Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoUn libro póstumo de Ángel Guinda

Un libro póstumo de Ángel Guinda


Ángel Guinda. Dibujo de Juan Antonio Díaz

Cuenca, 7 de mayo de 2023

Hace unas semanas se publicó, en la ya muy decana editorial zaragozana Olifante, el título Aparición y otras desapariciones, libro póstumo del poeta, maño igualmente, fallecido en Madrid en enero del año pasado cuando contaba 73 años. El poemario consta de dos partes. En la primera se recopilan los poemas que Ángel Guinda, ya sabedor de que estaba fatalmente tocado por el cáncer y que su fin no quedaba lejano, revisó y dio por válidos; la segunda reúne un conjunto que -según escribe su viuda Raquel Arroyo al final del volumen- “lo conforma una selección de los poemas que he encontrado con posterioridad, escritos en hojas sueltas, en sobres de cartas, en tarjetas, en marcapáginas, en libretas, en su ordenador, y que por temática y cronología pertenecen al mismo proyecto”. El prólogo es de Trinidad Ruiz Marcellán, editora de Olifante y primera esposa de Ángel Guinda, de las cuatro que tuvo. En 2024 se publicará una biografía del escritor escrita por Benito Fernández, experimentado biógrafo que ya ha dado a conocer ampliamente la vida de Leopoldo María Panero, Eduardo Haro Ibars y Rafael Sánchez Ferlosio. Y ese mismo año próximo saldrá también una antología de su obra poética en Bartleby Editores.

En Aparición y otras desapariciones destaca sobremanera, es obvio, la tremenda conciencia de su propia muerte. El primer poema, “La aparecida”, es muy lírico. Una rica metáfora del personaje de la muerte, “Cargada con los escombros del dolor”. El grupo de poemas deja ver una vida incesante adentrándose en la muerte: “¡Qué viva está mi muerte!”. El juego de la vida y la muerte, fundidas en la expresión poética, manifiesta que el irse es también quedarse. Se insiste: “Todo olía a la vida. Todo olía a la muerte. Todo olía a la vida y a la muerte.” El poema “Contra el miedo” lúcidamente consuela: “Serénate, no temas. / Donde acaba la tierra / comienza el cielo. // Cuando termina el desierto / empieza el mar. // Después de la oscuridad / llega la luz. // Cuando asustas al miedo / se desata el valor.” Este tema de la muerte continuadora de la vida es crucial en toda su poesía y durante el vasto tiempo en que se desarrolló. Él siempre tuvo la obsesión de su madre, que murió en el parto al darle a luz. Una plena existencia continuadora de la muerte; muerte viva, por tanto: tal fue el perpetuo lema de su poesía. La vida eterna de Ángel Guinda (él era si no ateo, sí agnóstico) será la espléndida memoria que nos deje.

Yo conocí su poesía a través de su libro Ataire, publicado por la editorial conquense El Toro de Barro en 1975. Uno de los poemas más emblemáticos de esa colección es “Morir”: “No hay peor muerte que morir de olvido. / Si he de morir de bala o de tristeza, / de enfermedad o de arrepentimiento, / yo quisiera más bien morir atado. / No hay mejor muerte que morir entero, / de pie, de juventud, de ataire solo. / No hay mejor muerte que morir cantando. / Morir de tanto amor, de tanto afán, / de tanto porvenir atesorado. / Morir de haber sembrado el mejor sueño. / Y tener alguien que sabrá contarlo.” Luis Felipe Alegre subraya, en este sentido, con mucha originalidad, un principio muy soberano contenido en la poética de Ángel Guinda: «La postura de Guinda es radical: la destrucción como paso previo necesario para el renacimiento del hombre en un universo fuera de este mundo.»

Para entender nítidamente su quehacer, nada mejor que leer sus aforismos, pues constituyen una atinada guía para lograr la atinada comprensión de su poesía. «Escribir como se vive» es uno de estos apotegmas que rige el más sentido de los fundamentos de la poética de Guinda; el propio poeta afirma que si no se escribe como se vive, al menos hay que vivir lo que se escribe. Túa Blesa con mucho tino apunta que los aforismos y la poesía propiamente dicha de Ángel Guinda «son claramente los rastros de un mismo discurrir, diferentes sombras de una única figura.»  Ambos géneros, añade el crítico, abrigan fecundas figuras: antítesis («La sola claridad está en lo oscuro»), paradojas («Solitario: Necesita compañía y es incapaz de acompañar a nadie»), oposición oscuridad/luz («No mires lo que ves  sino lo que te ciega»), vida/muerte («Sólo vivo por y para la poesía. Ella me mata y resucita cada día»), reiterada presencia de la destrucción («La construcción de mi obra es la obra en destrucción»), el ser de la poesía («¿Para qué sirve la poesía? La poesía no sirve, la poesía es»), el ser poeta («El poeta sólo está solo»), el ser («Estar fuera del mundo por llevar un mundo dentro).»

