Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoY que mayo nos salve

Y que mayo nos salve


 

Todo empieza otra vez en casa, encerrados como eremitas, con poca luz, ajenos a la vida luminosa de afuera durante días, creyendo acaso y como los ascetas que las sombras de la noche sanarán nuestras heridas. Eso o el cine, única alternativa romántica, la promesa sobre lo que nos depara un mañana que nunca existe. Nos metemos pronto en la cama, santuario de los vivos, y apagamos la lamparilla, a oscuras con el silencio. Que pase pronto la noche oscura del alma, rezamos apretándonos a las sábanas. El alma también se resiente con la salud a cuestas. ¿Cuándo empezó todo? Allá por enero. Hemos perdido hasta la cuenta.

Enero, enero. Enero ya queda muy lejos, allá por los catarros del invierno. Uno no terminaba de recuperarse del todo cuando ya otro estaba silenciosamente incubándose en los raizales de nuestras entrañas. Qué desesperación. No había tregua ni horizonte. Era como estar condenados al eterno retorno de un mal sueño. Me alivia pensar que no fui el único, que fuimos muchos los colonizados por estos virus que se apegan al cuerpo con un celo humano de malquerencia.

Aún no me creo que esté hablando en pasado. Me parece una osadía.

Pero es mayo, y mayo todavía es la esperanza de salvar el año, la fe amarilla en que todo no puede ir ya sino a mejor. Mayo nos prueba a tomarnos la vida de otra manera, con sus bellos herbolarios que huelen a monte infusionado y a chaparrón hortelano, con su jengibre y sus matas de oriente, los tés chai, roiboos y sémolas de chía. Mayo trae lluvias y probióticos, propóleos y miel cruda de abeja, jalea real y un Papa nuevo. En mayo, hemos probado pócimas exóticas como el aceite de Ravintsara, que mata todo bicho malviviente, igual que el alacranazo mexicano, un brebaje amargo que se bebe como un lingotazo de barra de bar bien temprano en la mañana. En mayo, hemos vuelto a colgar las bufandas del siglo pasado y a cortar el césped del amor imposible, otra vez, para que todo vuelva a ser campo yermo de sueño, celo de literatura, cortapisa del corazón.

Qué temprano madruga mayo.

La calle de mayo tiene algo de senda recién llovida. Y abrimos nuestras cicatrices al viento que pasa, como buscando en el aliento de la mañana la escarcha que purifica y lava. No habrá llanto, ni luto, ni dolor en mayo. Ni fiebre, ni mal dormir, ni tragar con dolor, como cuchillos que pasan por la garganta. Mayo nos estrena la vida, nos orea en una terraza blanca con vistas al verano y junto al resto de hombres tendidos que deja secar sus lágrimas. Mayo nos da el consuelo de un sabor de níspero mañanero, de tajada de sandía recién cortada con aquella navaja de madera de nogal. Ese latido fresco de la vida perenne de mayo.

Pero no hay que confiarse, pues por mayo desfilan también todos los estornudos de la primavera, como quien oye disparos que le atraviesan. Y volvemos al miedo. Miedo a secuestrarnos bajo las colchas de franela y abrasarnos con nuestra propia calentura. Miedo a desconchar los mismos vinos de la miseria, jarabes y tubos de aspirinas, amargos sabores con apariencia de ron, y sentir el hambre en el peso de los ojos, que se olvidan del oro y del plateresco que dejamos atrás en la vida verde y blanca de la isla.

Oh mayo, líbranos de caer de nuevo en las galaxias del delirio, en las pesadillas del sudor febril, y danos por fin el pan integral de semillas, o de masa madre, o de centeno, para que nos hagas gozar por fin de todos y cada uno de tus días. Que así sea.

Más del autor

-publicidad-spot_img