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ArpaÉrase una vez un Don Quijote en el Este: Octavian Paler

Érase una vez un Don Quijote en el Este: Octavian Paler

Octavian Paler

“De costumbre, los hombres se dividen,
como en cualquier parte del mundo, en dos partes.
Los que no pueden vivir sin ilusiones. Y los que no
pueden vivir sin despreciarlas. Solo que las
ilusiones llegaron a ser, en el Este, más que un
problema del ser humano. Se convirtieron en un
problema político”.

Octavian Paler, Don Quijote en el Este

 

En una casa de la calle Tufelor, en Mahalaua Ferentari, por entonces una especie de línea fronteriza llamada Bacchus, no reconocida oficialmente como periferia de la ciudad de Bucarest, el escritor rumano Octavian Paler vivió durante su adolescencia y los estudios universitarios, lejos de su localidad natal de Lisa, con Coana Veta y su marido, compartiendo habitación con un cantante de música religiosa, al cual apodó Truman. En condiciones precarias, sin calefacción ni luz eléctrica, en un cuarto que durante el invierno era como “vivir en una cueva”, y con apenas recursos para coger un tranvía que le llevara a la universidad, el escritor evocó aquellos tiempos difíciles y oscuros que vivió en el Bucarest del ´46 en su libro La vida como una corrida.

Allí, en ese cuarto, confesó que había leído, por primera vez, la obra maestra de Cervantes, a la luz de una lámpara de gas. En aquella casita de adobe, en aquel silencioso y humilde barrio, disfrutó de la lectura de El Quijote y empezó a soñar con llegar a España y rehacer el camino de Alonso Quijano. No obstante su sueño se truncó y resultó ser una “mera aberración”, frente a la imposibilidad de emprender un viaje al extranjero: “No tenía dinero para pagarme cada día un billete para coger el tranvía número 8, que me llevaba de Ferentari al centro de la ciudad”.

Decepcionado por el mundo en que le tocó vivir, por la degradación de los valores morales, Octavian Paler regresó a la memoria colectiva de su pueblo, de su feliz niñez y esos tiempos de la infancia pasada en Lisa, su paraíso arcadiano, un pequeño pueblo en la región de los Montes Făgăraș. Ya sea que describa, narre o reflexione, Paler siempre regresa al pasado. Y lo hace porque cree que es la mejor manera de entender el presente, pensando no solo en una lógica de continuidad del mundo sino también en que, como decía Marguerite Yourcenar, hablar del pasado es “hablar del amor por la vida porque la vida está mucho más en el pasado que en el presente”.

En varias ocasiones manifestó su gran fascinación por El Quijote y su libro, Don Quijote en el Este, es un ejemplo de ello. El libro de Paler es una obra en contra de un régimen. Habla de la supervivencia en el comunismo durante la dictadura de hierro de Ceauşescu, y de cómo la Securitate, con insistencia y cinismo, buscaba reclutar gente preparada para ser colaborador, y poder de ese modo, recabar información.

El hecho de ser perseguido por la Securitate para que accediese a convertirse en un informante es lo que desata en Andrés, uno de los personajes del libro, la ira y la abominación. Un diálogo estremecedor, de una gran lucidez, mediante unas cartas imaginarias enviadas entre el autor y su amigo, que había abandonado el país, y donde éste le hace una pregunta clave:

“¿A propósito, tu Don Quijote sabe, por si acaso, cómo es sentir abominación?”.

Don Quijote en el Este es, ante todo, un libro muy complejo que invita a reflexionar sobre la identidad rumana que, tras casi cinco décadas en las que fue confiscada y falsificada políticamente, ofrece al lector, de manera clara y sincera, los pensamientos de un hombre libre. Quiénes y cómo son los rumanos es la pregunta obsesiva de Paler, que no deja de ser una historia sobre el complejo identitario rumano. La presencia de las ilusiones en la memoria colectiva durante la dictadura, frente a la indiferencia del oeste que no tiene tiempo para soñar porque time it´s money: 

“No puedo presumir de que hice algo loco. Sin embargo, soy uno de los portadores del ‘quijotismo’‚ que se cuela hasta donde puede en nuestro mundo pragmático, donde el único valor seguro es el dinero”.

