A mí me encantan esas madres que lo son más que ninguna. Será porque yo me siento más padre que ninguno. Yo soy el Padre y los demás no llegan. Ellos se creen padres, ¡ay!, y no tienen ni idea. Si ellos supieran se quedarían boquiabiertos. Pero nunca lo sabrán porque sólo lo sé yo. Bueno, yo y Bescansa...
Viva la gente
A mí me encantan esas madres que lo son más que ninguna. Será porque yo me siento más padre que ninguno. Yo soy el Padre y los demás no llegan. Ellos se creen padres, ¡ay!, y no tienen ni idea. Si ellos supieran se quedarían boquiabiertos. Pero nunca lo sabrán porque sólo lo sé yo. Bueno, yo y Bescansa. Su niño congresista (hubo quien le votó para presidente de la Cámara) es la metáfora perfecta del sentir (la consigna) podemita: ellos y sólo ellos son los padres.
Yo vi a Rajoy desde su escaño mirar al pasar al diputado con rastas (parece que está en el Parlamento por ellas, ocupando ese hueco que quedaba como en el arca de Noé, donde había que meter una especie de cada) como aquellos abuelos de los ochenta se paraban a mirar de arriba a abajo a los punkis por la calle, sin darse cuenta que estaba contemplando a un auténtico padre, un padre de todos y de todas y de todo.
Esto es la Movida, la gente. El Congreso ayer era como la Gran Vía (que pongan un Starbucks o algo) y también un coliseo improvisado en cuya arena echaron a los de Esquerra igual que a cristianos, mártires cautivos. Había allí abajo un muestrario de permanentes entre las que destacaba por su lustre la de Tardá, quien levantaba la vista hacia el graderío, primero impresionado y luego retador como si estuviera a punto de decirles a sus compañeras, asustadas por si les salía alguna fiera por los lados, que estuviesen todas tranquilas pues él había mandado legiones en Vindobona.
Fernández Díaz, que debía de estar cabreado hasta con Marcelo, parecía el director de un colegio el primer día después del verano, con todos los niños descontrolados saludándose, golpeándose, riendo nerviosos, excitados más bien y como si con aquello de la presentación hubiesen decidido aparecer con las bambas vacacionales y no con los Gorila para no darle un portazo al verano. Daba la impresión de que el ministro del Interior no es consciente de que las bambas ya son de uso diario entre la gente (como aquella levita alemana de la que hablaba Camba en los años treinta), y de que la gente al fin, por si alguien no se había enterado, ha llegado al Congreso.
Yo pensaba que la gente de verdad, no los cyborgs que había hasta ahora (y yo que pensaba que también eran gente), podía ocupar escaños. Y miren ahora. Debió de dar gusto estar allí y oír latir por primera vez corazones humanos: la gente («viva la gente, la hay donde quiera que vas…», podrán tararear con felicidad a partir de ahora los diputados), los niños, el lenguaje para sordos, el puño en alto, las bicis europeas (que están muy bien para llegar a las Cortes pero no tanto para subir las cuestas españolas), las lágrimas «que son de valientes» se escuchaba en medio de la performance morada que arrambló con todo, esa Fura dels Baus pasando por encima de la actuación de Mocedades, que es lo que a su lado pareció el resto del hemiciclo.