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Mientras tantoDe todo lo efímero

De todo lo efímero

 

Qué caro se paga el beso que no va a ninguna parte, como los besos al aire, que quedan en el limbo de las cosas dolorosamente sin destino al igual que una confesión sin audiencia. Con ellos ocurre igual que con el árbol de la parábola: suenan aunque no haya escucha replicante perdiendo todo propósito.

 

Así sucede también con otros ingenios que no pueden verse, con los juramentos incumplidos cuyo lugar de destierro se desconoce o con el vaho que se vuela de las bocas en invierno: quedan a medio camino entre el cielo y el infierno sin bautismo. Me gusta pensar en ellos contenidos en un cajón de sastre junto a metas inalcanzables, globos que se escaparon y calcetines desparejados. Tal vez allí se encuentren con las cartas que una vez envié y no llegaron o confraternicen con todo aquello que nunca hicimos, colgados por las pinzas extraviadas que tampoco nos tomamos la molestia de recuperar. Ahí estará, según entiendo, también lo que nos fue robado: cada exhalación perfecta y cada lágrima innecesaria, cada conversación y cada tarareo. Quiero creer que se hacen compañía con una atracción semejante a la que una vez sentimos sin resultado, con idéntico caos y juventud.

 

Y así también morirán, como muere todo lo efímero en algún momento: hechos silencio. Así como lo hacen las hojas que el mendigo de Calderón fue desechando y, sin saberlo, otro recogió. Puede que ocurra con todo lo que ya no nos pertenece. Quizás otros sepan darle un uso mayor a nuestro dolor y a nuestra magia cuando dejamos que se marchen.

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