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Mientras tanto¡Niu LLorc, Niu LLorc! Horteras y paletos

¡Niu LLorc, Niu LLorc! Horteras y paletos


Retomo las palabras del ínclito y obsesivo Dr.J. ¿Hay alguien que no haya estado en Nueva York este verano?

 

 Estoy harto de payasos y payasadas, de horteras y paletos. Estoy cansado de la progresía de salón que escupe babas delante de la embajada norteamericana a la mínima que puede exigiendo la retirada de las tropas de Irak, o de donde se tercie, y después acude enjoyada a Los Ángeles a chupar pollas y a ver si le cae algún Oscar (claro que también podría ser Óscar, ¿por qué no?). Estoy hasta los huevos de ejecutivos de medio pelo que cobran un 20 por ciento más porque han pisado las calles de Manhattan y han asistido a clases en una universidad privada, aunque no se hayan enterado de nada. No importa, también hubiera acudido yo si mi papá hubiera tenido dinero para pagarme un máster en marketing numerario especializado en vender humo (master in smokeselling) porque sólo hace falta dinero, que no currículo (um), para entrar en esas universidades. “Poto” cada vez que me acuerdo del Bardem en su Bardemcilla, borracho, insultando a algún ingenuo de provincias que vino a los madriles a ver si se lo encontraba en el bar de su familia, ¡y vaya si lo vio, al gran actor borracho e insultando a todo quisqe, entre ellos a mi pobre amigo de provincias! Soy alérgico a las telas de Abercrombie Fitch, a los niñatos que me invitan a pasar a esa asquerosa tienda mostrando su pubis rapado, con su música atronadora y sus vendedoras putitas asiliconadas. Me río de los niños bien que se sientan en el Vips de la Calle Velázquez luciendo sus prendas recién adquiridas en esta estúpida tienda, que abrirá muy pronto sus puertas aquí también, en la Plaza del Marqués de Salamanca, mientras vacilan a las niñas pijas de la zona. ¡Y mira que están buenas las muy putas, joder! Rubitas, perfectas, delgaditas, moninas de catálogo que desayunan en Le Pain Quotidien, frente a la embajada italiana, hierbajos y tetitos aromáticos que les ayudan a cagar los poquitos gramos que ganaron en la última parranda con el garrafón del Gabana. Yo les arrancaría sus telitas Abercrombie, les pondría las nalguitas rojas a base de galletazos, después les separaría bien las posaderas y les metería la lengua por el ojito del culo para que se enteren de una puta vez de qué va el sexo. Niñatas proyflem que se creen malas y listas porque esnifan coca, modernas porque echan un polvete o se hacen un dedo y cuando llegan a los veintiocho les entra el pánico a la soledad, el vértigo de la edad, y se lanzan despavoridas blandiendo sus mejores armas a la caza de un ingeniero del Icade-Icai que sólo ha follado de oídas o pagando; o mejor, a por los que han estudiado de verdad en la Pública, como cabrones, quemándose los ojos y follando aún menos porque no podían pagarlo, esos que ahora sí ganan un dineral sudando sus huevos, cargados de amor y de leche, y que caen rendidos ante los encantos de las niñas bien. Ya no importa que ellos sean de Moratalaz o Villaverde, o de Coia, en Vigo, no, ahora no importa porque ya manejan tela y el dinero lo tapa todo.

 

 No me habléis de Nueva York, mamoncentes, que parece que hoy en día basta con vivir allí o haberlo hecho, o haber estado un par de semanas de vacaciones, para tener currículum, como si de sus calles emanaran literatura, mercadotecnia o simplemente dólares, y bastara con pasar por allí para venderse en España como excelente ejecutivo o escritor maldito, o “enfant terrible” del mundo de la cultura y las exposiciones culturetas, que retorna levitando, cual hijo pródigo, sobre las calles de Madrid. Yo también te puedo hablar de Niu Llork, hombre de Dios, querido lector o bobo de baba. Vete a la Bus Terminal de la calle 42 con la Octava Avenida, dirígete a la puerta 200 y coge el autobús 154 o 156, cruza el río por el Lincoln Tunnel, bájate en la calle 42 con Bergenline y camina calle abajo para que veas lo que es “Nueva Dork”, esa regresión a la Sudamérica profunda, sucia y perdedora, poblada de malos olores, putas sucias y caras de indios, de cubanos escapados de la dictadura, esas calles que mamé y amé cuando tenía trece años y trabajaba en la fábrica de ropa de mis tíos, cubanos típicos, para salir adelante. A 20 minutos exactos de Times Square. Claro que flipé, porque era mejor que la mierda que se respiraba en mi amada y extraña España, pueblerina, miserable, llena de paletos clásicos, de aldea, bocadillos de chourizo y atraso. También tuve tiempo, sí, para recorrer las playas de Nueva Jersey, Wildwood y Seaside Heights, y babear con las niñas en bikini, que tomaban copas en los bares instalados en la misma arena. ¡Ahhh, zorritas calientapollas!, como nos metíamos tranquila y disimuladamente entre ellas para arrimarles el cebollo enhiesto, porque no es lo mismo verlas en bikini en la playa que con luz de discoteca. No, no es lo mismo un top less en la playa que en un local con música con sus luces titilantes o cegadoras. Había días en que cogíamos el autobús a la calle 42 de Manhattan, con sus homeless negros borrachos y desdentados, sus putas gordas, recostadas en las esquinas con las piernas abiertas, el pantalón roto, sin bragas, enseñando sus coños secos y sus pubis encanecidos; sus policías mal encarados que te daban un porrazo si te acercabas demasiado y no hablabas inglés. Entonces el cabrón de mi primo, de 20 años, me llevaba a un show girls abierto a plena calle y me decía: “entra ahí en esa cabina que yo entro en la otra”. Menos de un metro cuadrado con olor a sudor, babas y corrida. Se abría una pequeña ventana ante ti y ahí veías, sobre un escenario cutre, a tres o cuatro tías completamente en pelotas que te pasaban el coño a un palmo de la cara, yo echaba la mano para agarrar aquello y las muy putas se retiraban y te decían: “tip, tip”. Vamos, si quieres tocar, paga. Lo peor era ver las caras asquerosamente desesperadas de los morenos que se asomaban por las otras ventanillas. Mi primer contacto con el inglés fue descargando un camión de ropa con mi tío en la 11th Avenue. Se acerca un negro enorme y con cara de buena persona y me dice: «¿iu tá?» Yo, ni caso, que esto no va conmigo, y el jodido negro insiste. «¿iu tá?». Nada que le tengo que hacer frente aunque me parta la cara y veo que mi tío se ríe como un hijo puta. ¿Qué coño pasa? Nada chaval, que te dice que si estás cansado. ¿… you tired? La hostia. ¡Viva mi master en Nueva York en 1979! Ciudad triste en un país acomplejado, con una crisis galopante, con cuarenta diplomáticos secuestrados en la embajada de Teherán, sin gasolina en las gasolineras y gobernado por un imbécil tan querido en la Vieja Europa , como odiado allí.

 

 Vale que Andrés Ibáñez nos lo cuente porque, al fin y al cabo, él se fue a Vermont (joder que tostón de lugar, tan hermoso como aburrido), aunque también me imagino que habrá pasado por Nueva York. El mismo Ibáñez se redime rápidamente porque, como bien dice, en las calles de Madrid, en sus aceras y en sus cruces está todo lo que uno necesita para ser feliz.

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