
El clásico, Madrid/Barça, ha producido grandes titulares y brillantes momentos para la reflexión. La primera: debería ganar la liga el Atlético de Madrid. Ningún medio reconoció que esa noche podían acabar siendo líderes. A nadie le importaba esa circunstancia. Apenas rellenan portadas ni obtienen titulares. Van contracorriente. Son la tercera vía y me gustan. Es más, si ganan la liga, quiero quedar con su entrenador, Simeone, para reírme, a poder ser, a carcajada limpia. Todos oímos reírse a Simeone de la comparecencia de Ronaldo y Ramos después del partido. Yo, perdonen, no lo puedo evitar, el discurso de algunos jugadores del Madrid me parece muy imperialista: “somos el mejor club del mundo”, traducción: estamos por encima de todos, “y nos envidian”. Ese continuo cántico llorica: “los árbitros nos perjudican”. Si eres detallista, te fijas, mientras hablaba Ronaldo, en la gruesa cadena de oro que rodeaba su cuello, en plena crisis, y no lo puedes evitar sentir una cierta antipatía hacia él. Y empiezas a preguntarte cosas, por ejemplo: ¿Por qué Ronaldo pasa inadvertido en algunas grandes citas? ¿Por qué no se le ocurre preguntarse cuánto cobra ese señor pálido que corre asustado por el campo? ¿Dónde vive? ¿Por qué es líder el Atlético de Madrid? El vestuario del Madrid debería de reflexionar más y se darían cuenta que la necesidad de cambiar de ciclo les provoca tanta angustia que matan sus propias posibilidades. En algunas páginas deportivas, los días previos al partido, se hablaba de ganar al Barcelona con contundencia, con venganza. Tener unas expectativas tan altas conlleva grandes fracasos, a veces difíciles de asumir. Por cierto, ¿será el nuevo ciclo de los atléticos?
En el otro bando, Johan Cruyff reflexionaba en voz alta: “El Barcelona lleva 3 años haciendo las cosas mal”; es obvio, tiene razón. Relaño le recordaba desde el diario As cómo se quejaba del entorno azulgrana cuando era entrenador del equipo. Sí, Cruyff ahora es parte del entorno que rodea al Barcelona. Es lo que tiene la humanidad, que suele negar todo lo que acaba practicando, solo es cuestión de dar un poco de tiempo.
Desde hace bastantes años ambas cavernas mediáticas, a través de las tertulias televisivas, radiofónicas, prensa escrita, periodistas que actúan como ultras, destilan odio sin encontrar ningún límite. Nadie detiene esta absurda neurosis, ni las cadenas de tv o radio, ni los directores de periódicos, ni los clubes, ni los políticos. La reflexión es la siguiente, ¿entonces, por qué tanto revuelo por el anuncio de Cesc? El anuncio era muy bueno, contaba maravillosamente el esfuerzo de concentración que tiene que realizar un gladiador a la llegada al coso en territorio hostil. Antes de seguir con la reflexión hacemos un paréntesis aclaratorio de vital importancia: el anuncio podía haber sido protagonizado por un jugador madridista, sevillista, bético… llegando a o saliendo de un feudo hostil. Pero la evidencia es clara, desde el punto de vista profesional, el spot era mejor que muchas de esas referencias mencionadas anteriormente, ¿por qué el propio presidente del Barcelona siente la necesidad de manifestarse en contra del anuncio cuando nadie hace ninguna declaración poniendo cordura a las cavernas mediáticas?
Yo vi el primer tiempo del partido en un bar de mala muerte de Leganés y me asusté. Oí decir cosas tremendas contra los jugadores del Barça. Sentí una violencia peligrosa contra Cataluña. Me asustó cómo germina el odio en las personas. Sé que en cualquier bar cercano al Camp Nou alguien con cierta simpatía madridista puede estar escribiendo una columna gemela a esta; además, amigos catalanes me dicen que hay un rollo extraño entre los propios catalanes, algunos de ellos se viene quejando de esta situación desde hace mucho tiempo, y me inunda una enorme tristeza. Cataluña es una de las culturas, de los paisajes más bellos que he conocido en mi vida. Siempre he sido feliz allí. Siempre me he sentido en casa. Y me viene a la memoria unas vacaciones en la antigua Yugoslavia, justo antes de la guerra entre serbios y bosnios. Eran vecinos, cenaban juntos los viernes y, de pronto, estalló todo ese odio soterrado que produjo tanto dolor, tantas muertes, y me surgieron las últimas preguntas: ¿A quién le interesa generar odio entre catalanes? ¿A quién le interesa fomentar el odio entre catalanes y otros ciudadanos de otras comunidades españolas? ¿Quién necesita tentar esa suerte?