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Mientras tantoMúsica e investigación

Música e investigación


La radio tiene la ventaja de la inmediatez, del recordatorio inmediato de algo o alguien que ya no existe y cuya desaparición ha dejado de algún modo huella. No conocí a Antonio Vega, cantautor y poeta que murió hoy hace once años cuando era todavía joven. Ni siquiera coincidí en su esplendor, en el éxito de su carrera, por estar fuera de España. Me introduje en su música bastante tarde, cuando ya había fallecido, pero ahora cuando a veces lo escucho me sigue gustando. Me atrae su malditismo y su previsto y solitario final.

Estaba esta mañana lluviosa leyendo acompañado de Se dejaba llevar por ti, uno de los temas más conocidos del fallecido artista y que más me encanta, cuando apareció el trío roedor. Me sorprendió la familiaridad con la que llegaron al salón, pulcros y uniformados con su mono anaranjado, como si ya fuera su casa de toda la vida. Me daba cuenta de que Freddy, Teby y Abigail se sentían bien y confiados de que no terminarán muertos a escobazos como amenazó hace dos madrugadas bastante encolerizado Vicedós por mis críticas al conducator.

«Buena música, amigo», me saludó Freddy, que de las tres ratas es la más expansiva. Teby y sobre todo Abigail, la hembra, son más tímidas, más reservadas, pero tan pronto se rompe el hielo hablan y no paran sobre su Cuba natal, de su actual ciudad residencia, Nueva York, de sus aficiones literarias, de las próximas elecciones presidenciales norteamericanas, de la figura del inquilino de la Casa Blanca, de su último escándalo a raíz de un encontronazo con una periodista asiática y, naturalmente, del trabajo que ya han iniciado por encargo de la universidad de Columbia para investigar el comportamiento humano comparado con el de otras especies a la luz del Covid-19.

Leen la prensa digital, española y anglosajona, escuchan la radio y ven la tele mucho rato. Son inteligentes y autónomas. Ya han aprendido a encender el aparato y a manejar los mandos. Les interesan sobre todo los informativos, los programas de debate y las entrevistas con políticos, científicos y ciudadanos de a pie. Toman nota en sus tablets de última generación. Intercambian opiniones entre sí sin levantar la voz y de vez en cuando me preguntan una duda que no les ha podido resolver el diccionario político español-inglés para ratas. Son bastante respetuosas con mi tiempo libre y mis horas de descanso. Sin embargo, están siempre prestas a escucharme si yo les doy un juicio que sin duda es subjetivo.

Hoy les pregunté cómo se estaba desarrollando la labor. «Avanzamos, pero esto es largo. Quizá necesitemos ir a Madrid a ampliar el trabajo», afirmó Freddy. Nada dije, pero pensé con fastidio que estos peculiares inquilinos tienen previsto quedarse en el piso varias semanas sin pagar un sólo euro. No sé si me leyó el pensamiento, pero Abigail -siempre las hembras son más prácticas con los dineros- se adelantó: «Caballero, no se angustie. La universidad le pagará generosamente por los gastos de nuestra estancia, la de nosotros tres, así como los desperfectos que la traviesa camada cantarina pueda causarle».

Me explicaron que han realizado un trabajo de campo en el vecindario. En un par de días han entrevistado a las aproximadas sesenta familias que viven en el edificio. No me atreví a preguntarles cómo lo hicieron: ellas, ratas, y los moradores, humanos y muy desconfiados. No quiero que lo interpreten como un prejuicio de discriminación animal. ¿Pero cómo reaccionaron los vecinos? ¿Avisaron al conserje y éste a la brigada raticida?

