Hace unos días fui al despacho de uno de los directivos de mi empresa para entregarle unos documentos que me había pedido. No estaba su secretaria, una gordita cachonda a la que apodan Fiona (por la novia de Shrek), y como no tenía ganas de esperar entré directamente. Se trataba sólo de dejar los papeles encima de la mesa y salir pitando. Entonces la vi. Una lista con una veintena de nombres. No le hubiera prestado atención si el primero de esos nombres no me hubiese resultado tan familiar. Tatiana F., compañera y auténtica MILF (Mother I’d Like to Fuck) con la que tuve un encuentro prohibido dos años atrás. (Ojo no confundir con Tatiana coñoseco, la directora de expansión de negocio).
Les voy a ahorrar detalles previos. Pasábamos un fin de semana en un alojamiento rural en la provincia de Segovia. Yo había dicho en casa que me iba a Barcelona a un workshop de no sé qué pollas. De la excusa de ella, ni me acuerdo. En la casa estaba alojado también un matrimonio septuagenario. Él tenía cara de haberse pajeado de forma inmisericorde durante los últimos treinta años, algo que a su santa probablemente le traía sin cuidado. La propietaria del establecimiento nos pegó la hebra a nuestra llegada, no había forma de quitárnosla de encima. Cuando nos sugirió que cenáramos allí vi la luz. Sí, queremos. Lo que sea con tal de que nos dejes en paz. Pero media hora después regresó a nuestra habitación. Se le había olvidado preguntarnos si queríamos carne o pescado. Llamó quedamente. Nada. Pegó la oreja a la puerta. Al otro lado se escuchaban unos leves jadeos.
Tati me cabalgaba. Llevaba un minuto empalada y gozando al máximo, ofreciéndome sus pechos para que los chupara. Yo la agarraba fuertemente por el culo; a veces, deslizaba el dedo corazón de mi mano derecha en la raja y frotaba arriba y abajo, arriba y abajo, introduciendo la punta en el culito. En el momento en que la casera llamó a la puerta Tati se había echado hacia atrás, mostrándose en todo su esplendor, y había acelerado sus movimientos. Estaba a punto de alcanzar el clímax. Los grandes pechos subían y bajaban. Los agarré con las manos y los sobé excitadísimo.
«Toc, toc». «Toc, toc».
-Perdón –se escuchó al otro lado de la puerta.
Nos detuvimos un momento, conteniendo apenas la respiración.
-Quería preguntarles acerca del menú…
Tati reaccionó. «Da igual. Cualquier cosa nos viene bien», dijo con una vocecita quebrada.
-¿Seguro? Tengo pescado fresco del día…
Seguíamos acoplados. Yo la miraba con desesperación. La levanté en vilo y caminé hacia la puerta. Tati notó la madera fría en su espalda. «¿Qué haces?», susurró. No contesté. Me limité a follarla contra la puerta y a gemir como un loco. La puerta retumbaba con cada embestida, bum, bum, bum. «¡Joder, jodeeeeer!, chilló Tati. Se sintió desmayar. Cuando abrió los ojos estaba tumbada en la cama. Le acaricié la cara.
-¿Crees que a la tía ésa le ha quedado claro lo que queremos cenar? –le pregunté.
Pero el asunto no le hizo gracia. Qué vergüenza, decía. Después de lo ocurrido ya no quiso bajar a cenar. OK. Puesto que me iba a quedar en ayunas le propuse practicar el 69 con apuesta incluida: el que se corriera antes, debía satisfacer una fantasía sexual del otro. Los dos nos empleamos a fondo. Yo tenía en contra no sólo la súpermamada que me estaba practicando ella, sino la gloriosa visión de su vulva y su culo, un culo que antes del final de la noche iba a dejar de ser virgen, de eso estaba seguro. Pero Tati estaba muy calenturienta. Mi lengua no se limitaba a lamerle el clítoris, sino que la estaba penetrando. Se corrió aullando como una perra. Yo había resistido por los pelos. La tumbé con delicadeza boca arriba y puse el pene entre sus pechos. Di apenas una docena de empellones entre aquellas soberbias tetas. Echando la cabeza para atrás, me corrí, y un chorro de leche espesa salió disparado hacia su cara.
«Mastúrbate para mí».
