Una vez aplazado el trofeo de tenis Roland Garros a causa de la pandemia, es momento de hacer una pausa y echar un vistazo a ese héroe de la primera guerra mundial, escasamente recordado fuera de sus fronteras, que es el deportista y militar Eugéne Adrien Roland Georges Garros.
Garros fue un héroe que, como exige la etiqueta, murió joven, en plena batalla y tras una intensa biografía repleta de hechos memorables. Piloto precoz, comienza a volar con apenas veinte años y pronto se convierte en uno de los precursores de un deporte de alto riesgo. Participa en eventos de exhibición circense y de competición, entre los que se incluye una carrera de París a Madrid que hubo de abandonar en San Sebastián. Pronto inicia una secuencia de proezas que le llevan a hacerse con records históricos entre los que destaca la primera conexión aérea de dos continentes, volando de Túnez a Sicilia y Roma, y el primer vuelo sobre la bahía de Río de Janeiro, o el record mundial de altura en aeronave, que logra en dos ocasiones. Finalmente, con 25 años, culmina su carrera hacia la fama al completar en 1913 el primer vuelo sin escalas a través del Mediterráneo. En una travesía arriesgada y de gran notoriedad, parte de Fréjus, en la Costa Azul francesa, en un pequeño aeroplano Morane-Saulnier, y aterriza, tras una avería mecánica y prácticamente sin combustible, en Bizerta, Túnez. Aquel logro fue un hito relevante en su carrera y un hecho prometedor para el progreso de la aviación, como así lo reflejó la prensa internacional aclamándole por su proeza.
Por esas coincidencias sorprendentes de la vida, ambos puntos de ese vuelo mediterráneo están íntimamente ligados a la vida de otro héroe, poeta además de soldado. Cuatro siglos antes del éxito de Garros, en 1535, Garcilaso de la Vega llega a Túnez en la expedición militar de Carlos V contra Barbarroja. Una invasión que ha pasado a la historia como la Jornada de Túnez, que comenzó con el desembarco de los tercios reales en la costa de Bizerta y la toma del fuerte La Goleta, en la que el poeta y soldado cayó herido de gravedad muy cerca de donde Garros acabó su travesía mediterránea. Aquella campaña fue de enorme importancia para dotar a Carlos V de la imagen imperial que perseguía, como prueba el viaje triunfal que realizó por Sicilia y Nápoles celebrando su victoria. Y un año más tarde, durante las guerras contra Francisco I de Francia, Garcilaso muere en Le Muy, a escasos kilómetros de Fréjus, el lugar de partida del vuelo del héroe francés. Lanzándose el primero por una escala a la toma del donjon que cerraba el paso a las tropas imperiales, Garcilaso es alcanzado por una gran piedra arrojada por los defensores, falleciendo a los pocos días en brazos de su compañero de armas Francisco de Borja.
Curiosamente, como si ambos lugares despreciasen haber sido testigos de hechos tan singulares, ninguno permanece en la memoria por dichas gestas. Es más, Garros ha quedado perpetuado por razones ajenas a sus proezas como héroe del aire y Garcilaso se diluye en el imaginario colectivo del que solo los iniciados son capaces de recuperar su historia. Reparar en esta coincidencia geográfica entre héroes tan alejados en el tiempo como próximos en su ubicación en hitos tan relevantes de sus biografías, me despertó la curiosidad, llevándome a indagar en otros nexos, fáciles de descubrir en la herencia literaria que les ha sobrevivido.
