
Después de semanas de pesquisas, he conseguido una entrevista con la joven escritora y disidente rusa Daria Serenko. La cita es en el Café Comercial de Malasaña, en pleno epicentro de lo que fue la movida madrileña. Hace calor y noto que la rodilla derecha me tiembla: ¡me muero por conocer a Serenko! Sus libros son como un puñetazo en el estómago, y a la vez están llenos de una sana ironía.
Llego con antelación y observo que hay demasiado ruido en el ambiente. Cuando aparece Daria, que a sus 32 años ha vivido en primera persona la cárcel, dos guerras y un golpe de Estado, le pido que busquemos otro café más tranquilo.
También lo hago por su seguridad; Daria es una disidente destacada. Encarcelada por el régimen de Putin en febrero de 2022, justo antes que la guerra de Ucrania mutara en una invasión a gran escala, ha escrito dos extraordinarias libros publicados por Errata Naturae: Chicas e instituciones y Deseo cenizas para mi casa.
P: Cuéntenos su periplo hasta venir a Madrid.
DS: Cuando huí de Rusia, no me instalé directamente en España. Primero estuve viviendo en Georgia, pero tuve que salir de allí porque el partido en el poder ha elegido una orientación prorrusa. Yo me sentía muy a gusto en Georgia, pero me reabrieron la causa penal, y Rusia no ha renovado mi pasaporte internacional. Tuve que salir muy rápido: Georgia se ha vuelto peligrosa.
No pude elegir a qué país ir, buscaba cualquiera de la Unión Europea que me aceptase. Por suerte, el Ministerio de Asuntos Exteriores español me acogió.
P: A efectos legales, ¿cuál es su situación actual?
DS: Ahora mismo, me encuentro en un estatus incomprensible: no soy refugiada ni tengo papeles. Si enfermo, no puedo ir a un hospital. Estoy a la espera de regularizar mi situación, como otros colegas de la oposición. Todos esperamos a que España nos legalice. Debido a la coyuntura política, han venido a España muchos venezolanos, y a ellos les están haciendo los papeles de inmediato. A mí en cambio, me resulta todo más difícil porque no tengo pasaporte.
P: Este último libro, Deseo cenizas para mi casa, es aún más impactante que el primero, Chicas e instituciones. ¿Cómo lo ha compuesto?
DS:. No he hecho nada especial, porque escribí este libro en circunstancias extraordinarias. Fue en los primeros días de la guerra. Yo ahora mismo a duras penas recuerdo este período, porque estaba en estado de shock. Ahora, si me retrotraigo a la primera mitad de 2022, me doy cuenta de que no me acuerdo de nada.
Si bien en el primer libro recuerdo cómo lo componía, alterando el orden de las partes para ver qué efecto conseguía, en este segundo el trabajo literario y de redacción fue en realidad mínimo. En algunos sitios se ve, es decir, yo lo detecto. Pero creo que ese es su mayor valor, que es fruto de un work in progress. Lo escribí fragmentariamente: algunos extractos de noche, o en las pausas de mi labor como activista, que es verdaderamente dura. Pero fue así, dándoles novedades a mis amigos desde la cárcel.
P: ¡Y yo mientras haciendo la entrevista con un sabroso blin! Disculpe, como porque luego vuelvo al trabajo.
DS: Uy, si yo me tomo un blin ahora, tendré que salir a correr. Y con este calor… –Serenko hace un gesto gracioso y abre sus enormes ojos. Ahora mismo, parece una diva del cine mudo–.

En fin, el inicio de la guerra fueron meses cuando nosotros los activistas desempeñamos diferentes profesiones. Fuimos periodistas, ayudamos a los refugiados como voluntarios, también asesoramos a nuestros colegas a los que les habían interpuesto una causa penal en Rusia, y fue un horror. Claro que no fue tan terrible como para los ucranianos: lo nuestro era distinto, sobre nosotros no caían las bombas, pero no teníamos ni un segundo de tranquilidad.
P: Usted tiene un apellido ucraniano, háblenos de sus orígenes.