A pesar de que la propuesta la excitaba sobremanera, Tati no pudo evitar ruborizarse. «Vamos –le dije, sentándome en una silla–, después de lo que llevamos hecho esta tarde, no creo que te dé corte hacerlo, ¿verdad? He ganado la apuesta, y ése es mi deseo». Un viejo deseo de voyeur no satisfecho. Ella sonrió y se chupó los dedos de la mano derecha mientras abría las piernas y dejaba ver su vulva roja y palpitante. La mano húmeda de saliva se dirigió al encuentro de otras humedades, mientras la otra se aplicaba en los pechos. Empezó a frotarse despacio, arriba y abajo, introduciendo el dedo corazón entre los labios de la vagina. Un pequeño gemido escapó de su boca. No cerró los ojos, los clavó en los míos, y después en mi miembro, que empezó a crecer de modo irresistible. «¿Te gusta lo que ves?», susurró. «Mucho», contesté, sacudiéndome la polla suavemente. Viendo cómo me masturbaba, Tati se encendió más, y aumentó el ritmo de las caricias. Su cuerpo se cimbreaba al compás de los gemidos que, sin duda, estarían escuchando los jubilados de la habitación de al lado, ya de vuelta de la cena.
-Date la vuelta.
-¿Qué?
-Ponte con el culo en pompa, y sigue acariciándote, por favor…
Tati hizo lo que le pedía. Puso la cara sobre la almohada y arqueó la espalda para mostrarme el culo completamente abierto. Sus hábiles dedos continuaron trabajándose el sexo. Aumenté el ritmo de la masturbación. Pero enseguida decidí que no podía aguantar más. Me incorporé y me arrodillé en la cama detrás de ella. Agarrándome la polla con la mano, la dirigí hacia su vagina, y la froté durante unos segundos, pero no la penetré. Tati gemía enloquecida. «¡Fóllame por detrás… Fóllame, joder!», exclamó. Entonces apoyé el glande en el esfínter, le abrí las nalgas con las manos y le sumí la polla durísima en el culo hasta los huevos. «¡¡¡No pares, fóllame, fóllame…!!!, añadió, fuera de sí. Sin soltar las nalgas, le apliqué un mete-saca mete-saca salvaje. Mi pelvis peluda rebotaba contra sus nalgas blancas. Entonces sobrevino la catástrofe. Ella levantó la cabeza y miró hacia la ventana. Y lo vio. El abuelete pajillero estaba allí sin perder detalle. Me pareció que bizqueaba. No sé cómo cojones lo hizo, quizás nuestras terrazas se comunicaban. Da igual. Todo ocurrió muy rápido. Tati se sacó la manguera del culo, corrió a echar las cortinas, se vistió y me exigió que regresáramos inmediatamente a Madrid. Yo me quedé de rodillas en la cama, con la polla roja y goteando, pidiendo una explicación. En el camino de vuelta conseguí una frase: «El señor ése me recuerda a mi padre».
No retomamos el workshop, a pesar de mis insinuaciones.
Me sentí sucio durante meses. No soy un sentimental, pero me jode dejar el trabajo a medias. Pero volvamos al despacho del directivo. Un momento de reflexión me bastó para comprender qué era esa lista. Los nuevos candidatos para el altar de sacrificios de la crisis. Me sentí un voyeur del mal ajeno. Y enseguida llegué a la conclusión de que no era el momento de terminar la sodomización de Tatiana F. Soy un sentimental.
Muy bien Zar, por fin algo
Muy bien Zar, por fin algo calentito. Me tenías preocupado con el retraso. Yo recuerdo un hotelito muy mono en Sotosalbos. Espero que mi admirada Sofía García no lea tu blog porque a su edad lo debe encontrar muy inocentón.
Yo soy más boyerista, de contemplar bueyes y de Miguel Boyer, que le toca la china y se hace un palacete. Realmente sobra personal en tu empresa ¡20 recortes! no debe haber ni la mitad que trabaje, estáis hundiendo el país. Mucha excuse para encamarse y no trabajar.. por no hablar de esas oleadas de cubanos y rusas que admitimos por caridad y luego quieren Seguridad Social, derecho a huelga, paro, 420€ y pamplinas, acceso gratis wifi, pañales para la incontinencia, preservativos, píldora del dia de antes, del mismo dia y dl dia después…. sois unos degenerados por el libertinaje, alejados de la fibra moral que ha hecho de España un país Imperial… bueno lo dejo que me caliento. Vale
Ahhh, Dr.J., tú sí tienes una
Ahhh, Dr.J., tú sí tienes una mentalidad caliente y calenturienta.
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