No sabría decirte si aquello fue amor o fue la guerra. No creo que fuera lo primero porque yo no sé muy bien qué es eso. Tampoco he ido a la guerra, pero supongo que debe ser algo parecido a un intercambio violento de mamadas, mordiscos, nalgazos, penetraciones varias, bofetadas, tirones de pelo y mucho griterío. La muy zorrita llevaba varios días imaginándose cosas y mandando mensajitos; y uno, que ya no está pa sobresaltos, intentaba mantener la cabeza fría y el rabo caliente. Para dedicarse al sexo hay que vivir del cuento: ser rico de familia, no dar ni chapa, ir al gimnasio, recibir una sesión de masajes, nadar y reservarse uno para darlo todo en la cama. Y si la realidad no te acompaña y consumes tus fuerzas en el puto día a día, hay que tener la inteligencia suficiente para sacarle el máximo rendimiento a tus recursos y a tu experiencia. Sobre todo cuando te las ves con un jeva veinte años más joven y con ganas de follar, esas cabronas saben muy bien lo que quieren y pueden estar una hora corriéndose como perras.
Un hotelcito nuevo, bonito, barato y discreto, como tiene que ser la puta ideal, y un par de horas por delante para disfrutar. Me hierve la sangre en el ascensor, se me acelera el pulso y me muerdo los carillos para no empezar a azotarla antes de tiempo. La habitación es ideal para disfrutar, más bien pequeña para que la zorra no se escape muy lejos, y empezamos a mordernos con ganas en un primer acercamiento que preludia la batalla. Enseguida noto que esta tía tiene ganas, lo sé por esa mezcla de vocecilla angelical y mirada depravada, es de las que disfruta metiéndose rabo por donde sea. Me asalta la imagen de la Sharapova. ¡Qué bestia de tía! Roza la perfección: veinticinco años escasos y 1,87 cms. de altura, unos brazos poderosos, firmes, a la vez femeninos, que marcan triceps, que eso es mérito porque bíceps marca cualquiera, unas piernas largas, elásticas y resistentes, pocas veces se ha visto tal combinación de fuerza y femineidad. Si esa hija de puta me coge por banda y me dice: “dame placer cabrón de mierda”, me da algo. Ahí me veo yo, tan poca cosa, mete que mete, hasta quedarme sin aliento, lengua insensible, de trapo, borracha de flujo vaginal, pero prefiero morirme antes que rendirme. Me río de los maduritos cuarentones y cincuentones que se creen que están en lo mejor de la vida y que son máquinas de amar y dar placer. Machitos melindrosos, la Sharapova se mea en nosotros, necesita una bestia digna de ella, de 30 años, deportista consumado con 34 pulsaciones por minuto para que pueda subir a 120 durante quince minutos, empujando y empujando, mientras ella se retuerce y pide más y más. La Shara es de las que te coge, te pega dos collejas en el coco calvorota y te obliga a meter el hocico en su coñito musculoso hasta las orejas.
Pues me pongo manos a la obra ¡coño! que es cuestión de oficio y esta tía no es la Sharapova. La pongo contra la pared, lleva unas botas negras y sexys de tacón de aguja y no consigo arrimar el cebollo contra las nalgas. ¡¡Que larga es!! A la cama con ella, le arranco las botas con prisas, le como las tetitas bonitas, pequeñas y sensibles y relamo el cuello y sus hombros blancos, le zurro en las nalgas frescas y compactas y parece renuente pero zalamera; fuera la blusa, hermoso espectáculo esos hombros femeninos y proporcionados y su piel suave, boca contra boca le chupo hasta los dientes, le bajo los pantalones y me tomo mi tiempo antes de quitarle el tanguita, pero se lo separo un poco y le meto el dedo por el culo, chilla, se defiende y la zorra se me escapa. Sigue la pelea a lenguetazos y me pregunta qué es lo que más me gusta. “Desde luego no es meter con condón, quiero que me la chupes bien y correrme en tu boca”. Me agarra el rabo y suplica con voz melosa que se lo deje mamar un poco, pero va a tener que trabajárselo más. Le paso lengüetazos por los pezones, las nalgas, el clítoris y vuelvo a chupar su lengua y sus labios. Está muy mojada y esto va a más. Primero un dedo, luego dos, y tres, “no por el culito no, por favor”, me suplica, y yo me enciendo más. Le abro bien las piernas, froto tres dedos de la mano derecha por el interior del coño y le como el clítoris hasta que se retuerce y se corre. Se pone en acción ella sin tregua y me corro yo… Esto es un no parar, “vamos cabrón que tengo el coñito caliente”. Arrodillado como un esclavo sexual, chupo y chupo y se corre por segunda vez; viene a por mí, pero yo necesito una tregua. Así que como no hay mejor defensa que un buen ataque, vuelvo a mi posición sumisa y le como el coño con empeño, bien trabajado mientras me pide que le pegue. Faltaría más zorrita, yo encantado. Aquello fue un volcán en erupción. Gritó, se retorció, gimió, se golpeó contra la mesilla hasta quedar extenuada… o al menos eso pensaba yo mientras le pasaba la lengua en plan brocha por el clítoris. “¿Qué tal?”, pregunto satisfecho e ingenuo: “muy bien, han caído el tercer y el cuarto orgasmo de un tirón”. Joder estarás contenta, ¿no? Pues no, vino a por mí cariñosa y complaciente con cara de viciosilla y fuerzas renovadas. Así que le di la vuelta, la puse boca abajo mientras le zurraba bien las nalgas y aproveché para meterle tres dedos de la mano derecha por el coño y uno de la mano izquierda por el culo y restregarlos bien dentro de ella. Ahora sí que gritó, se contrajo todo el cuerpo en un intento de defenderse, o quizás de placer, pero yo me relamí de gusto con aquel ataque a traición. “Tengo el coño caliente”, me dice contemplando un primer plano de mi rabo mientras me lo meneo y ella le lanza lametones y mordiscos. Se lo metió en la boca con fruición para tragarse toda mi segunda corrida y siguió chupándome los huevos y metiéndoselos en la boca. ¡Que placer! Y seguimos. Joder, uno ya no está para estos trotes, y menos a estas horas de la noche. Pero ahí va ella, quiere más. Y yo complaciente, a chupar y chupar hasta quedarme sin aliento, sin lengua, rabo ni dedos… Y aún disfrutó la muy sharapova un par de veces más.
Yo, extenuado, y ella, resplandeciente. ¡Aahhh, juventud, divino tesoro!