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Mientras tantoÁngel Guinda: vivir para escribir y viceversa

Ángel Guinda: vivir para escribir y viceversa


En el Ateneo de Barcelona. De izquierda a derecha José Corredor-Matheos, yo, Ángel Guinda, Agustín Porras y PIlar Gómez Bedate

Al poeta Ángel Guinda (Zaragoza, 1948-Madrid, 2022) no le agradó mucho que su gran amigo el también poeta Ángel Crespo lo calificase de poeta maldito, desde el propio título del artículo “Ángel Guinda, poeta maldito”, publicado en la Revista de Poesia e Crítica de Brasilia en 1984. La reacción negativa de Ángel Guinda  quizá se debió porque el poeta maño pensó que maldito, en una suerte de irracionalismo, se oponía tajantemente a vital, su verdadera orientación. En un momento de su vida, adquirió hábitos muy propios del malditismo, como alcoholismo, tabaquismo, drogadicción, poco dormir, actuar en contra de la moral convencional. En su texto, Crespo aventura algo de esto y sabe discernir la posición definitiva en una permanente postura poética: “Ángel Guinda, fiel al consejo de Rimbaud, que para él ha venido siendo un mandamiento, ha sabido embriagarse de alcohol, de droga, de sexo y de poesía, sin renunciar por ello a sus acentos proféticos anunciadores de una salvadora avidez vital. Poeta maldito, profeta maldito.” A su vez, Ángel Crespo remarca su “condición de condenado, es decir, de maldito, de quien se entrega sin concesiones a una tarea radicalmente poética.”

Se acaba de publicar el libro Las claves de lo oscuro. Biografía de Ángel Guinda, de J. Benito Fernández (imposible saber qué nombre se deriva de esa jota mayúscula inicial). El biógrafo está muy avezado en la materia, pues antes de esta entrega ya había analizado, en destacadas publicacones, importantes figuras literarias: Leopoldo María Panero, Eduardo Haro Ibars, André Gide, Roland Barthes, Rafael Sánchez Ferlosio y Juan Benet. El volumen está espléndidamente editado por la editorial zaragozana Olifante, al cuidado, desde hace décadas, de Trinidad Ruiz Marcellán, primera mujer, de las cuatro con las que se casó, de Ángel Guinda. La tipografía del libro, muy bella en su elección de la letra y muy cómoda para leer, está ubicada en una caja muy holgada, ideal para manejar el tomo. Posee unos subsidios muy útiles: Índice onomástico, que hace subir las ventas; bibliografía, activa y pasiva, de Guinda, cronología y una suculenta galería fotográfica.

Ya en la nota introductoria que precede a los prolíficos capítulos sobre el existir, mayormente ajetreado, del poeta, el biógrafo marca la clave de toda su escritura poética: “Si le leemos, no le dejaremos morir, porque él escribió para no morir. Y el lector vive lo que lee.” Éstas son sus verdaderas claves, el poderoso lema de su trayectoria: escribir para vivir, para no morir; él aconsejaba asimismo al camarada solidario: Si no puedes vivir, al menos escribe. Escritura efectiva, que viene a constituirse, sin asomo de duda (y el caso de Ángel Guinda es un máximo ejemplo), como sinónimo de vida.

Benito Fernández refiere su vida paso a paso. Él nace haciendo morir a su madre, Angelines Casales, en el parto. Daniel Gascón, hijo del también periodista e íntimo de Guinda Antón Castro, escribe, en un obituario, que Guinda “era un gran poeta de la muerte. Nací matando, decía. Pero también era un poeta de la vitalidad: de las bromas, de los juegos de palabras, de la complicidad y el amor.” Benito Fernández da cuenta también, en su prolija obra, de la desdichada infancia de Angelito. Su padre se casó con una sirvienta de la familia, quien estaba celosa del niño y de la primera mujer de Félix Guinda, porque él llevaba una foto de ella en la cartera; actuando, consecuentemente, con malos modos hacia su hijastro.