Cuando comienza la guerra mundial, Garros se enlista en el ejercito francés y en 1914 se le atribuye haber protagonizado el primer combate aéreo de la historia al derribar un zeppelín alemán. Aunque la información fue posteriormente desmentida, el hecho no deja de probar el reconocimiento público del que ya gozaba. Pero en 1915 cae abatido sobre territorio enemigo y durante 32 meses permanece errante entre varios campos de prisioneros hasta lograr fugarse en una aventura que parece extraída del mejor cine de guerra. Fue aquella una larga privación de libertad que trae a la memoria el exilio que también padeció Garcilaso por imposición real. Uno de los episodios más oscuros de su vida que le obligó a permanecer aislado y sin mucho que hacer en la isla Schutt, en el paso del Danubio por Hungría. Allí, el poeta escribe una canción que también podría servir para expresar la añoranza de la patria de un Garros retenido junto a otro gran río, el Óder, en la fortaleza de Sarbinowo en Polonia, si no fuese porque su trato, según narra en sus memorias, fue sin duda más duro que el padecido por Garcilaso;
Con un manso rüido
d’agua corriente y clara
cerca el Danubio una isla que pudiera
ser lugar escogido
para que descansara
quien, como estó yo agora, no estuviera: […]
Tengo sola una pena,
si muero desterrado
y en tanta desventura:
que piensen por ventura
que juntos tantos males me han llevado,
y sé yo bien que muero
por solo aquello que morir espero […]
Con los restos del avión derribado de Garros, los alemanes se hicieron con un invento que acababa de instalar en el aparato y que había comenzado a demostrar su eficacia en la lucha aérea; una ametralladora que operaba a través de la hélice y permitía que los pilotos disparasen de frente al enemigo, haciendo además innecesario un segundo tripulante que manejase el arma. Fokker, que según parece ya estaba trabajando en la misma idea, consiguió completar y mejorar el nuevo ingenio en pocos meses desarrollando la sincronización de los disparos con el giro de la hélice, convirtiéndolo en pieza relevante en la guerra mundial.
Tras lograr escapar de su prisión, Garros vuelve al frente por voluntad propia. Retoma su destino en su antigua escuadrilla, en la que apenas le quedan compañeros a causa de la alta tasa de bajas que sufrían los pilotos. Habían pasado tres años desde que le apresaron y los aviones y las tácticas de combate habían cambiado enormemente. A pesar de ello, pronto logra un nuevo derribo en un combate aéreo, pero a los pocos días cae abatido por un avión alemán. Muere habiendo acumulado cuatro victorias en duelos aéreos, quedándose a un paso de ser el primer piloto en alcanzar la categoría de as del aire, lo que exigía cinco derribos enemigos. Fallece el 5 de octubre; era la víspera de su trigésimo cumpleaños y faltaba solo un mes para que finalizase la guerra.
Pero si la historia no lo convirtió en as del aire, sí le rindió tributo en otra forma al dar su nombre al gran premio del abierto francés de tenis en 1891 y más tarde al nuevo estadio de tenis de París. El recuerdo del piloto quedó así asociado con el hermanamiento de la competición deportiva, más acorde con su espíritu que el violento enfrentamiento de la guerra.
Colofón de una vida tan intensa como breve, su amigo Jean Cocteau, con el que había volado en más de una ocasión, lo inmortaliza en un libro de poemas al que da el evocador título de El Cabo de Buena Esperanza. Cocteau, un año más joven que Garros, trabajaba ya en la obra cuando Garros falleció y lo publica, una vez terminado, en 1919. Se trata de un homenaje poético que inmortaliza al héroe en el imaginario colectivo de la cultura y el deporte en un texto que intercala cantos a la creatividad poética.
El Cabo de Buena Esperanza fue una obra relevante en la producción del joven Cocteau. Prueba de ello es que eligió un formato rompedor y vanguardista, rápidamente señalado de cubista, e incluso tachado de dadaísta, en momentos en que estos movimientos se veían con suspicacia por las connotaciones pro-germánicas que suscitaban. Imbuido del espíritu de los comienzos de la aviación, Cocteau pone en juego todos los elementos de la obra, desde el texto a la gramática, la tipografía o la imagen visual, separando palabras y líneas de forma totalmente libre y violentando normas ortodoxas, incluso ortográficas y de puntuación.
[…] Garros nuestros vuelos
creía que caíamos
y era tu famoso viraje en el ala
ahora lo enseñan a todos los pilotos
de Plessis-Belleville […]
El París de los años de la guerra coincide con un avant-garde sin concesiones en las diversas modalidades artísticas, a las que Cocteau probó a sumarse en varios frentes. En 1917 Cocteau había participado en el estreno del famoso ballet Parade junto a Satie y Picasso, un escándalo en la sociedad parisina incluso superior al de La Consagración de la Primavera de Stravinski, de 1913, ambos con la compañía de Diaghilev. En ese momento la fotografía y el cine, junto con el automóvil y el nuevo aeroplano, dan rienda suelta a una sensación de cambio y trasgresión en los grupos de vanguardia que el joven autor también persigue. Mientras, en el frente, el verdadero avant-garde militar iba acumulando cadáveres de poetas malogrados.