DS: Sí, en mi familia somos rusos, pero con raíces ucranianas. Aunque ya no tengo a nadie allí, no me ha quedado ningún pariente ucraniano vivo.
P: ¿Y de qué familiar en concreto?
DS: Por parte de mi abuelo, al que yo nunca llegué a conocer.
P: ¿Cómo vivió el inicio de la guerra a gran escala entre Ucrania y Rusia?
DS: Entonces estaba en Rusia. Salí de la cárcel el 22 de febrero de 2022, y al día siguiente empezó la guerra. Fue un duro golpe, tuve que esconderme muy rápido. En Rusia, cuando ya has cumplido con el período de arresto, te pueden volver a detener. Si tienes antecedentes, entras en un círculo vicioso. A mí me dieron un teléfono, un DNI falso y un piso para esconderme, en el que pasé una semana. Luego trabajé, me fui a Georgia y me dediqué al activismo. Era urgente escapar, se hizo evidente que la situación se recrudecería por la guerra. Salió una ley contra los activistas. Yo era una persona pública, estaba entre los primeros en la lista. De repente la policía registró mi piso, así que mi marido y yo nos fuimos a Georgia.
P: ¿Su marido también está ahora en España?
DS: Sí, pero no todo el tiempo.
P: ¿Él es también activista?
DS: ¡Nooo… por suerte!
P: ¿A qué se dedica?
DS: A los videojuegos, es programador.
P: Pero ustedes no tienen hijos, ¿verdad?
DS: No.
P: ¿Y dónde viven tus padres (sin querer paso al tú, a Serenko parece no importarle): en tu Jabárovsk natal, o en Moscú?
DS: En Omsk. Yo nací en Jabárovsk, pero allí no viví mucho tiempo. Luego nos fuimos a Omsk. Casualmente, mi marido también es de esta ciudad siberiana, aunque no fue allí donde nos conocimos. Moscú es la ciudad donde he estudiado y vivido como adulta.
P: Mejor que tus padres no vivan en Moscú ni en San Petersburgo. Así están más seguros, ¿no?
DS: Cuando eres una activista conocida, como es mi caso, no importa dónde están tus familiares. Fueron a por mi madre, le llegó una certificación donde la citaban para declarar y le encausaron penalmente en Omsk. Es una práctica generalizada en Rusia, cazar a un familiar.
P: Pues yo le pregunté a Victoria Lomasko por su familia y me dijo que vivían tranquilamente.
DS: Ante todo, Victoria es una artista gráfica y muralista. La conozco personalmente, y sé que nunca la han relacionado con las barricadas de los activistas.
P: Su padre también fue muralista, en la época de la URSS.
DS: Exacto, y hasta donde yo sé, nunca han tenido problemas.
P: Entiendo. La situación actual de Lomasko es parecida a la tuya.
DS: Por qué, ¿está en España?
P: No, en Berlín. Pero también espera la regularización, aunque no quiere el estatus de refugiada.
DS: Yo sí que quiero ser refugiada. De hecho, no tengo otra opción. Por ejemplo, no puedo abandonar España en ningún caso. Y tiene pinta de que así seguiré durante los próximos años.
P: Pero eso no afecta a tu marido, ¿no?
DS: En efecto, él puede viajar. Es difícil de encajar que, desde Rusia, que queda tan lejos, nos puedan fastidiar la vida de esta forma. Pero basta con que te toquen el pasaporte para conseguirlo. Es una represión invisible. Y luego está mi condición de “agente extranjera”. También se me imputó el pertenecer a una organización ilegal. Pero hay situaciones peores. Tengo un amigo en Rusia al que han incluido en la lista de extremistas.
P: ¿Cómo te convertiste en activista?
DS: Empecé hace 10 años, poco después de la anexión de Crimea. Fui en Moscú a la manifestación de repulsa, aunque también había estado en las manifestaciones de 2012 en contra de la reelección de Putin. Es una labor vinculada a mi época universitaria. Nosotros protestamos reclamando libertad. A nuestra universidad empezaron a venir agentes gubernamentales que nos hablaban sobre el incendio ucraniano, llenos de propaganda anti Maidán, al estilo de Aleksandr Duguin. Yo estudié en el Instituto Superior de Literatura Maksím Gorki, muy retrógrado y con profesores ortodoxos practicantes. Había un contraste muy interesante entre la facultad y sus estudiantes.