Guinda utiliza el seudónimo de Santángel para publicar por primera vez, en el diario Amanecer de Zaragoza, el 13 de marzo de 1966, con foto suya incluida, un poema que se titula “Ella”, dedicado a un amor pasajero, manejando una osada imagen y una vistosa rima: “Ella es la estrella más bella / que baila y brilla amarilla / guiándome con su estela / proyectada en mi mejilla.”  A los pocos días, vuelve a publicar otro poema en el mismo periódico. Esas primeras tentativas se las muestra a su profesora Carmen Sender, hermana del afamado novelista Ramón J. Sender, quien le aconseja vivamente que comience a leer a los poetas de la Generación del 27, a los de la del 50, a los postistas y también a los modernistas.

En ese tiempo se ennovia con Trinidad Ruiz Marcellán, que habría de ser su primera esposa, a quien dedica el poema “Te quiero”: “Las gotas pluviáticas del agua / nos ofrecen su amor junto a la orilla / de la fuente que oyó nuestra promesa.” El matrimonio con Trinidad no duró mucho. Se separaron pero quedaron como absolutos y muy entrañables amigos. Tal era así, que cuando Ángel se casaba de nuevo, en su segundo, tercer y cuarto matrimonio, prácticamente lo primero que hacía era presentar a Trinidad a su nueva mujer. Trinidad Ruiz Marcellán creó la editorial Olifante, a la que ya le queda poco para cumplir su medio siglo de existencia. Los amigos lo comentábamos como un cuchicheo, algo que nos refería Ángel Guinda al parecer en confidencia, diciendo que había sido muy infiel a Trinidad, pero que, por el contrario guardaba una absoluta fidelidad a la editorial Olifante, habiendo firmado un papel para publicar toda su producción en esas ediciones mañas. Esto se dice en la biografía. Sin embargo, sin este compromiso, él hubiese podido publicar en grandes editoriales poéticas españolas, y ser más famoso de lo que fue. Como también se proclama en este libro otra cosa que nosotros hemos tomado como una declaración extravagante de Trinidad Ruiz Marcellán, cuando alegaba que ella era viuda porque se casó por la Iglesia y los restantes matrimonios fueron por lo civil. Pero el propio Ángel dijo que a su muerte iba a dejar dos viudas: una por lo católico y la otra por el juzgado. Hecho que en esta biografía también se consigna.

Guinda se casó cuatro veces. Pero se podía haber casado diez y ocho o, mejor, no casarse nunca. Era enamoradizo. Normalmente se enamoraba de las amigas de la esposa. Y en todo momento el fin era casarse. Al cabo de poco tiempo, se dejaba tentar por las relaciones extraconyugales. Yo no he conocido a su segunda y tercera esposas, sólo a la última y a Trinidad, que publicó en Olifante una traducción mía de poemas del brasileño Lêdo Ivo, y a partir de ahí mi trato con ella ha sido muy frecuente. Me ha invitado al Festival de Poesía Moncayo en varias ocasiones y otros eventos. Yo pensaba que con Raquel Arroyo, su viuda, el amigo Guinda había calmado sus deseos y evitado sus continuos galanteos. Pero no fue así. Con Raquel estuvo a punto de divorciarse en más de una intentona. Cuando adquirió su cáncer de pulmón (era un fumador empedernido, hasta el punto de que sus lecturas poéticas las interrumpía para salir a fumar a la calle), definitivamente se tranquilizó. Recuerdo cuando él murió, en su funeral, cómo Raquel se abrazaba al ataúd besándolo efusivamente. Ella estaba, a pesar de todo, profundamente enamorada de este galán rebajote al que la gente confundía con Alfredo Landa y con Hitchcock. El problema de su deseo sexual desmesurado yo pienso que tiene mucho que ver con el hecho de que su madre murió en el parto al nacer él. Se enamoraba de la mujer, como, idealmente, de su madre muerta, y la mujer pasaba, en un momento dado, a ser una madre convencional. Hay un dato significativo  que se puede comprobar en dos páginas de la biografía, las que muestran a la madre de Ángel Guinda, una mujer que guarda un gran parecido con Raquel Arroyo. Los freudianos sabrán.

