Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoBeirut impío (ficcionalización de un presente)

Beirut impío (ficcionalización de un presente)


Detrás de él el pasado se lava en tierra, amontona escombros en sus alas y hombros, con el ruido de tambores enterrados, mientras que ante él el futuro se acumula, se imprime en sus ojos, estalla sus globos oculares como una estrella, tuerce sus palabras en un sonar con bozal, lo ahoga con su aliento. Durante un tiempo todavía se puede ver el batir de sus alas, escuchar en el rugido el deslizamiento de tierra que desciende por encima de él, más fuerte cuanto más furioso es su inútil movimiento, esporádico mientras languidece. Entonces el momento se cierra sobre él: de pie, enterrado rápidamente por los escombros, el ángel de la desventura se posa, esperando a la historia en la petrificación del aliento de la mirada del vuelo. Hasta que el rugido renovado de las poderosas alas batiendo se propaga en ondulaciones a través de la piedra y anuncia su vuelo. (Heiner Müller, El ángel de la desventura, 1968)

 

Estudios de televisión Alfa Siete. Alrededor de la mesa se encuentran el famoso entrevistador P. de Juan y sus dos invitados del día. El resto, además de un público que se sienta en estrados a escasos metros, es todo sonido de equipos técnicos y algunos flashes de luz que deslumbran aquí y allá.

P. de Juan se dirige a sus dos invitados para indicarles que el programa va a comenzar;

P.; – Vamos a procurar respetarnos el turno de palabra. Si alguien quiere interrumpir lo mejor es que haga un gesto con la mano. Pero yo iré adjudicando el turno a cada cual e iré haciendo preguntas y confío en que de ahí surja un diálogo fluido.

Jean Fut; – ¿Puedo?

P.; – Por supuesto.

Jean Fut; -Solo quiero decir que valdría la pena comenzar explicando por qué estamos nosotros hoy aquí.

P. de Juan sonríe condescendiente; – De eso me encargo yo. Ésa es justo mi función.

Se escucha una voz por los altavoces de la sala; – Vamos a comenzar.

El presentador eleva la mano derecha con un gesto que atrae la atención como si fuese un rayo luminoso.

P.; – Queridos amigos, queridos televidentes, volvemos a estar ante ustedes para exponer un tema de enorme actualidad. Y tenemos la suerte de contar con dos personas, o más bien personajes, que nos pueden ayudar a profundizar en esa situación, ayudar más a comprenderla que a entenderla. Aquí tengo a dos grandes conocedores de lo que es la fortuna y el infortunio, en su caso en ese orden y en el inverso. Fortuna que no siempre quiere decir felicidad, y felicidad que no es siempre afortunada. Me permito presentarles a Serezad y a Jean Fut.

Suena una tromba de desganados aplausos. Un técnico con cascos y un blog bajo el brazo hace gestos al público de la sala para animarlos a que aplaudan pero este lo hace con torpeza.

P.; – Serezad, todo el mundo lo sabe, es una de las patas de este Beirut ancestral, su pata derecha, por así decirlo, aquella que hace el bien sin mirar más allá. La que reúne todo lo que habiendo sido, queda atrás como montaña de detritus cultural. La que sabe rebuscar la aguja en el pajar y la que presta alas a los sueños más afines a la vigilia y retiene la mano del señor de todos, la mano justiciera, porque sabe cómo hilar un nombre y otro nombre hasta construir una inquietud, una curiosidad certera. Jean Fut es un escamoteador. Como su nombre indica, su quid está en su pie. La poesía se construye a base de pies. Pocos héroes no han caído por su propio pie y así él también. Algunos lo conocen por su nombre artístico; Edipo, Oedipus rex, Oedipus tyrannos. Y él es el otro pie de Beirut. El alma artística que sabe hacer de la política un mundo y del mundo una polis. Ambos son sustantivos mas que nombres. Ambos nos darán que hablar y ambos mostraran ese camino escamoteado que va de Beirut al alma de Beirut; de la arqueología de Beirut a su equinoccio de invierno.

