Ya conocía diversos experimentos informáticos para escribir; de hecho, había hablado sobre los mismos en Pangea (en concreto, sobre el experimento de Enzensberger aquí descrito, o sobre Crossing the Street, de Kevin Brooks, que a su vez era una aplicación de los Cent mille milliards de poèmes de Queneau). También he escrito sobre el muy sugestivo Libro flotante de Caytran Dölphyn, de Leonardo Valencia. Ingrid Carlander, Eduardo Kac o Nuria Vouillamoz han examinado más ejemplos posibles, y han puesto en cuarentena los resultados. Al final, parece ser que la calidad del resultado depende más del talento del programador o del jugador que del programa; la literatura resultante sólo es tal (literatura) si de alguna manera un talento literario humano (siendo humano todo: el programa, el sistema, el ordenador,
la inteligencia programadora, etc.) se cuela en el sistema como deus ex machina y gobierna el proceso o va recortando o limitando los resultados azarosos, cercando las posibilidades creativas. El azar o random model está detrás de todos estos procedimientos informáticos, y parece ser que las probabilidades de que un sistema alfanumérico obtenga una obra literaria valiosa, pese a las cavilaciones de Borges en su maravilloso relato
Lo que no quiere decir que estos sistemas no puedan ayudarnos a escribir, desarrollar nuestra inventiva y habilitar nuestras/nuevas capacidades. Ese es un tema a explorar con seriedad, y como es asunto que me interesa acepté el desafío de fronterad.com de sumergirme en el PAC (Poesía Asistida por Computadora) del escritor y programador Eugenio Tisselli, para ver qué podría sacarse de él en claro. El desafío consistía en que un verdadero poeta se enfrentase a la máquina para esclarecer horizontes. Como me considero poeta, pero dudo mucho que pueda ser calificado de “verdadero”, se me ocurrió que lo mejor era plantear el punto de partida pensando en un poeta de verdad, Luis de Góngora. La máquina, accesible en http://www.motorhueso.net/pac/index.php, funciona del siguiente modo: presentada como una ayuda para momentos “sin imaginación”, se parte de un «verso base», preferiblemente corto. De ahí se pasa a otra página en la que se nos ofrece la posibilidad de “sacudir” cada palabra del verso, para llamar a otras del mismo campo semántico. Cada sinónimo (no siempre son sinónimos fieles) va expandiendo las posibilidades significativas, de modo que si partimos de la palabra “cántico”, las variantes “cantar” o “aleluya” rápidamente nos irán dirigiendo, al plantear sinónimos de las mismas, hacia lugares insospechados en un principio. Esa pérdida leve de sentido, acumulada e incrementada en sucesivas permutaciones, es lo que puede
acabar generando la extrañeza suficiente para encontrarnos ante “otro” poema. Además, el sistema de Tisselli ofrece la posibilidad de “retocar” la variante obtenida, ya que pueden producirse fallos de concordancia o errores similares. Pero es que la literatura es eso, ya lo dijo Alejandro Gándara y lo recordó Jorge Riechmann: “la movilización de los recursos de extrañeza”. Donde las palabras “movilización” (movimiento voluntario y controlado) y “extrañeza” (resultado azaroso o extraño, raro en el sentido de inhabitual y de precioso) generan un oxímoron que es, en sí mismo, la almendra significativa de lo literario, sobre todo de lo literario poético.
Así que con mucha curiosidad y no poca alevosía me acerqué a PAC. Y, como dije antes, lo hice teniendo en la cabeza la poesía de otro. Pensé, sin tampoco elaborarlo demasiado, de qué forma definiría en un verso la poesía de Góngora; a ser posible, en un verso –para extremar el procedimiento–, sin preposiciones ni artículos. Un verso que en sí contuviese cierto extrañamiento. Y me salió:
inaudito cálculo asombrado
Situadas las tres palabras en el PAC, comencé a sacudir cada una de ellas. Mi propósito no era obtener un poema, sino preguntarme si el PAC sería capaz de crear (cierto que con un poco de dirección, pero es que esa dirección ya está prevista por el programa), un verso gongorino. Es decir: no un verso de Góngora, rastreable en sus obras completas –un juego diferente y no falto de interés, pero que requeriría de un explorador con más tiempo libre que yo–, sino algo diferente: un verso que pudiera pasar por una línea de Luis de Góngora.
Con ese desaforado propósito, pero qué es un propósito literario sino un desafuero, un estar lejos del fuero, un quedarse aparte de la jurisdicción, un situarse a la intemperie, comencé a sacudir a las palabras, que en el fondo es lo que hace cualquier poeta:
inaudito juicio asombrado
inaudito juicio interés
novela juicio interés
La siguiente variación me pareció sugestiva: “novela intuición interés”. Intuición e interés, he ahí lo que debería de ser toda novela. Pero no eran las tautologías críticas el objeto de nuestro desafío, así que seguí provocando al caos:
raro intuición consideración
raro instinto estudio
De súbito me pareció que debía intervenir. Y que la intervención debería tender al género femenino. No me pregunten por qué. Cuando le doy a mi mujer a leer alguno de mis poemas, siempre me pregunta: “¿Por qué has escrito esta cosa?” A mi respuesta habitual (“no tengo ni idea”) se opone la inmediata suya: “ya se nota”. La cuestión es que mi retoque fue sustituir “raro” por “rara”, quizá porque en mi mente “rara” apelaba, según la polisemia arriba expuesta de la palabra, a la esencia misma de la poesía gongorina. Y seguimos el proceso:
rara facilidad escolar
rara facilidad carácter
rara destreza identidad
rara destreza carácter
Bingo. “Rara destreza carácter”. He aquí un hallazgo. Habíamos topado con otradefinición plausible y hermosa de la poesía gongorina, expuesta con una alteración sintáctica característica del genio cordobés. Encontrar lo que no se busca, he ahí una buena definición del hecho literario. Pero no era esto lo que perseguíamos; el desafío propuesto nos dirigía a obligar al PAC a originarnos unos versos gongorinos. Entonces el programa hizo algo inesperado, y tras sacudir “destreza” para toparnos con una poco predecible “medida”, se sublevó y expuso nada menos que lo que sigue:
una vez que en la luna azul medida papel
Parecía que nos estábamos alejando. Con lo que, en realidad, y como siempre ocurre en la poesía que más me interesa, aquella que como decía Derrida “corre siempre el riesgo de no tener sentido, y no sería nada sin ese riesgo”, nos estábamos acercando. Sentí que la nieve ardía, como dijese Ángel González, y supe que estábamos cerca. Solicitando diversas variables, fuimos sitiando el concepto:
una hora que en la fruta llena azul medida método
una hora que en la fruta llena azul celeste método
Y, con un par de pulsaciones añadidas, llegamos al final:
a una hora en que la fruta llena
azul celeste método congrega
Dos endecasílabos que sí podrían, a mi juicio, haber estado en un soneto de Góngora. ¿Es Góngora el autor? No. ¿Soy yo el autor? No. Los derechos a Eugenio Tisselli y su PAC, que han acrecentado el corpus gongorino:
a una hora en que la fruta llena
azul celeste método congrega
Me encantan.
Autor: Vicente Luis Mora