Tessa, la mujer sin madre

0
489

El acontecimiento no es lo importante; lo importante es la distorsión de la mirada. Tal vez esa distorsión es lo más personal que tenemos, es intransferible e irrepetible, podemos encontrar parecidas  pero nunca idénticas. No hay más biografía que una expresión artística, en una firma de un criminal o en la reacción de un ciudadano ante un suceso vital.

 

PRÓLOGO

 

El acontecimiento no es lo importante; lo importante es la distorsión de la mirada. Tal vez esa distorsión es lo más personal que tenemos, es intransferible e irrepetible, podemos encontrar parecidas pero nunca idénticas. No hay más biografía que una expresión artística, en una firma de un criminal o en la reacción de un ciudadano ante un suceso vital. Ser capaz de tener la conciencia de tu propia distorsión y ver con claridad la distorsión de los demás es el reto más grande que puede abordar un escritor o cineasta. Si colocas un acontecimiento neutro, ante varias personas elegidas al azahar, lo que se ve ves es la identidad más íntima de esas personas.

 

EI ACONTECIMIENTO

 

Un hombre mayor sube a un autobús y le pregunta a una mujer por su madre. Ella no es capaz de responder.

 

TESSA,  LA MUJER SIN MADRE

                                                           

A pesar de ser diciembre, la mañana era soleada, casi primaveral. Los alrededores del centro comercial bullían en una actividad frenética. Todo el mundo llevaba varios paquetes envueltos para regalos. Delante de la puerta principal había un gran árbol de Navidad que lo explicaba todo: la crisis económica era menos crisis durante las fiestas. Buen eslogan, para un anuncio invitando al consumo desmedido y absurdo. La marquesina estaba rodeada de gente que  esperaba subirse al autobús. El conductor cobraba a los viajeros de una forma mecánica, eficaz y amable. La gente se distribuía por los asientos libres de una forma ordenada y amigable.

 

Yo había subido la primera al autobús y me senté detrás del conductor, en un asiento individual, mirando en la misma dirección que él. El autobús enlazaría Parquesur con el nuevo apartamento de Fernando. Luce el sol y he comprado los regalos de Reyes que me quedaban, afortunadamente ninguno abulta demasiado. Me quité la bufanda.

 

Un hombre mayor pica su billete. Le reconozco, pero no recuerdo de qué. Siento que si fuera una película, maquillaje no le habría envejecido bien, no parece natural. Va directo hacía mí, me saluda.

 

¡Cuánto tiempo! ¿Y tu madre? ¿Qué tal está? No la veo desde hace mucho tiempo.

 

No pude responder, me noqueó, fue un KO en el primer asalto. Mi silencio le sorprendió y se alejó de mí. Sentí su timidez, su desconcierto, pero no fui capaz de articular palabra, me quedé petrificada. 

 

Dale recuerdos.

 

Yo me quedé encajando el golpe. Había pasado tanto tiempo que me sorprendió la intensidad del dolor. Durante un instante todo se quedó vacío, incluso el sonido tenía un filtro irreal, matizado por mi sufrimiento.

 

La mujer del asiento de enfrente me mira fijamente, como si quisiera averiguar cuánto tiempo llevaba mi madre muerta. Yo le devuelvo la mirada con la esperanza de matar su curiosidad. Es una mujer morena, pelo corto, de mediana edad, guapa, con aire de asistenta social; tiene ojos de saber cómo calibrar y escarbar en las desgracias ajenas. He olvidado las gafas de sol en casa y las echo de menos. La mujer no se corta y me sigue mirando. Yo intento respirar despacio, con profundidad, y recurro a los cascos de mi móvil para tener algo donde agarrarme y protegerme; enciendo la música, tengo suerte, empieza a sonar Crazy, de Alanis Morissette. Mi mente empieza a funcionar. Estoy en el comedor de mi casa, tengo 15 años, arrastro a mi madre a sentarse en el sofá y empiezo a cantar. Mientras dura la canción ella solo puede mirarme y respirar. Yo era una plasta total. A mi madre le gustaba la copla y los toros, Concha Piquer, Rocío Jurado, Mari Fe de Triana y por encima de todas Curro Romero. Yo odiaba la música española y odiaba los toros, aunque con el tiempo entendí la poética que había detrás de las espantadas de Curro Romero. Yo cantaba en inglés y soñaba con ser la líder de un grupo de pop-rock. Sí, era evidente, en algunos aspectos no teníamos muchas cosas en común. Crazy me va surtiendo efecto, es como esnifar cocaína. Nunca entendí  las razones que tiene la gente para meterse mierda en el cuerpo, prefiero las drogas naturales. El sol me acompaña en el viaje. Cierro los ojos, me desabotono el abrigo y me afianzo en mi asiento, mientras empiezo a escuchar de nuevo la canción. La mujer se levanta y me golpea con el bolso al incorporarse. Abro los ojos y la veo alejarse por el pasillo del autobús hacia la puerta central; por fin la pierdo de vista. 

