

Lo primero, elogiar la atractiva publicación de la encomiable editorial Libros del Innombrable, de Zaragoza, por añadir, a su muy vistoso y “raro” catálogo, el precioso libro que contiene tres textos de la saga “Chicharro”: el texto del discurso leído en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando por el pintor Eduardo Chicharro Agüera, Ciencia y arte del colorido, el día 14 de mayo de 1922, cuando ingresa como académico (y la breve contestación de Marceliano Santa María en ese mismo acto); las palabras de la conferencia pronunciada por Eduardo Chicharro Hijo (así firmaba Eduardo Chicharro Briones), Tres aspectos en la pintura del maestro, dedicada al arte de su padre, en el Museo de Arte Moderno de Madrid con motivo de la exposición de Eduardo Chicharro Agüera el día 13 de mayo de 1944; y el Epílogo de Antonio Chicharro Papiri, nieto, aún vivo, de Chicharro Agüera e hijo de Eduardo Chicharro Briones, pintor y fundador del movimiento vanguardista el Postismo, y de Nanda Papiri, pintora igualmente y asimismo partícipe de la vanguardia postista. En Libros del Innombrable ya publicó hace un par de años Antonio Chicharro las Memorias del niño Toni, que no tratan, en realidad, de toda la vida del médico, sino de la estrecha relación que este Chicharro, nieto e hijo, tuvo con su ilustre progenitor. Todo este material ha sido editado, e introducido, por Raúl Herrero, propietario de la editorial y director de la colección Golpe de Dados, en la que ha aparecido el libro, ofreciendo al lector un prólogo minucioso, y utilísimo para adentrarse en el sustancioso meollo del volumen.

Eduardo Chicharro Agüera (Madrid, 1873-1949) estudió en la Academia de San Fernando y fue discípulo de Joaquín Sorolla. Fue uno de los pintores más resonantes en su época, siendo pintor de cámara de Alfonso XIII. Pensionado por la Academia de España en Roma, de 1900 a 1904, fue director de la misma durante 13 años, desde 1913 a 1926, residiendo allí con toda su familia, entre los que se contaba su hijo, el pintor y poeta Eduardo Chicharro Briones, que siempre conservó una gran veneración por su padre, galardonado, en exposiciones nacionales e internacionales, con medallas y premios. Tuvo como alumno al célebre pintor y muralista Diego Rivera. Su obra se guarda en algunos museos, aunque, actualmente, no en todos se expone. Sí que se puede contemplar una selecta representación de su obra en el museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, donde se exhiben dos importantes cuadros suyos, su Autorretrato y Las tentaciones de Buda. Según declara en su contestación Marceliano Santa María, Chicharro Agüera fue “pintor colorista por excelencia”.

El discurso leído por Chicharro Agüera muestra una gran sabiduría. Él fue un pintor colorista y en su discurso expone con maestría la teoría del color, su ciencia. Afirma que “el color nace en el ojo y es una sensación fisiológica”. En su tan detallada disertación alude a la ley de Purkinje, según la cual “los colores cambian según la luz que reciben”. Para Chicharro, Rembrandt es el pintor de la forma, mientras que Rubens es el pintor del color. Siendo él tan colorista, sin embargo dota al dibujo el máximo poder en la obra: “Con solo el trazo se pueden representar todas las formas de la Naturaleza. El color no tiene ese poder; necesita de la línea, como de un armazón en que fundamentarse.” Es más, cierra su discurso en el mismo sentido: “Embriaguémonos en la sensualidad del color; pero no olvidemos la forma, que es su arquitectura.” Al acabar de manifestar en su charla una bien cimentada teoría del color, se demora en aplicar esta teoría a obras de arte concretas. Se detiene en el célebre fresco del retrato pompeyano de Prúculus y su mujer. Chicharro entonces ignoraba que estudios recientes demuestran que en realidad el retrato representa no a Prúculus sino a Terencio Neo. En la edición hay una curiosa nota que explica que en Pompeya había personas de origen humilde “que lograron ascender en el escalafón social. En el fresco, Terencio Neo aparece con una toga, un signo de su estatus social. También sostiene un rollo de papiro, lo que indica que era un hombre de letras. Su esposa, por su parte, lleva una toga corta y sostiene una tablilla de cera. La tablilla de cera era un instrumento de escritura común en la época, y su presencia en el retrato sugiere que ella se encargaba de la contabilidad de la panadería y la casa. El retrato de Terencio Neo y su esposa es una valiosa fuente de información sobre la vida cotidiana en la antigua Roma. El fresco muestra que, incluso en una sociedad estratificada, las personas de origen humilde podían alcanzar el éxito y el reconocimiento.”

