venecia me recuerda Estambul

Venezia mi ricorda istintivamente Istanbul/Stessi palazzi, addosso al mare./Rossi tramonti che si perdono nel nulla. Estos versos del poeta Franco Battiato, que cualquiera que conozca un poco las dos ciudades suscribiría sin dudarlo, podrían haber servido de inspiración o latido inicial para Donald M. Nicol, historiador británico que se encerró en la Biblioteca Marciana (por San Marcos, no por Marte, el planeta o el dios de la guerra) de Venecia para leer miles de documentos originales y escribir su Byzantium and Constantinople: a study in diplomatical and cultural relations, libro que rechifla a una gran amiga bizantinista (i.e. experta en Bizancio, no en discusiones bizantinas. Que también).

Venecia nació como un esqueje de Bizancio, o mejor sería decir Constantinopla, pues Bizancio es una convención de historiadores que no designa ni a la ciudad fundada por Constantino ni al imperio bizantino. Huyendo de las invasiones bárbaras, refugiados del continente se agruparon en la isla de Torcello, en la laguna veneciana. Los primeros pasos de Venecia, cuando el último baluarte de la legitimidad imperial se hallaba en el exarcado de Rávena, fueron dados a la sombra de la ciudad del Bósforo. Las relaciones entre ambas ciudades, al principio con la condescendencia y celos propios de algunas relaciones materno-filiales, bascularon durante los primeros siglos a favor de Constantinopla, pero a partir del siglo XI Venecia comenzó a configurarse como un imperio talasocrático con una pronunciada vocación oriental, que comenzó a mirar de igual a igual a su antigua nodriza.

En el año 1204 la relación entre ambas ciudades saltó por los aires con el saqueo de Constantinopla por los participantes en la IV Cruzada, convencidos por Venecia para cambiar radicalmente de rumbo y dirigir a aquella nueva invasión de los bárbaros (como diría en alguna ocasión Steven Runciman con la ironía que le caracterizaba) hacia su objeto primordial de deseo: la ciudad del Bósforo, a la que los venecianos conocían  y admiraban y envidiaban desde hacía mucho tiempo. La herida fue tan profunda que incluso llega hasta hoy día el recuerdo de aquella vesania. Recientemente, el Patriarca de Constantinopla, Bartholomaios I aceptó las disculpas que en nombre de la cristiandad occidental pronunciara el Pontífice romano Juan Pablo II.

El artífice de la conquista de Constantinopla y del imperio bizantino fue el Dux de Venecia, la gran República patricia, Enrico Dandolo, un astuto anciano (ciego, para más señas y más inri) que convenció a los participantes en la IV Cruzada de sustituir los Santos Lugares por la ciudad del Bósforo. No contento con ello, intentó que el Senado de la ciudad trasladase Venecia (sus instituciones, su población) a Constantinopla. No era una elección descabellada. Venecia era endémicamente asolada por la peste y el cólera debido a su insalubridad ambiental; Constantinopla, por el contrario, gozaba de una posición privilegiada: un viento procedente de los Dardanelos y el Mar de Mármara purificaba el ambiente y la corriente del Mar Negro a través del Bósforo constituía el mejor de los desagües posibles para toda la inmundicia que podía producir una gran ciudad. Pero una propuesta tan visionaria no fue aceptada. ¿Se pueden imaginar cómo hubiera sido la historia del Mediterráneo de haberse llevado a cabo el sueño de Dandolo?

La fortuna de Venecia, quien se quedó con la parte del león del imperio bizantino, fue la decadencia y ruina para Constantinopla, privada de su independencia y, cuando por fin pudo recuperarla precariamente, de la mayor parte de su imperio. Los turcos otomanos le dieron en 1453 la puntilla y Venecia comenzó a medirse con un nuevo avatar de Constantinopla, oficialmente Konstantiniye para los turcos, quienes la llamarían popularmente Istanbul, del griego eis ten polin, «en la ciudad» o «a la ciudad», pues para griegos y turcos sólo existía una ciudad, la ciudad por antonomasia, la manzana roja (kizil elma) de los otomanos. Pero esta, aunque también en el Bósforo, es otra historia. Volveremos otro día para contarla.

Más del autor