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Mientras tantoLa ira de Dios

La ira de Dios


Si Dios existe, y esta es una suposición demasiado aventurada, es un canalla o un tonto por cargar con culpas ajenas.

 

La lluvia, la bendición de la lluvia, se ha convertido, como cada año, en la maldición de fin de año para los excluidos de Otramérica. Miles de damnificados en Colombia o Panamá dan cuenta de la ira de Dios, pero no saben que en realidad deberían tomar nota de la torpeza humana. No hay desastres naturales: hay fenómenos naturales multiplicados en su cruel presentación por la sistemática devastación del planeta.

 

No hay daños, normalmente, en los barrios ricos, ni en las bonitas y modernas zonas comerciales. Son los pobres de la costa atlántica colombiana o los excluidos que viven a la sombra de la megarrepresa panameña de Bayano.

 

Ahora, que es tiempo de mentiras descubiertas e ignorancias demostradas, también se debería gritar la verdad de este sistema: las catástrofes naturales no son fruto de la ira de dioses varios sino síntoma de las injustas condiciones de vida a las que condenamos a la mayoría de los humanos.

 

Se trata del sustrato, de lo que no importa mucho. Si acaso, un argumento deprimente para una película de Iñárritu (tan dado a utilizar nuestras cloacas emocionales y sociales para armar poemas) o un texto perdido en una revista digital al pie de las fronteras. La pobreza, esa marca indeleble que lastra presentes e invisibiliza pasados, es la catástrofe humana, la constatación de nuestro fracaso como especie, de nuestra angurria cósmica.

 

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