Hoy tiemblan (un poco) los poderosos

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Cuando se aprieta demasiado, cuando se exprime sin límite, cuando falta la plata... entonces asoma la dignidad. Los poderosos, hoy, tiemblan un poco.

 

Es cierto que la cosa está muy amañada. Es difícil que el entramado político-financiero que nos (des) gobierna deje el poder. Suele cambiar de rostros y de siglas para que nadie cambie, suele jugar a la promesa de cambio para que se enraícen sus fortunas y su control sobre las estructuras sociales. Hans Magnus Enzensberger, el poeta y lúcido ensayista alemán, en Balada de Al Capone, nos muestra sin trampas cómo la mafia es sólo una fase del desarrollo del capitalismo, aunque yo añadiría que el capitalismo, en la etapa actual, ya sólo se puede definir como mafioso. La familia se renueva, pero los capos controlan su estructura a base de un sistema que combina miedo, clientelismo y recompensas y mediante portavoces que dan la cara en los puestos del Gobierno.

 

Si ya quedan pocas dudas de que México es un Estado mafioso o que Honduras es un narco-estado, en el fondo sus tecnologías políticas no se diferencian mucho de las utilizadas en Europa o en Estados Unidos, apenas otras estéticas pero no otra ética.

 

Sin embargo, hoy los poderosos tiemblan un poco. Los mexicanos parecen haber decidido pasar de ser víctimas a ser humanidad reclamando la verdad y la justicia sobre el caso de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa como punta del iceberg de una realidad para la cuál solo hay un responsable final: el Estado. Los griegos, echando mano de la estética electoral,  acaban de dar una patada en el culo a los portavoces de la mafia que solían gobernarlos. El futuro es incierto, pero es el pasado lo que conocemos y en base al cuál los griegos han dado una lección desde su pírrica cuenta corriente de soberanía y autonomía. En Panamá, los electores también le dieron una lección al capo mayor –Ricardo Martinelli-, que cometió el error de gobernar por sí mismo y de convertir la presidencia en la sede de la ‘famiglia’. Lo sacaron del poder y, aunque no renovaron el parqué político, sí han empujado lo suficiente para que ahora estén entrando al hotel entre rejas los principales miembros visibles de la mafia de Martinelli.

 

Es poco lo que tiemblan, pero tiemblan. La culpa es de ellos. No se puede tensar tanto la cuerda, no se pude humillar sin límite, no se puede exprimir sin dar tiempo a respirar. La soberbia de algunos poderosos sólo se asienta en el bienestar económico de sus víctimas, pero cuando la plata falta la dignidad asoma… ¡cuidado!

Me perdí en Otramérica, esa que no es Iberoamérica, ni Latinoamérica, ni Indoamérica, ni Abya Yala... y que es todas esas al tiempo. Hace ya 13 años que me enredé en este laberinto donde aprendí de la guerra en Colombia, de sus tercas secuelas en Nicaragua, de la riqueza indígena en Bolivia o Ecuador, del universo concentrado de Brasil o de la huella de las colonizaciones en Panamá, donde vivo ahora. Soy periodista y en el DNI dice que nací en Murcia en 1971. Ahora, unos añitos después, ejerzo el periodismo de forma independiente (porque no como de él), asesoro a periódicos de varios países de la región (porque me dan de comer) y colaboro con comunidades campesinas e indígenas en la resistencia a los megaproyectos económicos (porque no me como el cuento del desarrollismo). Este blog tratará de acercar esta Otramérica combatiendo con palabras mi propio eurocentrismo y los tópicos que alimentan los imaginarios.