Nuevo aplauso cerrado que esta vez tarda en ceder. Parece más espontáneo, se dicen por lo bajo nuestros personajes.

P.; – Y para abrir boca empecemos con una escena de lo que está ocurriendo en Beirut en estas últimas horas.

Sobre una enorme pantalla de cristal líquido se ofrece imágenes de un gentío vociferante que se enfrenta a grupos de policías armados. No se percibe violencia en el ambiente pero sí que existe una gran tensión que se evidencia en los rostros, en la forma de moverse de la masa y en la manera en que la cámara oscila de un lugar a otro, poco pendiente de detalles formales, animal de presa que busca donde morder, atento sin cesar. Las multitudes corean una estrofa machaconamente; ¡gobierno dimisión!

P. se dirige a la invitada que se sienta a su derecha;

P.; – Serezad, buenos días Serezad, o buenas tardes ya para medio mundo. Esto que vemos, la gente, los gritos, los amagos de violencia. ¿Nos puede explicar cómo se desarrollan?

Serezad carraspea; disculpas a media voz de una voz entrecortada. Eleva el tono a la vez que la mirada y con una soltura y una dicción perfectas, apenas un lejano soniquete latinoamericano, tal vez uruguayo o argentino, se adentra en su papel de narradora fiel de los hechos:

– Vuelan navajas es una expresión barriobajera, una forma de advertir que allá donde ocurre una acción puede alcanzar la desgracia. La gente salta a las calles sin saber muy bien lo que hoy se llama “hoja de ruta”. Antes, en el cine, se decía script. Y mucho antes se hablaba de canon. Da igual. La gente se aventura, donde aventurarse es solo entregarse a un destino incierto que ni se conoce ni se desea anticipar. Es la base sicológica de la ilusión. La gente salta a la calle repleta de ilusión; Vuelan navajas.

Jean Fut eleva la mano derecha. Mas bien se limita a hacer un gesto espasmódico; eleva los dedos, la palma de la mano, pero deja la muñeca pegada a la superficie de la mesa donde reposaba hasta ese momento.

P. asiente mientras Serezad dirige a su compañero de plató una mirada de obvia simpatía. Recuerda la entrada en maquillaje, apenas hace dos horas. La forma en que aquél amable joven le había dicho al encontrarse; seamos corteses, seamos amables; seamos cómplices ante esta realidad confusa. Nada de trampas ni trampeos. El objeto no somos nosotros. Démosles una lección de compadreo. Y aquella sonrisa amplia y franca, aquellos ojos vivaces, aquellos labios perfectamente rotulados desde las comisuras hasta el vértice carnoso de la montaña en forma de uva.

Jean Fut; – Interrumpo para asentir. Nada más pernicioso que el asentimiento oportuno. Como vaciar de gas una botella de champagne antes de servirla. Mejor caliente que sin fuerza. Yo asiento y, es más, insisto un punto más allá: la gente salta al ruedo iluminada, poseída, anticipando una catarsis colectiva cuya razón de ser es solo constatar el origen de la maldecida soledad de la caverna. En sus hogares. En sus cabezas. En sus psiques difusas medio ventiladas por un miedo agreste y narrativo que los había llevado a construir malos augurios que ahora se esfuman con este “a las tiendas” bíblico.

P.; – ¿Bíblico? ¿Qué hay de bíblico en estas manifestaciones tras la tragedia ?

Serezad; – Bíblico o no la gente sale de escondrijos que les mantiene atados al pasado y salta a una calle repleta de luz donde ya no es necesario apostar por revuelta o reforma. Los muertos han marcado el dado. La moneda es siempre cruz, o media luna, o larga cadena rota en su centro exacto. Ya no hay desplante que acometer, no hay cabida para el hormigueo del miedo que surge, antes que nada, ante la proximidad del cielo.

Jean Fut se entromete en el discurso; – ¡Por alusiones!. Por alusiones; A las tiendas, 1 Reyes, 12:16, es señal de la violencia tribal que es secular en esa tierra. Que sea bíblica significa solo que su perseverancia le llevó a serlo. ¿Atajaríamos el vuelo de un ave de presa solo con proponérnoslo?

