
El hemisferio sur del continente americano me malcría con lunas imposibles. Algún gafas levantino podría pensar que están rellenas de manjar.
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Ella, que atrajo mi cuerpo hacia sí en el Cabo Polonio, elige el delta del Paraná para invitarme a perder la razón. Comienza el juego: voltea a babor y a estribor desdibujando su rastro; se refleja en los cristales del navío y se esconde tras sus pilares, como en un guiño arrebatador; se fragmenta en miles de pedazos, reencarnada en las gotas resecas de lo que un día fue el Río de la Plata. Va y viene, incansable como una niña.
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De repente, se fija allá en lo alto una perla rebosante y soberana, luminosa.
Como esos faros de la costa uruguaya; como la luna llena de hoy.
Sincronizar los ciclos para conjurar este naufragio permanente.