Contra el amor

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No lo harás de otra forma, tendrá que ser a sovoz.

¿Una reprobación, una invectiva? O una jeremiada. Sea lo que sea, ya no vas a retrasarlo: hablarás contra el amor.

Contra el amor que no recuerda. ¡Ah, tristes amores amnésicos! Se olvidan de los paseos, de los besos, de los baños en los ríos de la juventud. Del temblor. (¿Qué tal un sorbito de “esencia memorial”, de ese jugo de mandrágora sobre el que escribió Cunqueiro?)

Contra el amor sin esperanza, sin proyección. O, mejor dicho, el amor que no sabe imaginar: vuela bajo y es incapaz de verse en el futuro, de gustarse en ese espejo.

También contra el amor egoísta, siempre buscando a quien le haga feliz. Frente a él, la concepción del amor como un puro dar: muy bien, pero… ¡además hay que desear recibir lo que el otro nos ofrece! Dijo Lacan que el amor es empeñarse uno en darle una cosa que no tiene a alguien a quien no le interesa. ¿No es también el deseo de obtener lo que creemos necesitar de quien no quiere dárnoslo?

En voz baja, sí, como una confidencia. Sin énfasis ni aspavientos. ¿Para qué? Ya Benítez Reyes, hace años, aconsejaba dignidad en la derrota: “Si alguna vez sufres —y lo harás— / por alguien que te amó y que te abandona…” Una noche de esas, alcohol por medio, en que se acaba hablando de la vida, se lo explicarás todo a algún amigo que aún te quiera oír… despotricar contra el amor. Contra el amor desmemoriado, contra el amor indiferente, contra el amor sin imaginación.

Y dices que ya no crees en él, pero tampoco estás muy seguro. Ni de eso ni de casi nada más. ¿Lo incluirás en tu credo del descreído, al amor? (Según Borges, “enamorarse es crear una religión cuyo dios es falible”). Pensaste darlo y recibirlo. ¿Era de verdad, era puro, era del bueno? ¿O medio fingido, y venía mezclado con otra porción de cosas? No es momento de distingos, ahora solo quieres pronunciar tu diatriba.

Aunque no renunciarás al recuerdo del amor adolescente. ¿Otra fantasía? Se ha desdibujado en la memoria: apenas queda una impresión vaga y sutil. Pero —extrañamente— aún muy poderosa, y ya no piensas que vaya a difuminarse más. Viene unida a la evocación de la lectura, aquellos años, de El gran Meaulnes: en el frío de la nieve y el silencio, una grata sensación de fuego en el hogar y la belleza serena de una mirada. Nada de eso desaparecerá del todo.

“Amor se escribe con llanto / en el diario amargo / de mi desencanto”, entonó como nadie Enrique Urquijo. Con llanto, sí, pero —como me recuerda Nacho— también sin hache (Jardiel). Es tiempo de dignidad y de reírse un poco de todo, así que prefieres, para cerrar tu filípica, hacerlo en voz baja. ¿Tal vez citando a Leonard Cohen? “A heavy burden lifted from my soul: / I learned that love was out of my control”.