P., dirigiéndose de nuevo a Serezad; – La gente salta a la calle. ¿Y qué puede ahora ocurrir?

– Nada que no haya ocurrido ya.- Es la voz de Serezad la que retoma el hilo obviando a su interlocutor, que se muestra algo ofendido con el desplante. – Nada que deje en evidencia el dolor general. El dolor nunca es mucho o poco. Siempre es temor por qué vaya a llegar a ser. Si fijásemos una medida, lo importante en el dolor, esto se lo puede corroborar cualquier enfermo que sufra así como cualquier víctima de tortura, lo importante es hasta dónde crecerá. Nunca donde está ya. Siempre hasta donde llegará.

Jean Fut; – Bueno, eso es siempre el dolor. Pero yo quiero hablar del infortunio. Del infortunio y la felicidad. Mi historia me enseñó a mirar la desnudez con reparo. Descorrer cortinas es azuzar los malos presagios. Yo fui víctima y verdugo. Muchos lo han sido, pero pocos, como yo, simultáneamente sobre uno mismo y sin ser dueño de ninguno de los dos papeles; en contra de lo que se opina, fui ambas cosas pero sin responsabilidad. ¿Exime de algo la ausencia de responsabilidad cuando se está siendo un mero objeto del destino?

Serezad; – No te hagas mala sangre. No es necesario. Hay bastante espectáculo en la pantalla como para necesitar añadir más sal a la herida. Déjame en cambio que te de mi lectura.

P.; – Sí, por favor. Quisiéramos saber cómo se lee esta situación a la luz de vuestras propias experiencias…

Serezad; – Yo no soy, como la gente cree, víctima sino testigo. Cuando se habla de las grandes narraciones, cuando se refiere uno a las grandes filmaciones, no se me puede pasar por alto. Cada noche una historia, cada amanecer un nuevo descanso, cada año hacer nacer una nueva incertidumbre. Vi en este desgranarse de los días una forma de acompasar mi respirar y fui aprendiendo a vocalizar con precisión el nombre de cada flor y cada planta. Me limitaba a prender y ver transitar el día. De noche me elevaba en mi diván y recitaba. Iba dejando atrás el infortunio. Y no miraba el futuro ni me sentía consciente de él. Era ese ángel de la historia que se deja arrebatar por el progreso y no puede apartar la mirada de aquello que ya no puede corregir, ni aliviar, ni impedir; el dolor  causado.

Jean Fut; – Miras el devenir del mundo, de tu historia, de tu vida, de tu biografía, como quien no ha pasado por su pasado y reniega de su futuro. Miras tu devenir como una carga imposible. Más que el ángel de la historia recuerdas al ángel de la desventura.

Serezad; – Nada de traiciones. Cómplices: ¿Recuerdas? Mi única forma de estar era convertir al enemigo en cómplice, al destino en ayuno solitario. Cuando narraba cada historia ¿sabes en lo que pensaba?  Nunca en él, gran visir de mi tierra. Solo en mi hermana. Solo me importaba que mi hermana no perdiese interés en mi narración porque, pensaba, si ella, que tan bien me conocía, no desfallecía, él tampoco encontraría el momento para el sueño.

P.; – ¿Y el amor? ¿Dónde queda el romance en tu historia?

Jean Fut; – Yo se lo diré. – arrebatando la palabra a Serezad, – El amor se ubica a veces en forma caprichosa y cuando creemos haberlo descubierto reaparece en otra guisa y en otro guiso. ¡Ya va! grita el portero de Macbeth mientras explica lo que la bebida ha hecho por él y él ha hecho por la bebida. Pues el amor es como esa bebida que nos deja arrumbados junto al caladero más enriquecido, nosotros, pobres de corazón y maltrechos de cuerpo.