El libro, en forma de diálogo entre dos amigos es, de hecho, una conversación entre el autor, que representa a los rumanos que eligieron o fueron obligados a permanecer en Rumanía durante el período comunista, y Andrés, que representa a los rumanos que prefirieron huir al extranjero y buscar asilo político.

Su Don Quijote presenta la vida de los rumanos antes de la revolución y el período inmediatamente posterior, visto desde la perspectiva de un intelectual que presenta un mundo igual de indiferente que en los tiempos del comunismo.

“No hay tragedia de la que no hayamos intentado reírnos”, dice Paler refiriéndose al pueblo rumano. “De todas las desgracias que nos sucedieron, no creo que nos hayamos librado de una de la que no nos hemos reído. Para nosotros era más fácil oponer a la desesperación una ironía que una revuelta”.

En una plaza del distrito donde vivía había un pedestal vacío, imagen que desde su incompletitud había llegado a ser algo obsesivo para el autor quien habló así en un capítulo del libro:

“En la inmediata vecindad de mi casa, más allá del paso de peatones, hay un pedestal vacío, de mármol rojizo. No creo que haya un símbolo más relevante que pueda caracterizar mejor nuestro estado de ánimo hoy día. Si de mí dependiera, colocaría encima del pedestal macizo de marmol rojizo, donde ahora sestean los cuervos, una estatua de Don Quijote, en su armadura hilarante y solemne, con su lanza en mano, listo para el combate. Temo que lo que negamos, y también los desengaños, nos llevaron al punto donde uno empieza a considerar el idealismo una tontería, y que lo que necesitamos es pensar más en nuestras ilusiones”.

Quizá Paler pensó en que, si sobre aquel pedestal se hubiera colocado una estatua o escultura representando a Don Quijote, ésta habría podido tener una función apotropaica, la misma que tenían en la antigüedad los bustos griegos, de protección contra la adversidad, de ahuyentar todo lo maligno, y las fuerzas oscuras del enemigo. O, quizá, colocado enfrente de las casas el busto del caballero de La Mancha hubiera atraído la buena suerte, en aquellos tiempos de hambruna, pauperidad y falta de libertades consecuencia de una dictatura feroz, donde reinaban el odio y la censura. La lucha con los molinos gigantes representaba, de hecho, la batalla contra las adversidades diarias en un mundo sin luz, lucha que parecía interminable.

Paler, como el personaje de Cervantes que irrumpía en las vidas de los lectores, hacía pensar en aspectos morales desatendidos, reclamaba justicia y, con su voz siempre crítica contra las injusticias, sacudía conciencias. En sus discursos siempre manifestaba su opinión acerca del famoso caballero errante y la imprescindible confianza en las ilusiones, mencionando la lectura de ese libro tan necesario para una profunda introspección personal:  

“Don Quijote nos podría ayudar, esa es la impresión que me da, a que analicemos mejor nuestros defectos. Algo imprescindible, pienso yo, si queremos saber qué es lo que nos pasa. En ese ambiente cargado de odio que nos envenena la vida, hoy día la capacidad de amar de Don Quijote puede parecer un milagro y, por consiguiente, nos hace pensar. Y estar mejor preparados para escapar de la miseria moral donde nos zambullimos hoy con tanta furia”.

Sintiéndose, a veces, “un extranjero en su propia patria”, confesaba que se sentía bastante frustrado de que los hombres no actuaran conforme a sus convicciones, algo que consideraba fundamental en la vida, y de ahí su gran admiración por el ‘caballero de la triste figura:

“Prefiero estar del lado de los que ven a Don Quijote como un ‘Cristo español’. Don Quijote, a su manera, propone también una especie de religión, aunque, en lugar de doce apóstoles solo lo acompaña un escudero, convencido de que su amo lo nombrará gobernador de una ínsula. La religión propuesta por Don Quijote se basa en la ‘confianza en las ilusiones’, es decir, en otra forma de amor. Este anciano, que parece estar listo para ser ingresado en un manicomio resuelve, si lo pensamos bien, el problema más enredado de la filosofía: el propósito de la vida. Este gracioso anciano nos enseña, si no nos apresuramos a divertirnos con su forma de actuar, que lo esencial en la vida es tener convicciones”.

