Como me gustan las polémicas culturales francesas (entre nosotros no hay polémicas culturales) me sirvo de la más reciente para seguir con la reflexión en que ando erre que erre sobre el texto como parte integral de la obra de arte.
La polémica es la siguiente: La Pléiade acaba de publicar dos tomos con la Obra de Milan Kundera. Así, la Obra (Œuvre) en singular, y no Las obras. Ello porque Kundera se ha empeñado en controlar el proceso y decidir qué se publica y qué expurga, cómo se publica y cómo, en consecuencia, va a quedar para la posteridad, sin notas, borradores ni aparato crítico. Sólo las obras –la obra- del autor tal como él la quiere, la reconoce y quiere fijarla. Y, ay, he ahí la madre de la disputa. Unos cuantos académicos de la universidad de Lausana se han venido lanza en ristre a decir que qué es eso, cómo se les ocurre, cómo puede La Pléiade publicar la obra de un autor sin incorporar el aparato crítico como parte integrante de la edición. ¿La obra del autor tal cual, sin que ellos la completen?, ¡qué insolencia!, ¡qué regresión!: «Les historiens et philologues assisteront-ils, médusés, à cette opération commerciale qui entraîne dans son sillage la dévaluation cynique de leurs méthodes et de leurs savoirs ?»
Y a continuación Alain Finkielkraut y otros intelectuales se han ido a su vez en diatriba contra los académicos obsesionados por que los textos se publiquen acompañados de accesorios ajenos a la obra pura y dura a mayor gloria de sus elucubraciones y sus currículums.
Esta polémica me interesa por dos cosas. Una no viene ahora al caso, la distinción que me obsesiona entre intelectual frente al académico. Ya he escrito antes sobre esto y lo seguiré haciendo.
Lo que ahora sí viene al caso es la comparación con lo que pasa en el arte: el texto como algo especificativo y sine qua non que determina el contenido de una obra y lo fija, y no como algo explicativo y accesorio. No sé si hoy se estudia en los colegios eso que yo sí estudié en mis tiempos, la diferencia entre subordinados explicativos y especificativos, entre Coge el coche, que está en la esquina y Coge el coche que está en la esquina. El texto en torno a la literatura, a la arquitectura, a las artes escénicas o a la música, a las artes plásticas hasta cierto momento histórico, es explicativo: añade, ayuda, modifica la comprensión, o lo pretende al menos, gira alrededor. El texto en las artes actuales, en lo que llamamos arte contemporáneo, es especificativo en cambio, define la obra, conforma su significado y es por tanto parte de ella.
Los profesores de literatura de Lausana quieren que su aportación académica sea parte constitutiva de la obra literaria y como tal permanezca en la Pléiade. O sea, lo que ocurre en el arte contemporáneo sin que a nadie le parezca raro ni haya polémicas: cómo imaginar hoy la obra de arte contemporáneo sin su discurso y su texto.
De este carácter integral del texto se derivan consecuencias sobre las que ya me había comprometido a escribir en estos días y prometo hacer en el próximo post.
José Antonio de Ory es escritor, entre otros oficios que lo han llevado a vivir de un lado a otro del mundo: Colombia (en tres ocasiones), la India y Nueva York. Ahora en Madrid, continúa escribiendo cuando le da el tiempo sobre cultura y otras cosas de la vida en este blog, donde se permite contar, y opinar, cómo ve las cosas.
Es autor de Ángeles Clandestinos. Una memoria oral del poeta Raúl Gómez Jattin (Ed. Norma, Bogotá, 2004).
Mis felicitaciones a Kundera
Mis felicitaciones a Kundera por tan acertada y valiente decisión!
Creo que uno de los problemas que el arte contemporáneo subraya es nuestra incapacidad de ver, de mirar. Aunque estemos rodeados e invadidos por imágenes (publicidad, televisión, revistas, internet, etc), y quizás parte del problema viene porque se trata de éste tipo de imágenes y no de otras, parece que la experiencia visual en le arte no nos parece suficiente, no es válida por sí misma. Podemos llamarla una mirada pobre, intimidada, miedosa, desconfiada. Entre otras consecuencias, muy graves por cierto, esto nos quita la espontaneidad de maravillarnos con una obra de arte, de la misma manera que mirando el cielo estrellado por la noche enseguida sabemos exclamar un gran «uau», aunque no entendamos racionalmente lo que vemos.
Ya Steiner abominaba hace
Ya Steiner abominaba hace años de la «tiranía de lo secundario», y en un sentido distinto, pero bastante complementario, me parece muy refrescante la relectura del ensayo de Susan Sontag, «contra la interpretación». El aparato crítico tiene un horizonte clarificador, de facilitar la senda por la lectura, la escucha o la vista; en este sentido, me parece necesario; pero no en el de crear retórica del discurso artístico, ni en el de crear un código sobre el código, estos palimpsestos nunca funcionan
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