Serezad; – Sí, sí, veo que es cierto lo que cuentas sobre mí. Sabes latín. Yo nunca aprendí latín. Aprendí a moverme. A pasar del día a la noche. De la noche a la noche y del día, nunca al día sino a la noche de nuevo. Pero déjame que precise, porque los espectadores pueden caer en confusión en este punto. Genealogías las hay de muchas clases; genética; histórica; topológica; literaria; política e incluso teológica. Dentro de la genealogía de la física del sentimiento está siempre la dualidad del amor. Las mil y una noche no fueron para mí una historia de amor de esa física del sentir sino más bien de la política. Y hay una genealogía política de mi verdad. La de que víctima y verdugo se confunden con cada turno de palabra. Yo era víctima de mis palabras y era también verdugo de mis días. La política de la destrucción sucumbiendo a la ética de la narrativa. Instrumentalización del bien, le dicen. Soy una mera instrumentalización del bien al servicio de las mil noches. Ámbar sobre hojuelas.

Jean Fut; – Si hubiese tenido la bendición de saber de ti antes de mi infortunio no habría dejado abandonado a mi pueblo. ¡Qué bien lo expresas! Me recuerdas a los filmes impresionistas del comienzo de la cámara dinámica. Aquellos en que se hace sentido de que expresión y metafísica de los sentidos no son mas que deformación temporal del sentimiento.

Serezad; – Pero hay algo más. Y en esto me permito volver sobre la imágenes de este Beirut destrozado. Hay, en el espíritu humano, un sentido de mesura que a veces creemos desbordar. Pero no es tal. Nunca se derrama una lágrima de néctar de más. Cuando vemos a las gentes de Beirut saltar a la calle sabemos ya que ha pasado la historia, que se ha derrocado al gobierno antes de que este dimita, que se han sembrado los palos para edificar un nuevo día. Somos escuchadores profesionales que estamos amnistiando por adelantado la vida del narrador, quienquiera que sea, y nos hayamos dispuestos a volver a esforzarnos por encontrar un ritmo más acompasado, un color de atardecer aún más bello con que cerrar la heridas de lo vivido, que no es sino un mal sueño reprimido que todos quisimos soñar al unísono. Amor es entonces sinónimo de futuro impensable pero cierto. De lo que intuido no es verdad, ni razón, ni consuelo, sino todo ello al mismo tiempo. Amor es verdad por configurar.

Jean Fut; – Si hubiese tenido la bendición de saber de ti antes de mi infortunio no habría dejado abandonado a mi pueblo… ¡Qué bien lo expresas! Y, sin embargo, no fui capaz. Traicioné el destino de todos ellos. Torcí el tobillo, como era mí obligado devenir, y me vine abajo. Dios es testigo. Para mí el dolor estaba siempre por llegar. Venía yo de la victoria triunfal, del triunfo frente a una efigie decrépita y vetusta a la que se le había perdido el respeto. Eso facilito mi llegada al trono de Tebas. ¿No fue ese también el comienzo del reinado de Líbano? ¿No había también en Líbano sonido de campanillas cuando la Sociedad de Naciones dio su consentimiento – una simple pregunta, una adivinanza- para que surgiese un nuevo orden y una bandera y cediese el yugo que cada año reclamaba su botín – ¿cuál es el animal que anda en cuatro, dos y tres patas? me preguntó la esfinge – poniendo fin al protectorado, aquél que había trasplantado su cultura creando un mix, una ensalada, un nosesabequénicuando que funcionaba como un golem entre aquél gentío ácrata y mal ordenado, malsonante, malformado y malquerido, que cubría campos de inmigración entre vallas y alambradas? – el hombre, dije yo con resolución y, abra cadabra, se hizo la luz de mi reinado. Patria chica, Tebas patria chica en la que no cabía en mí de gozo.-

Serezad; – Luego llegaron tiempos peores.

Jean Fut; – Llegaron tiempos mejores y viví feliz haciendo de mi capa un sayo. Casé con la reina de corazones a la que amé como a una madre. Tuve hijos e hijas, para que pudiesen cuidar de mi solitaria ceguera en la vejez. Incluso tuve cuñados, amigos y profetas.

Serezad; – Hasta que llegó la peste.

Jean Fut; – Llegó.