En su conferencia, lo primero que hace Chicharro Briones es proclamar que a su padre lo llamaban “el mago del color”. Y, jugando con el apellido de la saga, destaca que lo esencial de la condición “Chicharro”, indudablemente quien la atesora es su padre: “Chicharro se llama quien ha pintado estos cuadros, Chicharro también soy yo, y mi hijo. Pero lo que verdaderamente es ‘Chicharro’ es esta modalidad que aquí vemos, el espíritu que se desprende de esta pintura.” Chicharro Hijo (o Chicharro Chebé o, incluso, Chicharro Botijo) recorre con acierto la pintura del maestro (“Mi padre para mí es el Maestro; mi admiración, la que se acumula más con el entendimiento que con el cariño”). Pues bien: “En primer lugar, hemos de observar que se trata de un pintor de figura, eminentemente, y, en particular, de composición”. Y cita, oportunamente, al padre: “El primer factor emocional del cuadro es la composición”, prefiriendo que le consideren más compositor que retratista. Aunque nada menos que 17 retratos tiene la exposición en la que Chicharro Briones se ubica. A lo que añade que Chicharro padre es un técnico, subrayando que pocos se han preocupado “como él de la técnica y química del color y el empaste, del estudio del colorido y de la luz”. En muchos de sus comentarios en el análisis de la pintura de su padre, se doblega al seductor carácter del artista: “Muchas veces envidio esta juventud eterna que le acompaña”, comprobando “ese camino ascensional en el que nunca se detiene.” Los aspectos que ve en la pintura de su padre, Chebé los resume, sencillamente, en lirismo, narración y psicología. Al principio, cantando, poetizando, seguidamente contando, siendo realista, para acabar objetivando, actuando como crítico. Según su hijo, Chicharro Agüera primeramente fija su atención en sus contemporáneos, luego se desinteresa de ellos y pone su mira en los impresionistas, para a continuación hacer con los impresionistas igual que ha hecho con sus contemporáneos. Al cabo, “¡No llega a comprender las bellezas del surrealismo!… ni falta que le hace.”

Eduardo Chicharro Briones se inició como pintor, teniendo gran influjo de su padre. También, como él, fue pensionado de la Academia de España en Roma, siendo muy amigo de otro pensionado, el pintor Gregorio Prieto. Ya en Italia, donde transcurre su infancia y juventud, y donde nacen sus dos hijos, comienza a orientarse a las letras, a la poesía. Cuando funda el Postismo, en Madrid, en unión de Carlos Edmundo de Ory y Silvano Sernesi, ya es plenamente un poeta, y no solamente un poeta, sino un espléndido teórico, como se puede ver en el arquitectónico texto del primer manifiesto postista, firmado, y conformado, únicamente por él. Vuelve a España y da unas charlas muy originales en Radio Nacional de España y es profesor en la Escuela de San Fernando, donde tiene discípulos que van a ser famosos pintores, como Lucio Muñoz, Eusebio Sempere o Antonio López. A este último, siempre le he oído nombrar a Chicharro como Don Eduardo. En Madrid sigue pintando. Tiene su estudio en el Pasaje de la Alhambra. Retrata a Carlos Edmundo de Ory en la figura de Cristo, o viceversa. Buena parte de los ingresos familiares (estuvo casado con la también pintora, italiana, Nanda Papiri) provenían de su pintura, pues era muy buen retratista y no le faltaban los encargos. Al caducar el Postismo, siguiendo a menudo Chicharro su praxis en metros clásicos (romances, liras, sonetos), su poesía se transfigura dando lugar al largo poema-libro Música celestial, forjado en la mayor tonalidad humanitaria, abarcadora, suprasensible, que una poética puede ofrecer.

Antonio Chicharro Papiri, un hombre de una gran valía, mas de talante humilde, trata en su texto de evocar el mundo de su padre y de su abuelo con un carácter “puramente doméstico”, como escribe. A su abuelo, el nonno, lo conoce cuando la familia se establece en Madrid y viene de Italia: su padre, su madre, Fernanda Leonessa Papiri Raponi, su hermana Ana María, la primogénita, ya, hace poco, fallecida, y él, el “niño Toni”, bautizado así por los postistas. Como el niño Toni era buen estudiante, una vez al mes veía al abuelo, le enseñaba las notas, recibía de sus labios una sonrisa y de sus manos unas monedas, y no está seguro si un beso en la frente; pues el nonno, “sin saludar a nadie, se dirigía a sus aposentos”; así era su temperamento. Cuenta Antonio Chicharro Papiri que su padre, que hizo viajes interesantes, incluso tomó contactos, en París, con los surrealistas, en uno de esos viajes volvió de Munich a Roma en bicicleta. En la Ciudad Eterna Chicharro se trató con De Chirico y Marinetti. Trabajó como doblador en Cinecittà y pintó retratos de gente aristocrática, como Pignatelli, que fue muy amigo suyo. Toni, según relata en sus memorias, antes citadas, fue una especie de secretario de su padre, pasándole sus trabajos a máquina: “Conozco bien los temas sobre los que escribía porque yo era su escribano” en una máquina de escribir de la marca Remington, “lejos de las modestas Hispano-Olivetti”. Y observaba muy bien que su padre, a su llegada a España “tuvo que lidiar por conciliar dos personalidades, la del pintor, por un lado, y la del escritor, por otro.” Hoy Chicharro, incomprensiblemente, está un tanto olvidado, cuando es uno de los grandes. Su hijo declara una profunda veneración por él, mantenida después de tantos años desde su muerte, acaecida en 1964, y sentida “cada vez con más fuerza y sentimiento.”