
Nunca olvidaré el día que me apunté en el curso de guión impartido por Manolo Matji, Fondo Europeo, INEM, Ministerio de Cultura, en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, actualmente Museo del Traje.
Inscribirme en el taller fue una gran decisión que tomé con grandes dosis de inconsciencia; definitivamente, yo optaba por el exilio interior. Sí, me divorciaba de la izquierda, rompía con mi vida cotidiana y asumía mi error a la hora de elegir profesión, en ese momento era maestra. Era un giro de 360º en mi vida.
Siempre se me dio bien soñar. Por ejemplo, batía con gran facilidad los récord de natación en las olimpiadas desde el salón de mi casa, aunque no supiera nadar. Aprender a nadar me costó un gran esfuerzo. En mi colegio no había clases de natación y mi familia no tenía tradición deportiva. Tuve que esforzarme mucho para mantenerme a flote en el agua. Hoy, nado perfectamente en piscina, pero el mar me da mucho respeto. Disfruto con las olas, me abandono… pero con muchas limitaciones.
Con Matji lidié por primera vez una relación donde el otro se permitía el lujo de darme su opinión sincera, aunque doliera. Yo soñaba en casa con ganar un Oscar, un Goya… bueno, soñaba con la gloria cuando era incapaz de entregar un trabajo que tuviera la presentación adecuada de un guión.
Era muy duro exponer en clase y oírle decir: Rosa, vete a casa, mete tus páginas en lejía y si te quedan 4 frases date con un canto en lo dientes.
Lloré, le odié, nos gritamos, nos ignoramos… Fue un western psicológico intenso. Hoy, con la perspectiva del tiempo, quiero agradecerle desde aquí ese taller, esa actitud. Sé que fue un gran maestro, tal vez mi mejor maestro. Nos separó el psicoanálisis. Sí, uno de los gestos que escondía mi exilio interior fue el firme propósito de no aceptar ninguna teoría o ideología defendida por otras personas. Yo quería investigar por mí misma. Recuerdo el día que me dijo: Rosa, hacerlo así te va a llevar mucho tiempo. Tenía razón, me ha llevado mucho tiempo, pero hoy puedo decir que los interrogantes sobre mi vida que me llevaron a querer hacer cine o escribir han sido respondidos y sé que los cimientos de mis respuestas los empecé a construir en aquel taller. Aquel taller y mi exilio interior, ambas cosas hicieron el camino más largo y duro, pero también más genuino y auténtico.
Las personas se diferencia en dos clases: las que son capaces de encajar las críticas, y modificar los comportamientos y las personas que no son capaces de asumir responsabilidades, personas que no evolucionan. Lo he visto en mi vida profesional, privada, recibiendo otros cursos, impartiendo clase. Hay personas que son incapaces de medirse con el error, con el conflicto, no pueden aceptarlo y ese es su límite; un límite muy difícil de mover. En las escuelas, universidades, talleres… deberían de ser sinceros con este tema y enseñar a sus alumnos a reconocer e intentar vencer esta dificultad. Si no puedes modificar tu conducta, si no puede asumir tus errores, tienes un problema muy serio en la vida que te impedirá, en el mejor de los casos, madurar.
Pero volviendo a Manolo Matji, y mi deseo de agradecerle aquellas clases en la última planta del museo, con esas maravillosas y enormes ventanas, semejantes a un avión, pilotado por un hombre que se atrevía a decir la verdad: esto no funciona, esto no es lo suficiente bueno, aquí la historia está más abajo, no has llegado todavía. Sí, sufrí, pero todos los días me levantaba temprano y cruzaba Madrid para sentarme frente a él e ir atesorando el valor suficiente para mirarme al espejo y verme… Y no hay nada tan duro como verse. Por supuesto, el espejo no siempre reflejaba que era la más guapa del lugar. A veces fui Blacanieves, y a veces no. Pero nunca rompí el espejo, nunca intenté asesinar a otras Blancanieves. Son decisiones, a veces instintivas, que surgen en tu vida y que tomas sin darte cuenta de lo importante de la elección.