
Estimado señor Armada.
Creo que es la segunda vez que hablo de usted o me dirijo a usted en esta revista, y hoy voy a hacerlo por última vez. Por lo que veo y leo, fronterad es una revista hecha fundamentalmente por periodistas que quieren ser escritores o por escritores que viven exclusivamente del periodismo. Mucha literatura, muchas palabras bonitas, muchas historietas de gente cool y ciudades fascinantes y mucho librepensador que en ocasiones se ha dedicado a tocarle los cojones al Zar en razón de no sé qué principios y moralinas que atentaban directamente contra la libertad de expresión. Usted sabe que yo soy un zafio y un baboso de parque, y que la literatura me toca los cojones, pero le honran la enérgica defensa que hace de la revista, de sus colaboradores, y el dinero y tiempo que invierte en ella. Y me ha defendido incluso cuando me he metido con usted, con razón, por cierto, por llamarle intelectualillo con cara de niño de colegio de curas interesado en babosadas teatrales y rolletes culturetas, cuando en el fondo es usted un puterito salido mental y un conejillo follador, incansable e insaciable, porque así es usted en cualquier actividad que lleva a cabo. Esa defensa del Zar, cuando muchos lo crujían y destrozaban su corazoncito, es lo que me ha hecho volver. Bueno, eso y las ganas de follar, como ya le dije. Pero, por favor, señor Armada, no me mienta y no juegue con mis sentimientos y mis más apremiantes necesidades. Me llegan comentarios suyos sobre no sé qué supuestas amigas que leen al Zar y esperan más chicha y más caña, más sexo y más historias guarras. Ya se lo dije: las mujeres siempre quieren más. Pero yo sé que es mentira, sólo lo dice usted para picarme y para que escriba más, para que desnude mi alma y mi rabo con venas una vez más como ya hice aquí mismo en otras épocas más lascivas. Y me hace usted sentir mal. Me engaña, quiere que crea que gracias a esta revista puedo follar, y es mentira, no follo nada (sin pagar, claro) y usted, erre que erre, tocando los huevos constantemente y mandando mensajitos que se clavan como púas al rojo vivo en mis cojones, después de atravesar mi alicaído escroto.
Pero, ¡hombre de Dios! ¿Qué me van a contar usted y los suyos? Aaaahhhh!!!, miren ustedes señores míos, no se me enfaden, pero el periodismo no es ni siquiera una profesión, es un oficio de porteras, y yo soy un hijoputa y maricón de putas pobres, con los huevos encanecidos para creerme esos chismes que me llegan de usted…. Así que ya sabe, no me tiente señor editor y no me engañe. Yo seguiré aquí al pie del cañón, folle o no folle, guste o no guste, mientras el cuerpo aguante. Y la revista también.