Huellas es un librito publicado en 1998 que recoge aforismos escritos desde 1993 hasta el año de la publicación. Antes, en 1992, había aparecido Breviario, su primera colección aforística. El aforismo, que puede ser el elemento del armazón de una poética («En arte, hacer es deshacerse, destruir es crear» –La creación poética es un acto de destrucción es, nada menos, que el título de una antología de sus versos-), posee un acusado componente que hace unir lo poético con lo filosófico. Lo primero acude a la estética de la escritura; lo segundo, a la honda y afilada certeza del pensamiento.  Ahí tenemos a Cioran, para quien los aforismos eran «pensamientos estrangulados». Buena parte de la obra de este filósofo pesimista rumano es aforística. Un mérito requerido para ser buen filósofo no es sólo establecer una buena sustancia filosófica, sino saber escribirla bien. Por tanto, los filósofos son también escritores. La filosofía, por consiguiente, aboca a la literatura. A veces, el aforismo de Ángel Guinda guarda similitud con el de otro delicado maestro del aforismo, el poeta Ángel Crespo. Cuando Guinda escribe: «La poesía es Palabra sin apenas palabras», la sentencia recuerda al proverbio crespiano: «La poesía está hecha de lo que se dice pero también de lo que se calla.» Guinda insiste ajustando el axioma al máximo: «(Arte poética). Escribir lo necesario. Callar la forma con el fondo exacto.» Dice un adagio chino: «No sabemos la edad que tenemos porque desconocemos la fecha de nuestra muerte». Parecidamente Ángel Guinda expresa: «Si supiéramos cuándo moriremos, no desearíamos vivir.»

«Soportable es una vida sin poesía, la poesía sin vida me es insoportable”. Repitamos que para Ángel vivir se reflejaba en escribir y viceversa: escribía para reafirmar su vida, o, lo que es lo mismo, para fundar una situación intercambiable. Es decir, vivía intensamente escribiendo. Vivir y morir. Hacerlo a la vez. Largo dilema en su poética: «Escribo para no morir. Sin embargo, me quito la vida en lo que escribo.» En un aforismo resume, tristemente acatando: «Esa muerte frustrada que es la vida». «Escribir pese a todo», afirma categóricamente, aventurando su más absoluto existir: «Escribir pese a todo. Si me quitan la palabra, escribiré con el silencio. Si me quitan la vida, escribiré con la muerte. Si me quitan la luz, escribiré en tinieblas. Si pierdo la memoria me inventaré otro olvido. Si detienen el sol, la tierra, las nubes, me pondré a girar. Si acallan la música cantaré sin voz. Si queman el papel, si se secan las tintas, si estallan las pantallas de los ordenadores, si derriban las tapias, escribiré en mi aliento. Si apagan el fuego que me ilumina, escribiré en el humo. Y cuando ya el humo no exista, escribiré en las miradas que nazcan sin mis ojos cerrados a la luz y a la sombra.»

«Una vida sin deseo lleva al deseo de morir.» Esta especie de anadiplosis se conforma bajo una brusca antítesis suavizada por el sedoso juego de palabras, ya que el vocablo «deseo», eje de la figura, carece de fonemas de sonido explosivo. Gloriosa hipótesis, soberanamente poética, del momento de entrar el poeta en su muerte: «Alcanzada la sombra, desnudo ya de edad, entraré en el jardín de la armonía.» Visión sumida en una trascendencia religiosa, aceptando el misterio. No aceptando la nada que sobrevenga tras la vida terrena. Pues la vida mundana queda, para él, sometida a «una caducidad perenne». Insiste en la visión religiosa: «Venimos a este mundo para irnos a otro.» Aunque se muestra contrario a Dios: «Dios aprieta. Y después ahoga». Sigue indagando en la tormentosa cuestión: “¿La otra vida requerirá otra muerte?” Deseable cenotafio para su tumba. «[Cenotafio]» es el título de este aforismo: «Aquí reposa el alma de quien tuvo por cuerpo la palabra».

Tumba de Ángel Guinda en el cementerio de Trasmoz, frente al Moncayo

Más del autor

-publicidad-spot_img