Me sorprendí enormemente al oír que habían encontrado bastante receptividad. «Muy colaboradores, señor Esteruelas. Nos abrían la puerta, nos invitaban a pasar al salón y respondieron a las preguntas que les formulábamos. No tuvieron reparo en decirnos cuáles son sus simpatías políticas y a quién votarán en las próximas elecciones. Algunos nos despidieron regalándonos una cacerola, una pequeña bandera española y un cedé que incluía el himno nacional español», dijo Freddy. «¡Sí señor, extraordinariamente amables!», le interrumpió con entusiasmo Teby mientras Abigail marchaba a la cocina y volvía con dos brillantes cacerolas regalo de los propietarios de apartamentos sitos en la Escalera C. «Vea usted qué generosidad, caballero», dijo con alborozo.

Yo, ciertamente, no salía de mi asombro. Les pregunté si se habían interesado por dónde estaban alojados. «Sí, alguno de ellos. Les dijimos que en su casa. Espero que eso no le cause problemas, ¿verdad?», afirmó Freddy. «Pues no sé bien qué decir. Veremos, pero me parece que tanto regalo encierra un poco de ironía, de darme una lección por no coincidir con sus simpatías políticas», respondí intranquilo.

Los resultados de la encuesta fueron abrumadores como cabía esperar. Me parece que me dijeron que alrededor del 80% de los vecinos vota a Vox, un 15% al PP, 2% a Ciudadanos, 2% al PSOE y el restante a los animalistas. Los roedores de la Columbia pudieron entrevistarse también con la población canina y gatuna de la finca. La mayoría de ellos se abstuvo y un par de canes optaron por silenciar su preferencia por temor a las consecuencias y a ser arrojados al mar por sus dueños.

«Escuchen, señoras ratas, esta encuesta no refleja del todo la fotografía política del país en estos momentos y harían un flaco favor a la seriedad de su investigación si la toman como concluyente. Está más sesgada que la del CIS de Tezanos», declaré muy pomposo y dramático. «¿El CIS de quién?», interrumpió Teby. «Esa es otra historia que no viene a cuento», corté.

En cualquier caso, me explicaron, tienen claro que la crisis vírica ha polarizado aún más a la sociedad española, casi como si se tratara de una confrontación por el momento pacífica entre buenos y malos, entre sociocomunistas y fachas. «Hay una obsesión por parte del Gobierno y de quien lo apoya de destacar el éxito para ocultar los fallos. Es como una estrategia para enfatizar que fueron los primeros en imponer medidas de reclusión muy restrictivas, los primeros en buscar el diálogo y el consenso y casi entre los primeros a la hora de realizar las pruebas de control…». «Sí, Freddy, no siga por favor. La historia la conozco y por si se me olvida ya está el primer ministro para recordármela», interrumpí.

«Sí, es cierto», prosiguió esta vez Abigail, cuyo perfil es de socióloga a diferencia del de psicólogos de sus dos colegas. «Hay una obsesión por parte de las autoridades, pero igualmente percibimos la misma obstinación en la oposición, que zanja todo afirmando que el Gobierno miente, oculta datos, es incompetente y el jefe del Gobierno debe forzar la salida de Podemos y su líder, Pablo Iglesias», continuó.

«¿Y cómo lo ven ustedes?», inquirí ante la mirada vigilante y ratera de los tres investigadores de la Columbia. «Pues no muy bien para serle sinceros», sentenció Freddy. «Mire, la crisis sanitaria es muy grave pero la económica es todavía peor y si no hay un consenso de todos los partidos, empresarios y agentes sociales mucho me temo que la situación se agravará más si cabe», añadió. «Sí, la misma música de antes. Los hombres de negro de nuevo. Los mismos perros con distintos collares», concluí con pesimismo.

«Bueno, no desespere, señor Esteruelas. Su país ha sabido salir de situaciones muy críticas antes. ¿Por qué no también ahora?», afirmó Freddy. «¡Dios le oiga!», suspiré. «Yo no creo mucho en Dios, amigo, sino en los hechos, en los comportamientos», sentenció.

«¿Por cierto, qué tal si nos tomamos un blanco con unas aceitunas en la terraza, mirando con un ojo al mar y con otro al cielo por si llega el milagro ahora que ha dejado de llover?», propuse.

«Wonderful!», gritaron en inglés las tres ratas investigadoras.

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