P: Con tantas universidades como hay en Moscú, ¿por qué elegiste esa, tan anclada en el tiempo?
DS: Yo tenía unas notas maravillosas, pero no supe elegir. La escogí porque era la única universidad que te formaba en escritura creativa. Desde que tenía diez años he querido ser escritora. Aunque no me gustaba nada mi universidad, había una sólida oferta de formación humanística.
Y bueno, los estudiantes teníamos cierta libertad. Aprendimos muy pronto lo que significa la autogestión. Yo estaba en un curso muy potente, del que han salido muchos activistas y escritores, como mi amiga Galina Rymbu, que es una poeta muy conocida en Rusia. Ella se exilió a Ucrania hace 8 años. Ha conocido la que entraña la guerra desde el otro lado. He tenido la suerte de crecer con unos compañeros muy talentosos. Lo normal es que tus referentes sean personas más mayores, pero en nuestro caso no fue así. En aquella universidad, los estudiantes nos influíamos mutuamente.
P: ¿Qué nos puedes contar sobre tu próximo libro?
DS: Sí, yo ya estoy escribiendo mi próximo libro, que se titula en ruso Nuestros muchachos. Para un lector ruso está muy claro la asociación o el guiño del título. Para un español, sin embargo, no, y por eso lo cuento.
P: Suena un tanto soviético.
DS: Sí, aunque también en el contexto de la guerra de Vietnam, la propaganda norteamericana hablaba del regreso a casa de “our boys”, los soldados. En nuestro contexto ruso existe ese mismo debate. A quienes han ido a luchar a Ucrania les llaman también “los nuestros”, y son muchos los que se preocupan y sufren por ellos. En la oposición antibelicista somos conscientes de que algunos se han convertido en asesinos o criminales de guerra. Pero para nuestras mujeres, “sus muchachos” son todos héroes y no las puedes sacar de ahí. Especialmente si han muerto. Y esto es algo que humanamente podemos comprender. Las madres idealizan esa enorme tragedia, les mitifican, intentando darle un sentido a tantas muertes.
P: Así que es un libro sobre la cultura de la guerra y la masculinidad tóxica en Rusia.
DS: Sí, estoy escribiendo un libro sobre los hombres rusos. Pero no solo sobre los soldados, sino sobre muchos hombres diferentes. Algunos que se significaron políticamente, como Pavel Kushnir, el pianista que murió en la cárcel, o el célebre activista Alekséi Navalny, cómo no.
Por cierto, incluyo al periodista y agente español encarcelado, Pablo González Yagüe. No le conocí personalmente, pero le dedico un capítulo.
También quiero contraponer la historia de un desertor a la de aquellos hombres que han ido voluntariamente a la guerra y la apoyan. Ellos están dispuestos a morir combatiendo… si es que ya no lo han hecho.
En fin, estoy escribiendo un relato coral sobre los hombres, pero desde la óptica femenina. Un poco como el libro de la Premio Nobel bielorrusa Svetlana Alexievich, Los muchachos de zinc. Veremos a ver qué me sale, llevo la mitad. Escribo despacio, porque no es una prosa de altos vuelos. Se trata de un ciclo de relatos.
P: ¿Cómo es tu agenda: asistes a festivales culturales y encuentros literarios?
DS: Allá donde me llamen, acudiré, ya que no puedo salir de España. En Georgia sí que tenía visado. Mi trabajo es político, del dominio público, y para mí son muy importantes los viajes. Así hablo de Rusia, recaudo fondos y difundo mi trabajo. Tengo una oportunidad única de conocer el interior de España. No me importa si las instituciones que visito son grandes o pequeñas. Al menos, hasta que se legalice mi situación.
P: ¿Qué echas en falta de Rusia? ¿Y de Georgia?
