
El mimado Lula se va a alejar de la Presidencia atizando el corral mediático. Le dejará a su sucesora porque lo de Brasil huele a imperio) la papa caliente de una ley de regulación de los medios de comunicación que será muy polémica en un gigante controlado, básicamente, por 6 grupos empresariales de televisión. Lula no es el primero en intentarlo dentro de Otramérica. Los Kirchner en Argentina, Evo Moralesen Bolivia, Ricardo Martinelli en Panamá o Hugo Chávez en Venezuela se han metido en ese enredo sin saber cómo salir luego con las menos cicatrices posibles.
Los medios han puesto la cáscara de banano que permite el resbalón. Amparados en la sacrosanta libertad de prensa (que a veces confunden con la libertad de empresa), ahogados en un proceso empresarial complejo que carcome la calidad informativa y metidos de cabeza al show biz, los medios de comunicación cada vez tiene menos amigos y dejan más cancha para el intervencionismo aplaudido por el público.
Hay varias confusiones en juego. La primera es entre medios de comunicación y periodistas. Me temo que cada vez son menos los periodistas que trabajan en las empresas privadas de medios y más los expertos en mercadeo, en informática y en desarrollo de producto. Así que no mezclemos una profesión con aquellas mafias. Otra de las confusiones es entre libertad de expresión, esa que tenemos todos los ciudadanos individualmente, y libertad de prensa, que es un derecho colectivo.
Hace unos años, cuando los Estado eran importantes a la hora de garantizar los derechos ciudadanos, se hubiera interpretado como un grave atentado a la libertad de expresión la concesión de decenas de licencias privadas, el pay per view, el hecho de que para ver un partido de fútbol o para asistir a una guerra en directo hubiera que pagar cuota o mensualidad a una empresa privada. Ahora nos parece normal la restricción comunicativa. La televisión abierta, por ejemplo, es sólo para los pobres o los retrógradas.
Las leyes de control mediático nunca son buenas, aunque se disfracen con eufemismos. Pero el despelote mediático en mano de empresarios privados tampoco es bueno. Quizá la fórmula deberá ser volver a invertirle a los medios de comunicación públicos para que sean los mejores, los más honestos, los más atractivos. Dejar de utilizarlos como herramienta política y convertirlos en la verdadera competencia de la televisión, la radio y la prensa chatarra. Claro, que eso cuesta dinero y deja magros réditos políticos. Ese es el problemita, aunque sea realmente la solución.