Serezad; – Hasta que la peste vino a llamar a tu puerta con los viejos de la tribu. ¡Protégenos! imploraban. ¡Odiosa epidemia, bajo cuyos efectos está despoblada la morada Cadmea, mientras el negro Hades se enriquece entre suspiros y lamentos!

Jean Fut; – Así fue. La pandemia. Esa que hoy llegó a Beirut en forma de explosión y que reclama, como a mí, la verdad.

P.; – Lamento tener que cortar aquí. Es solo un momento de publicidad. Pero volveremos enseguida. Solo cuestión de tiempo.

Al desaparecer la presión de las cámaras los rostros en la mesa se relajan.

P.; – Va bien, va muy bien. Pero quisiera que hablaseis algo más de vuestra experiencia. Que el público vea que habláis con conocimiento de causa.

Serezad; – ¿Más? Yo no he dejado de hablar de mí ni un segundo. Creí que nos ibas a pedir que hablásemos algo más de la tragedia de Beirut.

Jean Fut se echa a reír; – Ja jajá, sí, claro, piensas que si la gente nos conoce algo mejor se desarrollará el sentimiento de morbo, la pizca de picante con que el programa quedaría listo para su emisión. Veremos lo que se puede hacer.

P. vuelve a levantar la mano.

P.; – Volvemos a sus pantallas, volvemos junto con nuestros queridos amigos, personajes mas bien, Serezad y Jean Fut, y yo quería preguntarles, primero a ella, Serezad, por su vivencia personal, siempre al borde de su tragedia personal, así, noche tras noche, hasta sumar las famosas mil y una noches jugándose la vida como cualquier mujer en este Beirut inapresable, indómito…

Serezad; – Hay mucha confusión con mi historia. Yo no me jugaba solo la vida, que nunca estuvo en entredicho o no hubiese llegado a ser un cuento novelado por la historia. No, lo que allí estaba jugándose era algo bien distinto. Como ahora en Beirut, se trataba de establecer la naturaleza del infortunio. Una página más en ese diccionario de la experiencia humana que un dios vengativo impone a la primera pareja al expulsarles del Líbano. Nominar, actividad diabólica y terrible. Nominar infortunio. Diga conmigo; infortunio. Repítalo en voz alta. In-for-tu-nio.

P.; – Infortunio

Serezad; – No, así no. Con convicción . Repita…

P. eleva el tono, agudiza la mirada; no quiere fallar ante su público. – ¡Infortunio!.

Jean Fut; – ¡Infortunio! Sí, infortunio, infortunio, infortunio. ¿Por qué nos cuesta tanto decirlo como pensarlo? ¿Cuál es la razón de no querer reconocer que el mundo es eso, infortunio, antes que nada?

Serezad; – Infortunio es un estado de ánimo. Como la melancolía solo que sin imagen, sin idea, que diría Kant, solo como concepto. O al revés, ya no recuerdo. Pero sin imagen de Durero. El caballero, la melancolía, la muerte de Bergman, la muerte del caballero melancólico de Bergman. Infortunio carece de imagen. O carecía; ahora disponemos de dos para elegir entre ellas. Todas un blast -¿cómo se dice? – una explosión de cómic, un Hiroshima mon amour, un Beirut sin sexo. Un castramiento en vivo, neuronal, una llamarada. Beirut herido. Beirut aguerrido.

P.; – ¿Y la otra?

Serezad; – ¿Qué otra?

P.; – La otra imagen; Hiroshima es una, pero has mencionado dos imágenes. Que hoy disponemos de dos imágenes de ese Beirut impío…

Serezad; – La otra es esta, la más actual

Jean Fut salta sobre la conversación. Ni petición de palabra ni formas, salta raudo cuál gato escaldado;

Jean Fut; – ¡Sabra y Chatila! No lo eludas. Ya sabemos que no es políticamente correcto. No es “equidistante”. Pero están ahí. Mosca aplastada contra el cristal. Moscas aplastadas contra el texto de la historia. Moscas muertas. Muertas. Tipografía de corsario asilvestrado…

Serezad y P. le miran perplejos. Aguardan a que pase aquel arranque espontáneo. Aguardan incluso algo más, prorrogan el silencio que llega en su final.