Viajó a Egipto, Italia, México, Grecia y España, pero el país de Cervantes fue el único que realmente lo conquistó y que quiso conocer en profundidad desde su adolescencia, cuando creía estar emparentado con Don Quijote. Y también le hubiera gustado aprender el euskera como su tío, George. Incorregiblemente sedentario, fracasó en su intento de cumplir serenamente los sueños de su juventud. No llegó ni al Polo Norte, ni pudo recorrer la ruta de Don Quijote, como había soñado. Sin embargo, logró conocer la ciudad de Madrid, y disfrutó de las Tres horas en el Museo del Prado, en companía de Eugenio D´Ors y del arte que tanto le fascinaba.

Llevaba al lector a sus viajes al extranjero, a través de sus libros, y también a través de sus viajes interiores, con aquella autenticidad, sinceridad y lucidez imprescindibles para un escritor siendo, al mismo tiempo, crítico con la inmoralidad y los abusos del régimen comunista. Y con la misma sinceridad confesaba en su libro El desierto para siempre: “el mundo no estaba hecho para los soñadores, sobre todo para los que se contentaban en soñar con su vida”.

Tenía una capacidad de observar el mundo hasta el más mínimo detalle con la misma pasión que sentía por la vida. De ahí su gran decepción ante lo que veía a su alrededor: la mediocridad, una realidad que se encargaba de destrozar destinos e ilusiones, donde el dinero era el “poderoso caballero”, único valor verdadero.

Tuve la suerte de conocer al maestro Paler, como solían llamarle sus lectores y admiradores, gracias a mi madre, que trabajaba en la Unión de Escritores. Su figura imponía por su gran altura y su notoria calvicie. De lejos, a primera vista, parecía arisco, inaccesible, frío. No tenía nada que ver con el hombre real. Octavian Paler era como un lord inglés, refinado y elegante. Practicaba la humildad de los que entendieron que para poder llegar a ser un gran escritor había que forjar el carácter, siguiendo el camino de “la afirmación de lo humano”, como diría Paul Celan. Era afable y, una vez que te acercabas a él, tras un primer intercambio de cortesía, enseguida sentías su cercanía. Empezaba una conversación que no querías que terminara nunca. Era iremediablemente melancólico e introvertido, único e irrepetible, y sobre todo tímido, cualidades que hacían de él una personalidad carismática.

Sus libros me acompañan, desde una estantería de mi cuarto, todos dedicados con su letra inconfundible. Al abrir una página de Rezad para que no os crezcan alas leo su dedicatoria, que atesoro también en mi corazón: “Para Diana Nicoleta, con el deseo de que pueda ver confirmadas sus ilusiones”. Y recordé cómo aquel adolescente, soñador y romántico en medio de las incertidumbres, llegó al Bucarest del 46 solo con una maleta de madera y un baúl para hallar su suerte y cumplir sus ilusiones.

La vida no hizo posible poner coronar su gran deseo de hacer la ruta del Quijote. No le quedó más remedio que dejar atrás un gran sueño sin cumplir. Me gustaría pensar en que, mediante las dedicatorias escritas en las páginas de los libros que me regaló, el maestro Paler, con quien compartí el amor por España y por el inolvidable y extraordinario Don Quijote de Cervantes, expresaba también su deseo de que yo pudiera cumplir ese sueño. Y, con esa promesa, vuelvo a leer sus libros donde su espíritu y energía están tan presentes como el día en que le conocí.

Su voz literaria mantiene todavía intacta su fuerza, y él, que aseguraba que teníamos tiempo para todo menos para un poco de ternura, se hizo luz sideral en la inmensidad de lo eterno, sabiendo que morir significaba mudarse a una estrella.

Bibliografía:

Octavian Paler, Don Quijote en el Este, Editorial Albatros, Bucarest, 1994.

Daniel Cristea-Enache, Conversaciones con Octavian Paler, Editorial Corint, Bucarest, 2007.

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