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Mientras tantoLa letra mata

La letra mata

La soledad del creyente   el blog de Stuart Park

Hemos sugerido que la crisis que provocó en Cowper y Kierkegaard la historia del «sacrificio de Isaac» se debió, en el fondo, a una hermenéutica errada, un asunto que trasciende el problematismo del trauma personal, ya que gran parte del rechazo de la Biblia en el mundo contemporáneo resulta de una interpretación carnal de un texto cuyo mensaje central es espiritual. Así  lo entendieron los autores del Nuevo Testamento que vieron en el sacrificio de Isaac una prefiguración cristológica que ilumina aspectos de la muerte y resurrección de Jesús.

La lectura cristológica del Antiguo Testamento es otra de las grandes lecciones que aprendí gracias al profesor Gooding tanto en su casa en Belfast como en España, país que visitaba con frecuencia.

DAVID GOODING

Simplificando, y sin desviarnos de nuestro tema, podemos señalar dos polos interpretativos opuestos que no se ajustan a la intención de los escritores bíblicos, a mi modo de ver. Por un lado, Rafael Sánchez Ferlosio, ganador del Premio Cervantes de Literatura, en sus «Apuntes de polemología» (God & Gun) considera el relato de Génesis 22 una aberración que no se debe rebajar, en aras de una supuesta «confianza» por parte de Abraham en un final feliz, lo que supuso para el patriarca la prueba inhumana impuesta por Yahvé:

«Desde el principio he desconsiderado la dificultad que podría comportar para mi propia tesis [énfasis mío] el diálogo de los versículos 7 y 8, que es el siguiente: 7. “Entonces habló Isaac a Abraham su padre y dijo: ‘Padre mío’, y él respondió ‘Heme aquí, mi hijo’. Y él dijo: ‘He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está la res para el holocausto?’ 8. Respondió Abraham: ‘Dios proveerá la res para el holocausto, hijo mío’. Esta respuesta podría interpretarse como expresión de una secreta confianza [énfasis mío] o certidumbre por parte de Abraham de que Dios no va a permitir que él mate a su único hijo, tan amado, y sobre todo tan necesario para que su “simiente” perpetúe la descendencia prometida de la alianza. Pero sería incurrir en la terrible vulgaridad de convertir el sacrificio de Isaac en una pamema, en una ficción, en un jueguecito en el que Dios y Abraham se hubiesen guiñado el ojo, de modo que la prueba de obediencia de Abraham no sería más que una comedia coram populo».

Muy al contrario, la «prueba de Abraham» es de una seriedad absoluta que, a mi juicio, solo encuentra paralelo en la de prueba de Cristo en el Gólgota y Getsemaní y no debe verse como una pamema o ficción.

En el polo contrario se encuentra el error de interpretarlo como una invitación o exigencia de renunciar a un amor (caso de Kierkegaard) o un puesto de trabajo profesional (caso de Cowper) para demostrar que se es un verdadero creyente dispuesto a someter los deseos propios a la voluntad de Dios.

Pero nuestra intención no es polemizar sino hablar de la soledad del creyente y ninguno como Abraham en su camino hacia el encuentro fatídico en Moriah, un hecho ilustrado a través de los silencios que evoca su narración. Eric Auerbach en su seminal libro Mímesis, la representación de la realidad en la literatura occidental llamó la atención sobre esta característica de la literatura narrativa del Antiguo Testamento:

«Las figuras están trabajadas tan solo en aquellos aspectos de importancia para la finalidad de la narración, y el resto permanece oscuro; únicamente los puntos culminantes de la acción están acentuados, y los intervalos vacíos; el tiempo y el lugar son inciertos y hay que figurárselos; sentimientos e ideas permanecen mudos, y están sugeridos nada más que por medias palabras y por el silencio; la totalidad, dirigida hacia un fin con alta e ininterrumpida tensión, y, por lo mismo, tanto más unitaria, permanece misteriosa y con trasfondo».

Auerbach contrasta la narrativa bíblica con los poemas homéricos:

«Los poemas homéricos, cuyo refinamiento sensorial, verbal, y, sobre todo, sintáctico parece tan superior, resultan, sin embargo, por comparación muy simples en su imagen del hombre, y también en lo que respecta a la vida que describen. (…) En los relatos bíblicos, todo esto es completamente diferente. Su intención no es el encanto sensorial, y si a pesar de ello producen vigorosos efectos plásticos, es porque los sucesos éticos, religiosos, íntimos que les interesan se concretan en materializaciones sensibles de la vida. Pero la intención religiosa determina una exigencia absoluta de la verdad histórica».

Abraham salió hacia Moriah sin decir nada a su mujer (ella habría impedido su misión), ni explicó a sus siervos el propósito de su viaje (probablemente por idéntico motivo); y, por supuesto, no dijo nada a su hijo, a quien amaba. El autor de la Epístola a los Hebreos llenó los huecos narrativos y los interpretó así:

«Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito, habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia; pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado (parabolé) también le volvió a recibir» (He. 11:17-19).

La letra mata, como sentenció san Pablo, el espíritu es el que da vida, un axioma que abre la puerta a una comprensión cabal de la Palabra de Dios.

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