DS: Hay muchas cosas que no echo de menos de Rusia, como el desgaste, ir a todas partes con tu portátil, llevar encima ropa y otros efectos personales por si acaso… Eso es parte de la realidad cotidiana de los activistas rusos.
Luego pasé dos años en Georgia. Allí, cuando veía a un policía, cruzaba la calle. Era un acto reflejo, de ser cauta.
Claro que echo mucho en falta mi entorno ruso. Es como la relación con los padres: simultáneamente los quieres y les odias, porque no puedes arrancarte tus raíces. Piensas en tu lengua materna, quieres a tus compatriotas, sufres por tus amigos… así que por supuesto siento nostalgia. Pero a mí me atrajo poderosamente Georgia, porque el tiempo y el clima son extremos en Moscú, y en Georgia hay más sol.
P: Sol como en España…
DS: Sí, aunque habría sido un cambio extremo si no hubiera pasado por Georgia. Allí tenía la sensación de estar en un balneario, donde la comida era muy sabrosa. Gracias a eso no me volví loca. Además, Georgia hace frontera con Rusia, lo que facilita muchas cosas. Cuando yo llegué había ya muchos refugiados ucranianos que necesitaban ayuda. Allí compartíamos espacio con la diáspora rusa y los refugiados ucranianos y bielorrusos. Creamos un círculo de miles de personas, y por eso no sentimos un cambio ni un vacío grande. Georgia está vinculada a Rusia dentro del contexto postsoviético, así que no fue un cambio radical. Hay que comprender, eso sí, que para Georgia Rusia es el país ocupante, y era totalmente normal volver a casa y ver una pintada del tipo “Russians go home” o similares. ¡Con lo que a mí me gustaría poder volver a mi casa!
Pero yo no tuve ningún problema con los georgianos: ellos sabían que mi único crimen era protestar contra el gobierno ruso.
P: ¿Qué te ha sorprendido favorablemente de Madrid?
DS: La actitud abierta hacia los inmigrantes. Creo que me entienden mejor que en otros países europeos. Aún no conozco al detalle la historia de España, pero creo que tenemos rasgos en común, como que hemos sobrevivido a una dictadura y a una guerra civil. España sabe lo que es el fascismo, y al igual que Rusia, conoce también lo que supone ser un imperio.
Como inmigrante intento empaparme de vuestra cultura, aprender sobre la dictadura de Franco, entender mejor a los catalanes y vascos, la importante historia de vuestras regiones…
P: ¿Habías venido antes como turista?
DS: No, nunca. Fue una emigración forzosa, completamente a ciegas.
P: ¿Te relacionas con las comunidades ucraniana o bielorrusa en España?
DS: Sé que existen, y más con la llegada de miles de refugiados. Pero yo no llevo tanto en España como otros. Según hemos visto en el caso de otros activistas como Navalny, no estás seguro en ninguna parte. Dondequiera que estés, pueden envenenarte. Hace justo un año (fuera ya de Rusia), asistí a un acto y se empeñaron en ponerme escolta. Entendí que temían un ataque.

P: ¿Cómo es tu trato con la comunidad rusa?
DS: Limitado, hay más rusos en Barcelona que en Madrid. En Madrid, la emigración es distinta, no está políticamente motivada. Hay partidarios de Putin en la diáspora rusa, aunque también hay muchos que no se meten en política. Como persona que ha huido de Rusia, me resulta complicado relacionarme con ellos. Me siento mejor con los recién emigrados.
P: Paradójicamente, quizá te entiendas mejor con los bielorrusos…
DS: Sí, yo empatizo mucho con la diáspora bielorrusa, hemos coorganizado actos con ellos a partir de las elecciones falsificadas de agosto de 2020. De todas formas, yo estoy en un período de adaptación donde apenas me apetece ver a nadie. El exilio es terrible cuando ya tienes una vida construida, una carrera como la que yo tenía en Rusia..