Serezad; – Posiblemente. Se puede usar de hito, de señal, de marcador del tiempo. Siboleth improvisado que distingue entre la fe del camionero y la fe del laboratorio. Fe de creencia sin pie. Sí, habrías de venir tu, precisamente tú, a medirte con mi memoria… Sabra, amanecer luminoso sin ecos ni sonidos más allá de los que guardan las imágenes filmadas. Chatila, cainitas, fe del carbonero. Y al llegar la luz se hizo, finalmente, la oscuridad. Cuenta como imagen. Cuenta como partición. ¿Sabéis cuál es la ruta más corta entre Damasco y Beirut? Roma. Una vieja broma. Una broma estúpida pero muy hiriente. La ruta más corta. La ruta del desierto que no es tal pero no deja de serlo. Damasco, llantos de arena, olas de pasión. Dolor de nuevo, una vez más.

P.; – ¿Y tú?. ¿Cuál es para ti la fe del carbonero que acuna tu memoria?- P. se ha vuelto hacia Jean Fut quien también se vuelve hacia él: La mirada despistada, reaccionando con la lentitud de la palabra a la que sigue el pensamiento y no al contrario.

Jean Fut; – Para mí todo se desarrolló a la velocidad de mi conciencia. A la velocidad de las llamas que arrojaban pistas sobre mi presente. Yo era una antelación de dolor que arrastraba un saco de infortunio, sin ser consciente. Había matado al padre, había fecundado a la madre y había traicionado a la patria. Todos símbolos de realeza. Por eso entiendo de sufrimiento y entiendo de intuición. No entiendo tanto de infortunio, que aún rechazo. Infortunio requiere de fortuna y, en mi caso, no hubo ninguna. Beirut es una bella ciudad. Más bella que la Tebas que tanto quise; quise abarcar, quise resistir, quise retener, quise heredar, y perdí. Pero Beirut sigue sin perderse. No puede perderse enclavada entre el mar y la montaña. Los viajeros de la antigüedad así lo indicaban; prosigue hasta el final del tiempo, donde te lleven los escombros flotantes, donde se pierda el rebullir del mar. Fin del mar, fin de fiesta, fin de todo. En el confín del Mediterráneo oriental, aquél que juega a hermanarse cada noche y cada amanecer con el otro finisterre que apuntala el espacio secular. Finis-maris, finis-terre. Entrambos. Allí queda Beirut por descubrir. Pero yo perdí Tebas y de lo que era la felicidad de la liberación, la liberación de la esfinge que se cobraba víctimas propiciatorias cada llegada del invierno, de esa felicidad ancestral y recobrada gracias a mi sagacidad, surgió un dolor intenso y personal. Primero llegó la peste, luego llegó la verdad. Caí presa de mis propios pecados inconscientes. Caí en la oscuridad de la ceguera que me propicié. Del pasado feliz al presente doloroso y al futuro desgarrador que aguardaba sin hacerse notar. Aquél que me arrebató a mis hijos, que los enfrentó cuando yo quise aplicar la prudencia de una norma civilizada; alternancia del poder político que impuse a ambos, justo para evitar su enfrentamiento. Primero reinaría uno, luego el otro. Pero la ansiedad, la premura juvenil los llevó a buscar otro tipo de razón, la desafortunada razón militar. También Líbano es una tierra joven, o más bien es una tierra milenaria gobernada por caudillos jóvenes, jóvenes gobernantes en edad política de un nuevo viejo país donde se abraza una fórmula civilizada de equilibrio en lo político y tal vez viciada de raíz.

P.; – ¿Estás diciendo que en Beirut también hubo una liberación, también llegó una felicidad colectiva hasta que alcanzó la verdad que vino a desplomar el equilibrio, político y civilizado como dices, que se había pactado, dando paso a la premura que dio lugar al enfrentamiento fratricida?

