
Aquel día adelantaron la reunión a las cinco de la tarde porque a las nueve teníamos que estar todos en una céntrica discoteca de Madrid para celebrar la fiesta anual de la compañía. Yo nunca me siento a la mesa, siempre en un segundo plano, sin abrir la boca, tomando notas y sólo si el director general me interpela, respondo, conciso y seguro. Hay que sobrevivir. Pero observo con atención: eso no es un equipo directivo, es un grupito de amiguetes que se protegen entre ellos y siempre buscan a algún pringao al que echarle la culpa. Yo soy un lobo estepario, me gusta apartarme, contemplar la manada desde la distancia y así evito sus encerronas y sus dentelladas. Pero, al final, siempre viene alguien exigiendo fidelidad a la manada y si no tragas, estás jodido. Generalmente ese papel corre a cargo del mamapollas lacayuno, ¡ojo!, no confundir con el mamapollas mamporrero. El mamporrero es el número dos de la compañía, se encarga de preparar todo para que el jefe sólo tenga que llegar y clavarla. El director queda como Dios sin rascar bola, el número dos le recuerda subliminalmente lo imprescindible que es y se cuelga la medalla. El mamapollas lacayuno sonríe, asiente, malmete, babea, hace que hace, entra raudo en la sala con pasitos cortos y rápidos, como niño jesuita que es, el culito respingón y se sienta muy cerca del «dire». Yo le llamo «el eco», siempre habla, comenta, apostilla y no aporta nada; chupa y chupa, pero no muerde. El número cuatro de la compañía es el más peligroso, por ahora. Sólo tiene 35 años y ha llegado con las tijeras del recorte. Joven, ágil, inteligente, «supermotivado» y muy bien preparado, masterizado y remasterizado en alguna prestigiosa universidad de Nueva York mientras papá pagaba apartamentito en el Upper East Side. Para él sobramos todos los mayores de 45, así que unos cuantos ya olemos a cementerio. Pero mamoncete, yo me he follado unas cuantas putas bien guapas y caras en el mismo despacho que ocupas tú ahora, imbécil, y mi departamento facturó 15 millones de euros el año pasado, así que te va a costar tumbarme. Tarde o temprano perderé, lo sé, pero estoy casi seguro de que antes de que eso ocurra tú te habrás convertido en uno más de la manada.
Llevo muchas semanas frecuentando el departamento de atención al cliente con cualquier excusa. Allí peroreo a ratos con Teresa, un bombón de piernas perfectas, ojos castaños, rubia de bote (chochote morenote), tan zorra como manipuladora, que trae al personal masculino de cráneo. Me hago el intelectual, ya ves, yo que leído cuatro cosas y me he enterado de dos, así que imagínate: ella me mira como si yo fuera Dios mientras hablo de Víctor Hugo y del yo del infinito. Pero cualquier excusa vale cuando se trata de follar y más sin pagar. Creo que la tengo medio camelada y me la encuentro en la fiesta de la compañía. Del evento en sí, mejor no hablar, te lo resumo en dos palabras: una mamonada de ejecutivos americanizados que se reúnen con otros triunfadores, excompañeros, que están ya en otras empresas y así mantienen el contacto. Se trata de que si me joden aquí, tú me recolocas allí, ¿vale? Teresa y yo nos enzarzamos a hablar, sin parar, de todo, como si nos conociéramos desde que éramos niños y me confiesa que le gustan mucho las tías, con ellas disfruta sexualmente más que con los tíos, pero con nosotros se «siente psicológicamente más protegida…». Esto se jode. El dire y sus acólitos no me quitan ojo. Que se pajeen, ellos mandan en la empresa, pero aquí mando yo. Número dos se acerca a hablar con nosotros… vamos, más bien a babosear con Teresa y ella lo despacha: «esta noche soy de tu amigo». Si he oído bien, esta es la mía. Nos largamos de allí rápido, nos cruzamos en la puerta con la directora de expansión de negocio, Tatiana, cincuenta y dos años, muchas horas de gimnasio encima y varios kilos de licra y maquillaje, pero aún así, fofea. Me fulmina con la mirada, sí, Tatiana coñoseco me odia porque sabe bien que soy un vendemotos de día y un putero de noche.
Efectivamente, Teresa era lesbiana y mucho, aquella noche la bauticé como «la macho». Cuando paré el coche tomó la iniciativa sin darme tiempo a respirar, me agarró por el poco pelo que me queda en la nuca y me obligó a bajarme al pozo. Joder, en aquellos momentos pasó por mi cabeza, en desfile interminable, la cantidad de rabos, lenguas y coños que habrían pasado por aquel agujero que yo estaba chupando, pero a ver quién se resisitía si casi no podía ni moverme, en aquella postura tan incómoda, en el asiento trasero. Al fin y al cabo, pensé, el sexo es un intercambio de líquidos, de fluidos, saliva, orina, semen, aliento y olores fuertes, mierda, sudor, microbios y bacterias. O es eso o no es nada, sólo espiritualidad estéril que no sirve para nada. Me besó y me mordió mientras yo le advertía que no se pasara, que tenía jeva en casa. «¿Y yo novio, y qué?». ¡Hostias, es más puta que yo. Esta tía me encanta! Me recolocó a su antojo, se metió el rabo en la boca y me dio unos cuantos galletazos en las nalgas que, todo hay que decirlo, me gustaron. Parecía que me pegaba para meterse el rabo más adentro. «¡¿Pero tía, qué haces, si ya te has puesto mis pelos del pubis de bigote?! No paraba, estaba fuerte y era pura fibra, no como la Tatiana coñoseco.
«La macho» me trató al día siguiente como yo he tratado a muchas, como el puto egoista infiel que soy, así que no tengo nada que reprochar. Con educación, con frialdad, manteniendo siempre la distancia, como si no hubiera pasado nada entre nosotros, con sonrisita burlona y no te entrometas en mi vida; no me dio una segunda oportunidad. Pero Teresa me había hecho llegar muy tarde a casa la noche anterior, así que tuve que improvisar. Que se entere el ejecutivillo de las tijeras y los masters, que yo soy un hombre con recursos. Después de dejarla en su casa me fui a la calle Agustín de Foxá, número 10. Allí hay un pequeño taller en un garaje abierto todos los putos días del año. Venden baterías. Compré una, cogí la factura, tiré la batería pa’l carajo y me fui a casa. Dejé la factura en algún lugar discreto pero visible. Es la excusa perfecta. Eso, y tapar bien algunas partes de mi cuerpo durante unos cuantos días.