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Mientras tantoFelicidades, fronterad

Felicidades, fronterad


El Zar es todo un caballero, un tío culto y refinado, adinerado y con buen gusto, que respeta a las damas y cultiva la amistad y los buenos sentimientos por encima de cualquier otra cosa en la vida. En fin, un señor. Enamoradizo y romántico el pobrecito, disfruta de una vida tranquila, sacrificada, laboriosa y productiva que hace que a su alrededor sólo florezcan el bien, el respeto, la armonía y «el buen rollito». No es ese personaje soez, deslenguado, machista, vulgar y chabacano que muchas personas de mala fe dicen que es. Y tampoco está deseando en el fondo de su alma que le metan un rabo por el culo, como algunos o algunas han dado por comentar en este blog. Claro, hacen esos comentarios porque escriben anónimamente, no dan la cara, no firman sus creaciones. Sin embargo, el Zar da la cara, ha contado aquí su vida, la de su familia y sus amigos, con un par de… Pero el Zar no es así, no es como ellos, cuida de los suyos, lleva un sueldo digno a casa (sin necesidad porque es rico de familia, ya lo he dicho), no es ocioso ni abúlico, vago o perezoso. Es diligente y servicial, fiel, leal, muy amigo de sus amigos.

 

Pero cuando se me cruza un coño por la calle me pongo loco. Se me va la olla, la desnudo con la vista, enseguida quiero decirle algo, procuro cruzarme con ella y cuando estoy a su altura me chuperreteo los labios con la lengua y le digo desde bien cerquita: «guarra te voy a meter la lengua por el culo y el rabo por la boca». Pero no, no, ese no soy yo. Es un pronto.

 

Un buen amigo mío se escapaba de la oficina a cada rato sin motivo ni justificación; el muy cabrón se desaparecía y no daba señales de vida durante una hora. Un día lo seguí y vi cómo se metía en el retrete. Estuve al quite y cuando salió me fui a por él. Siempre tenía cara de agobiado, andaba triste y sudoroso, había sido un gran follador pero ahora estaba en horas bajas, se iba a casar y se le veía dubitativo. Eso pensaba yo: «es el peso de la responsabilidad, la pesada carga del matrimono en ciernes». Era mentira, estaba preocupado porque seguía muy salido y nervioso y dos o tres veces al día se iba al baño a hacerse pajas para relajarse. «Joder -pensé-, este está peor que yo». Al final se casó y todo volvió a la normalidad. ¿Cómo fue eso posible? Años después él me mostró el camino a María Dolores y del Rosario, catedrática de psicología conductista de la Universidad Autónoma y especialista en obsesiones sexuales de todo tipo, traumas varios del bajo vientre, dolencias indeterminadas del corazón y penurias psicosomáticas varias. Ella me llevó al diván e hizo de mí un hombre nuevo, otra persona, la que te contaba al comienzo de este post. Pero esa es otra historia.

 

Felicidades, fronterad, que dures mucho más para que yo pueda contarla.

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