Jean Fut; – Impuesto. Que se había impuesto. Beirut es tierra de imposiciones. El equilibrio civilizado que se había impuesto devino en guerra civil. Los hijos de Edipo no pudieron reinar mucho tiempo porque sucumbieron a su propia ansia de reinado. Policines yaciente, sin olvidar a su hermano, también caído en la contienda que enfrentó a hermano con hermano. Eteocles contra Policines. Antígona contra Creonte. La ciudad contra mí. Beirut contra Beirut. Yo solo puedo dar testimonio de cómo la historia se columpia entre la felicidad de la liberación y el dolor de la lucha en eso que llamáis infortunio.

El silencio vuelve a llenar el estudio de televisión. Hasta los equipos técnicos aguardan sin saber muy bien si han de romper aquel instante de confuso recogimiento.

Serezad; – No va conmigo. Yo no tengo ese pasado que conduzca a ese futuro. Soy solo presente. Presente de infortunio que ve cómo cada hora que pasa se es reo de cadalso. Para mí, la lección del tiempo es la respiración de la vida. Para mí Creonte soy yo. Ismene me observa cada noche junto al gran visir. Policines ha quedado en el pasado, no hay disyuntiva que afrontar. Solo el destino de que mi propia palabra me hará merecedora. El infortunio, ese que sí conocí, es el de ser presa de mi propia vitalidad, necesitada de un día más de vida a cada paso. Podría haber abandonado, haberme dejado llevar. Pero no, opté por contarme un cuento y ese cuento era simplemente el cuento de mi vida. El cuento de nunca acabar.

Por eso veo en Beirut a mi hijo natural. Aquél que no tuve, aquél del que carezco. Beirut, fruto de mi pasado. Hijo de mi cultura. Pero hijo educado, civilizado, sofisticado; lo bastante como para caer en la violencia del matarse y del morir.

P.; – Nos persiguen los hijos.

Serezad; – ¡Siempre!. Nos persiguen siempre los hijos. Creemos perseguirlos a ellos pero no. Son ellos. ¿No era el grito ¡a las tiendas!? ¿No debemos estar preparados por si se ha de huir, cada cual a su rebaño?

P.; – Nadie ha huido frente a la catástrofe. Beirut ha hecho piña. Ha saltado a las calles.

Serezad; – Otra forma de huir.

P.; – Han acudido todos sus ciudadanos a reconstruir Beirut, a comenzar de nuevo…

Serezad; – Tu aguarda a que resuene de nuevo ese; ¡A las tiendas!

P.; – Estos días se ha visto a rico junto a pobre, a hombre junto a mujer, a musulmán junto a cristiano…

Serezad; – ¡Espejismos!

P.; – Nadie ha eludido su parte de responsabilidad, nadie ha dejado a mover la escoba.

Jean Fut; – Eso contaban de la construcción del estado de Israel. Limpiaban los campos en cadenas de hombres que se pasaban piedras al grito de Doktor, bitte, Doktor, danke…

P.; – Tiempo de recogimiento, tiempo de meditación. Gentes del origen de la historia que germinaron el pasado y deben ahora germinar el presente. Infortunio, tal vez esperanza.

Serezad; – ¡Esperanza nunca! Esperanza es abandono. Esperanza es entrega y rendición. Me niego a dar cabida a la esperanza. Seamos dueños de cada noche y amanezcamos dueños de cada día. Sin esperanza, con total determinación. No enseñemos a esos, nuestros hijos, a confiar en un pasado que no se desdobla en futuro. Démosles la lección final; cada cual es dueño de su orgullo y cada orgullo es padre de su tiempo.

P.; – ¿Y ahora qué?

Jean Fut; – Ahora, gracias a la catástrofe, todos somos Beirut una vez más.

La ovación es ahora cerrada y fuerte. No ha sido necesario indicárselo al público reunido en el estudio. Una sonrisa apenas dibujada en los labios del presentador confirma su satisfacción. Aquello había ido bien, mejor de lo esperado. El programa quedaba listo para emisión. Solo faltaban algunos retoques de postproducción. Las cámaras terminan de recoger las imágenes de la despedida mientras P. estrecha la mano de sus dos invitados efusivamente. La grabación ha terminado y todos se deshacen de sus micrófonos.

 

 

 

Más del autor

-publicidad-spot_img