Primero en Georgia me tuve que construir un mundo entero de nuevo: amigos nuevos, adaptar el activismo a la nueva realidad, reinventar la relación con mi pareja… Y cuando cambió la coyuntura política allí, ¡bang! Me tuve que marchar y de repente me encontré en Madrid sola. Cuando vine estaba completamente sola y sin pasaporte, fue horroroso. Estuve un mes y medio sin pasaporte. Recuerdo que era verano, la temperatura era de 43º C y yo pensaba: “Dios mío, odio esto, no voy a aguantar aquí”.
Fue un shock escapar a España, piensa que me dieron 2 semanas para abandonar Georgia. No fueron precisamente unas vacaciones planificadas.
P: ¡Madre mía! Alguien dijo de la añorada reportera Anna Politkóvskaya, que era una persona íntegra, pero le faltaba sentido del humor. ¿Cómo haces para no perder la ironía y la distancia?
DS: Cuanto más cosas me ocurren y cuanto peores son, más surrealistas me resultan. Mi psique intenta adaptarse, es uno de mis mecanismos de supervivencia. Yo creo que los activistas, al igual que los médicos, tenemos mucho humor negro. El disidente es un ser empático e ingenuo, con un punto naïf. Es una forma de mitigar el dolor, porque no tienes ningún otro escudo ni coraza. Es muy sano mirar todo desde arriba y reírse. El humor es una de mis grandes armas.
P: ¿Qué planes inmediatos tienes?
DS: Me voy a Granada unos días, para mover mi libro y contactar con la universidad.
P: ¡Como yo, qué casualidad! ¿Cuáles son tus sueños?
DS: Es difícil tener sueños con una dictadura. Pero sí, ver el resultado, el fruto de mi activismo en vida. Sueño con que no haya ninguna otra guerra ni catástrofe. Con poder reconstruir mi casa. Y ahora me doy cuenta de que no tengo nada, de lo frágil que es todo.
P: (Las dos miramos discretamente al reloj. Pido la cuenta). ¡No me pienso ir sin que me firmes tu libro!
DS: ¿Tienes un boli a mano?
Veo cómo la activista rusa escribe y hace un pequeño dibujo. El texto de la dedicatoria es un tanto impersonal, habla solo en contra de Putin. Me fastidia un poco; al fin y al cabo hemos charlado bastante. Como para compensarme, Daria me guiña un ojo al despedirse.
Camino a Granada, busco a Daria. Resulta que tenemos un acto en la misma librería y una amiga en común.

De vuelta a Madrid, devoro las últimas noticias sobre Serenko: tan pronto la veo en un importante encuentro con la opositora Yuliya Naválnaya, como bailando danza social contemporánea. En redes tiene multitud de seguidores, aunque siempre escribe en ruso. Y es que denuncia como nadie la censura y las violencias contra el cuerpo de la mujer, un tema capital y tabú en Rusia.
En cualquier caso, me da rabia no ser más convencional en mis preguntas y no haber hablado de la futura paz en Ucrania. Así que le escribo un correo a Daria y a su agente con tres nuevas preguntas. Me responden rápido, aunque solo a una parte. Qué decepción, se ve que están ocupadas.
Compongo la entrevista con entusiasmo, incluyendo el material nuevo. Serenko empezó cauta y muy didáctica, pero luego se ha ido abriendo cada vez más. Tanto que no puedo publicarlo todo (el barrio donde vive, sus próximos viajes, apuntes sobre la oposición democrática rusa en España).
Planteo el dilema a los editores de la revista: como lo sustancioso está en los detalles, es difícil proteger a Daria sin que la entrevista pierda interés. Ellos se extrañan y creen que exagero, pero me dan carta blanca. Decido dejar pasar un tiempo; el mundo está cada vez más intrincado y en plena guerra no es imposible agredir a distancia. Mejor contaré los planes y viajes de Serenko cuando ya los haya hecho.
Abro las redes de Daria para actualizar nuestra charla. Habla de una traición en su entorno. Me enfado mucho. “¿Quién, cómo, a cambio de qué?” —me pregunto.
Definitivamente, ha llegado el momento de publicar esta entrevista.