De forma igualmente libre trata Cocteau la temática de la obra. Como si quisiera hacer gala de la agilidad del vuelo acrobático de aquellos primeros aparatos, evoca en sus páginas el tiempo compartido con su amigo, la geografía recorrida y los espacios que se abren en el aire cuando juntos realizan sus arriesgadas piruetas. En ello hay tanto de homenaje al héroe como de rendida admiración por el nuevo invento mecánico, foco de atención de la modernidad del momento. Eludiendo glorificar ninguna violencia, el conjunto de la obra está teñido de un aire trágico con continuas referencias a la muerte e incursiones en la creatividad poética, que no alcanzan a ser reflexiones por su desordenado carácter surrealista. En el texto, rememora recuerdos a los que dota de un aire aventurero y describe la llegada a África, tras el famoso cruce del Mediterráneo, en forma cuasi telegráfica, como si de un titular de prensa se tratase:
[…] seis mil espectadores
caras mirando hacia occidente esperan
prestos al entusiasmo
por una liza
el anuncio espléndido
el-joven-que-ha-cruzado-el-mar […]
Curiosamente, tanta exhibición poética y tanto exceso liberal se rematan en el libro con un extraño prefacio en prosa que poco o nada tiene que ver con los poemas que le siguen. Se trata de una breve narración basada en un documento de la Gazzette des Tribunars de 1916 que reproduce extractos de un consejo de guerra por deserción. El primer párrafo dice así: “El soldado Compagnon del ejercito territorial tiene cuarenta y tres años y tiene aspecto grave y triste”. “¿Por qué motivo habéis desertado? pregunta el Presidente al acusado.” Según la testificación del procesado, este había abandonado su puesto en el frente para ir a recoger unas patatas a su huerto, “[…] que estaban ya a punto y no podían esperar, volviendo a toda prisa.” El presidente del tribunal le replica; “Estamos en tiempo de guerra […] ¡y abandonar su cuerpo para ir a arrancar patatas en un campo es intolerable! No me parece que estéis invocando ningún motivo serio […]”: “Era importante arrancar mis patatas, contesta el procesado.”
Que Cocteau, extravagante reconocido pero enemigo de lo trivial, incluya como apertura de la obra póstuma a su amigo un testimonio tan anacrónico sobre un desconocido, invita a reflexionar. No está claro si buscaba con ello denunciar, al margen del texto principal, la irracional crueldad de la guerra, o si pretendía destacar el menosprecio que oculta el sufrimiento anónimo frente al reconocimiento que acompaña a la heroicidad pública: Un desconocido soldado Compagnon, deshonrado, y probablemente ejecutado por un hecho que tomaba por intrascendente, contrasta con un glorioso héroe de guerra caído en un noble enfrentamiento. Heroicidad pública revestida de gesta, cargada de valor histórico y de sentido, frente a sufrimiento anónimo, intrascendente y tal vez gratuito. Una lección vital susceptible de múltiples lecturas y difícil de obviar que desprende un cierto humor surrealista.