El compromiso antifranquista de Ángel Guinda siempre fue decidido. Comienza a militar en el Partido Comunista de España a raíz de la ejecución a garrote vil del anarquista Salvador Puig Antich el 2 de marzo de 1974. Aunque al dictador le faltase poco tiempo de vida, siempre mostró mucha crueldad. “¡Ofrecedme absoluta identidad! No me ofrezcáis más ropa: estoy vestido. No me ofrezcáis más pisos: tengo techo. No me ofrezcáis paquetes financieros: aborrezco la Banca. No me ofrezcáis productos de alta gama: no me insultéis con lujo y zafiedad. Ofrecedme medidas solidarias con quienes tienen menos que nosotros. Ofrecedme alimentos para el alma: un gong de paz, una camelia, un corpúsculo. ¡Ofrecedme cambiar la realidad!”. En el 77 compone unos versos dedicados al general Augusto Pinochet, que salieron publicados en el semanario Aragón 2000: “Pinochet, pedo de trueno, / matón del pueblo chileno. / Valiente bufón de USA / con la pistola en la blusa. / Gigante de los escombros  / con la sangre hasta los hombros. / Cuando te masturbas echas / ríos de pólvora y mechas. / Cuando estornudas salpicas / mocos que luego masticas. / Fracasado de torero, / cloaca del mundo entero, / la mierda no es negociable / por más que asuste tu sable. / Pinochet, pedo de trueno, / matón del pueblo chileno.” Dura fue la reacción de parte de los lectores del periódico semanal, enviando aluvión de cartas en contra de esos versos. Guinda entonces era maestro en Luesia; hubo denuncias en el Ministerio de Educación para incapacitarlo de seguir ejerciendo su profesión. El semanal pone a disposición sus locales para debatir sobre el poema. La Triple A, grupo terrorista de extrema derecha, amenaza con atentar si esas reuniones se celebran.

Ángel Guinda le dio al alcohol y a las drogas de una manera abusiva. Contra el alcohol lanza un justo anatema: “El alcohol es, para mí, un ser querido que me quiere mal.” Sorprende, a los que siempre creímos en un Guinda machote de pelo en pecho, que durante sus años jóvenes se entregara a experiencias homosexuales. Por conocer. Por no perderse nada de la actitud vital que le embargaba. Actitud vital equivalente a su incansable oficio poético. No cesó de escribir, de verter su vida en la escritura. Algunos de sus poemas han sido puestos en música por cantantes de la celebridad de Rosa León o José Antonio Labordeta. A su vez, junto con otros autores, él pone letra al himno de Aragón sobre música de Antón García Abril. Fue Premio de las Letras Aragonesas. Una rotonda zaragozana lleva su nombre.

Yo entre Manuel Martínez-Forega, izquierda, y Ángel Guinda. Foto: Rosario Quevedo

En sus últimos años sus intervenciones literarias, las presentaciones de sus muchos libros y de muchos libros ajenos, son frecuentísimas, yendo constantemente de un lado para otro, en España y fuera de España, reuniéndose con muchos elementos del mundillo, muy activos, paisanos entre ellos, como Ángel Petisme, Manuel Martínez-Forega, Manuel Vilas y su querido hermano de años Agustín Porras, que ha de cuidarlo fraternalmente hasta sus últimos momentos. Aun estando enfermo, realiza exóticos viajes con Raquel Arroyo. Y en las fases más críticas de su mal (el cáncer se extiende del pulmón al cerebro), más que alimentarse de comida, se alimenta de buenas películas. Se dan ocasiones en que después de una sesión de quimo o radioterapia, Raquel y él acuden al cine. Hay un lema heideggeriano en su poesía que lo habita en todo momento, lo inunda y lo ilumina: la palabra funda el ser.

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