 

Yo sigo escuchando a Alanis Morissette, el sol me sigue dando de pleno, incluso siento calor; es tan agradable sentir calor en invierno, aprovecho la parada del autobús para mirar la tienda de ropa que hay en la acera de enfrente, no hay nada especial y me giro hacia el otro lado. Entonces me doy cuenta que el hombre mayor se ha bajado del autobús. Camina por la acera, se detiene en el semáforo y cruza al otro lado, a la parte peatonal de la ciudad. El semáforo se pone en verde y el autobús reinicia su marcha. Yo sonrío, acabo de encajar las piezas del pequeño rompecabezas; ya sé quién es el hombre, ya sé de qué le conocía. Habían pasado más de 10 años; fue antes de irme a vivir a Valencia, aquel verano, no había cumplido los 20 años, trabajé en la terraza de verano de Ignaci. ¡Dios, me divertí tanto¡ Mii compañera se llamaba Marga, era la tercera Marga de mi vida, con las dos primeras ya había roto, era muy guapa, como las otras dos, muy francesas. La terraza era un éxito total,  Marga III y yo trabajábamos en el turno de tarde. Recuerdo un día que Ignacio nos reunió a las dos para pedirnos por favor que nos pusiéramos “faldita y pantaloncitos cortos todos los días”. Parecía que nuestro vestuario repercutía mucho en caja. Decía que servir las cervezas con las piernas al aire era todo un espectáculo porque las dos teníamos piernas de top model. Ese verano me di cuenta que los tíos acompañaban a sus mujeres, novias, rollos, a casa y luego regresaba al bar para tirarnos los tejos, eran capaces de cualquier cosa por un buen polvo. Marga y yo no éramos chicas fáciles, teníamos carácter, nosotras íbamos a nuestra puta bola. A los clientes del bar les dio por decir que éramos hermanas, bueno, hasta el dermatólogo que tenía la consulta en el mismo edificio donde estaba la terraza decía que teníamos el mismo tipo de piel, el mismo tipo de estructura ósea. Al principio lo negábamos, pero luego nos aburrimos y decidimos mentir. Yo ya había perdido a mi madre y me resultaba divertido tener una familia nueva, y Marga siempre quiso tener una hermana; hasta sus padres fueron cómplices y contaban falsas anécdotas de cuando éramos pequeñas. El hombre mayor era el dueño del kiosco de chucherías del barrio, y a veces iba a la terraza con sus hijos e hicieron amistad con mis padres adoptivos. Bueno, amistad superficial. El quiosquero  me preguntó por la madre de Marga, me preguntó por Catalina. De pronto deje de sonreír, tuve un impulso irrefrenable de llamar a mi hermana adoptiva.

 

Marga.

Coño, Tessa, ¡cuánto tiempo sin saber de ti! ¿Cuándo has vuelto?

Volví (balbuceando), volví hace un par de años.

¡Un par de años! Eres una puta.

Lo siento, ya sabes que no soy muy sociable.

Deja de jugar.

Sabía que habías vuelto, ¡pero coño! Te tocaba llamar a ti ¿no?

 

Me reí.

 

Sí, me tocaba llamar a mí. ¿Qué tal todo?

Bueno, mi madre está ingresada

¿Y eso?

Todavía no saben, pero no tiene buena pinta. Es horroroso. Odio ver a mi madre así, odio la muerte.

Sí, es una puta mierda. ¿Te apetece un café?

Sí, pero tiene que ser en el hospital, no me muevo de su lado.

¿Me han dicho que te has divorciado?

Sí, me he divorciado, estaba hasta el culo de Ignacio, la familia de Ignacio, la terraza… ¿Y tú? ¿Sigues a tu aire?

Bueno, tengo un rollo con un tío, pero es una historia complicada.

Tessa, ten cuidado, lo sabe todo el mundo.

¿Qué?  

Qué lo sabe todo el mundo, lo llevo oyendo desde hace días en la radio. Te van a machacar; pásate luego y hablamos.

Ok.

 

Volví a respirar profundamente a Fernando.

 

Mira por la ventana. ¿Qué ves?

Fotógrafos. Hay fotógrafos enfrente de mi casa. Mierda, no vengas, te llamo luego.

Ok, te quiero.

Yo también te quiero.   

 

El autobús llega a la última parada y los viajeros se bajan. El conductor se vuelve para comprobar que el autobús se ha quedado vacío y se fija en Tessa.  

 

Me levanté y me acerqué al conductor, pagué de nuevo el billete y regresé a mi asiento.  

 

Los edificios altos que rodean la plaza ensombrecen el lugar. Se abre la puerta delantera del autobús y empiezan a subir los nuevos viajeros.

 

Echo de menos el sol y decido sentarme en el otro lado, en otro asiento individual, siguiendo el baile entre el autobús y el sol. Apago la música, necesito pensar en silencio. El silencio es el mejor ruido para tomar decisiones. Si se había filtrado mi relación con Fernando me iban a freír a hostias. Mierda. Estaba siendo tan feliz.

Escritora. Productora. Directora. Guionista. Cine, Series de Tv, deporte, fotografías, música, sentimientos,… una mirada propia y acida sobre la vida, sobre la supervivencia cultural. Una voz profunda que visualiza las emociones, sentimientos y pensamientos difíciles de comunicar, de defender. Abiertos a la colaboración de otras personas cercanas a nuestra asociación, con dificultades en encontrar su propia ventana para comunicarse con el mundo y con los demás.