Y aquí es donde podemos retomar el nexo con Garcilaso, a través del texto de Cocteau y de un soneto escrito con motivo de la campaña de Túnez, conocido como A Boscán desde La Goleta. Hay tres elementos comunes a ambas obras que quisiera destacar. El primero, y menos llamativo en apariencia, es el uso de la amistad como motivo. Algo evidente en el homenaje de Cocteau a Garros y que en el soneto de Garcilaso surge ya desde la primera palabra, dirigiéndose a su amigo; Boscán, las armas y el furor de Marte […]. Juan Boscán era compañero de escritura además de amigo, y pionero, junto a Garcilaso, en la importación de fórmulas y estilos italianos a la manera de Petrarca y de los clásicos latinos. De hecho, los prólogos que ambos autores escriben para la publicación de la traducción del Consigliere al castellano (realizada por Boscán) están considerados textos inaugurales del Renacimiento en España. Pero lejos de ser exclusivo de dicho soneto, el recurso a la amistad de Boscán se encuentra en otras tres obras de la misma época. La primera, conocida como Epístola a Boscán, hace referencia directa al gran valor que asigna Garcilaso a esa amistad ([…] y luego vos, del amistad enxemplo, os me ofrecéys en estos pensamientos, y con vos a lo menos me acontece/ una gran cosa, al parecer estraña, y porque lo sepáys en pocos versos, es que, considerando los provechos, las honras y los gustos que me vienen desta vuestra amistad, que en tanto tengo, ninguna cosa en mayor precio estimo […]). Además de esta, la Elegía II y el Soneto XXVIII presentan confesiones reiteradas sobre el sentimiento amoroso del poeta, intimidades compartidas que prueban la confianza entre ambos amigos. Curiosamente, aunque hoy en día no se suela identificar como tal, la amistad como motivo y su exhibición pública son un signo distintivo de la producción renacentistas, y su uso en la obra de Cocteau resulta por tanto de una herencia de largo alcance.
El segundo elemento que quisiera mencionar es el marcado carácter innovador de la obra de ambos autores. Acostumbrados a asociar innovación y liberalidad de formas y temas con la avant-garde de principios de siglo, puede llamar la atención ver hasta qué punto Garcilaso resultó revolucionario en un entorno mucho menos abierto que el que conoció Cocteau. Porque la obra de Garcilaso abunda en elementos vanguardistas siendo, junto a la de Boscán, pionera en adoptar el endecasílabo y los géneros italianos que resultaban, si no desconocidos, sí ignorados en España. Así, promovieron el uso del soneto, las canciones, las odas y las églogas como formas que resultaron de una gran popularidad y acompañaron a un cambio de temática y de estilo en la poesía española. Además, Garcilaso, influido por sus estancia en la corte napolitana, donde conoció a los mejores autores italianos del momento y participó en la Academia Pontaniana, realiza importantes incursiones en la recuperación de formas latinas clásicas. De todo ello dan fe sus dos elegías, primeras existentes en castellano, una dirigida a Boscán y otra al duque de Alba, y una oda en latín a Ginés de Sepúlveda que es la primera en dicho género en una lengua vernácula. Además, la Epístola a Boscán mencionada, escrita en Aviñón, patria de Petrarca, en verso blanco, supone la recuperación de un modelo horaciano caído hasta entonces en desuso y que volvería a recuperar seguidores.
Todo ello prueba que estamos ante un poeta volcado en la innovación formal y temática, tan avant-garde en su momento como lo pudo ser Cocteau, solo que enfrentado a una oposición tan virulenta que llegó a pedir la intervención de la Inquisición para acabar con sus abusos del lenguaje (su obra acabó en el índice de libros prohibidos, aunque no por ello dejó de editarse). Su labor innovadora vendría después a extenderse a nivel europeo, introduciendo fórmulas que habría de expandirse más tarde por Francia e Inglaterra.
Ambos elementos, el recurso a la amistad y la innovación poética, están sobradamente ilustrados y reconocidos en ambos autores, aunque no se suelen poner en relación. Hacerlo, gracias a la casual coincidencia de lugares históricos que nos ha iniciado en esta dirección, permite destacar la influencia y el valor precursor de Garcilaso a la vez que nos sirve como introducción del último de los nexos entre ambos personajes. Aquel que se da con el giro temático comentado que introduce Cocteau en su prefacio en prosa de El Cabo de Buena Esperanza. Porque, sorprendentemente, el soneto dedicado a Boscán también contiene un giro similar en su último terceto, a modo de epílogo en lugar de obertura. En él encontramos un salto narrativo que lleva al lector de la épica de la campaña de Túnez, motivo del cuerpo principal del poema, al sufrimiento personal del autor, provocando un contraste entre la épica glorificadora de la campaña de Carlos V y el sufrimiento individual de Garcilaso, en este caso por sus penas de amor.
