
Hace unos días que llegó el frío a Madrid. Sopla viento del norte y eso deja el cielo limpio y luminoso; las noches brillantes y gélidas. Pero hoy no, esta noche va a ser distinta. A las seis de la tarde, justo antes de oscurecer, se podían vislumbrar en el horizonte, sobre la línea de montañas situadas al noroeste de la ciudad, un manto gris y amenazador que anuncia una digna nevada, no tan copiosa como la del lunes, pero sí más fría, lo suficiente para que cuaje. Hoy va a ser una delicia recorrer la Gran Vía, aunque como es jueves estará demasiado transitada por los tontos de «prefín» de semana. Yo caminaré con la mirada perdida y la mente en blanco. Estúpidamente felíz y tranquilo porque sólo los que son capaces de tener la mente en blanco durante un buen rato, sin verse atrapados por algún pensamiento recurrente e inútil, pueden ser felices.
Albert Einstein, uno de los cerebros más productivos y sorprendentes que haya dado esta triste humanidad, aseguró en una entrevista que él era capaz de sentarse en una terraza y estar cuatro horas con la mente en blanco, mirando a la gente pasar. Seguramente por eso cuando se ponía a pensar (a trabajar) producía como nadie, y nadie ni nada podía apartarle de sus ideas o distraer su atención. Así es como funcionan los cerebros sanos, los ganadores. Pero sólo las personas especiales contemplan el mundo y la vida a su alrededor sin dejar de analizarlo todo todo el tiempo, como si fueran espectadores de una función en la que no pueden participar y de la que tampoco se pueden apartar, ellos no pueden levantarse de la butaca e irse al bar, sin más. No, no pueden; son los obsesivos. Esas personas me gustan. Nunca serán ingenieros de la NASA ni ejecutivos de Wall Street, al contrario, hay una aureola de perdedor sobre sus cabezas, huelen a segundón con grandeza y caminan ligeramente encorvados como si les pesara la mierda que llevan encima. Pero qué bonito es sentarse a hablar con uno de ellos un rato, o follarte a una de ellas si se diera el caso. ¡Qué no, que no voy a hablar de sexo! Entonces sabes que has vivido algo especial, que eres distinto, que has sido parte de la función por unas horas; que te has convertido en uno de los elegidos para caminar solo y tranquilo por la Gran Vía.