A Boscán desde La Goleta*
Boscán, las armas y el furor de Marte,
que con su propia fuerça el africano
suelo regando, hazen que el romano
imperio reverdezca en esta parte,
han reduzido a la memoria el arte
y el antiguo valor italïano,
por cuya fuerça y valerosa mano
Africa se aterró de parte a parte.
Aquí́ donde el romano encendimiento,
dond` el fuego y la llama licenciosa
solo el nombre dexaron a Cartago,
buelve y rebuelve amor mi pensamiento,
hiere y enciend` el alma temerosa,
y en llanto y en ceniza me deshago.
Coincidencia en ambas situaciones, el giro sorprende en ambos casos y es de una gran eficacia para atraer la atención sobre el padecimiento personal, ajeno a la suerte de los héroes gloriosos con los que, sin embargo, se comparte episodios históricos desde perspectivas muy distintas.
Así entendidos, ambos textos introducen un punto crítico de cariz muy actual. Un gesto que se repite de nuevo en Garcilaso en forma más explícita en su Oda a Ginés de Sepúlveda donde, tras ensalzar más que en ninguna otra ocasión la figura guerrera del rey victorioso -algo esperable en un oficial de los tercios- da voz a las mujeres de los vencidos que tachan, entre lamentos, de abominables a los enfrentamientos de la guerra.
“[…] las esposas […] suspiran subidas en las altas torres
al ver arrebatados sus amores: ¡Ay¡ Donceles -dicen-
apartaos de las armas y los encuentros nefastos con el Cesar,
pues son desiguales las fuerzas: pues murió la madre degollada
(en cesárea) y dio nombre a los descendientes, mientras se
esfuerzan por arrancar de sus entrañas al niño agonizante;
este es el linaje del César, de ahí viene su gozo por nuevas muertes. […]”***
El giro como recurso narrativo es por tanto una nueva coincidencia entre Garcilaso y Cocteau dentro de un contexto parecido, lo que reafirma el reconocimiento del primero y ayuda a percibir el carácter innovador de su trabajo marcando precedentes a la obra del segundo. En épocas igualmente convulsas, fructifica sin duda la licencia y la innovación creativa, tal vez por la necesidad de búsqueda de mayores emociones que destaquen en un mundo cargado en exceso de las misma.
Héroes como Garros y Garcilaso parecen más fáciles de admirar en la distancia, cuando el tiempo ha reducido la crueldad del sufrimiento a meros adjetivos sin resonancia personal. Pero hoy en día otra realidad inesperada, impuesta por la pandemia, nos ha devuelto a la proximidad física de la heroicidad y el dolor. Y, al hacerlo, nos encontramos de nuevo con ese contraste entre la épica pública del valor y la íntima anonimidad del sufrimiento que aparece en las dos obras comentadas. Solo que esta vez nos descubrimos como parte y sujetos de la tragedia y no como meros lectores distantes y ocasionales; estamos, de hecho, cazados dentro del texto a título de protagonistas revenidos. Y frente al reconocimiento público de los médicos y sanitarios que actúan hoy con valentía en primera línea del frente, muchos de los cuales se han convertido por ello en víctimas, quedan aquellos otros que han caído sin que exista una razón que dote de un sentido claro a su final. Personas contagiadas, tantas veces a causa de un descuido inconsciente e involuntario, y que en la mayoría de los casos es imposible de precisar, que no reciben, sin embargo, disculpa ni dispensa de las graves consecuencias que sus actos acarrean. Ese es el sufrimiento personal e intimo, teñido de azar, con que nos envuelve ahora la realidad de la existencia. Tal vez sea de nuevo misión de la poesía el recordarlo.
* Dos aclaraciones vienen al caso: en primer lugar, La Goleta no hace referencia a ningún tipo de embarcación sino a la gola; canal por donde entran los buques en ciertos puertos o rías, (según la RAE). En segundo lugar, el soneto es conocido por este título que proviene del uso tradicional, pero la obra original no lo incluye como tal.
** Helgerson, Richard. A Sonnet from Carthage. University of Pen.
*** De la traducción, en Garcilaso de la Vega, Poesía completa. edición de Juan Francisco Alcina. Edit. Austral, 2011.