Amante que se hace uno con la edad de las memorias (aunque las mejores, las de Giacomo Casanova, las leí siendo joven), por lo que tienen de narración, de ilustración y de experiencias vitales, me di hace poco a la lectura de las memorias de P. D. (Phyllis Dorothy) James (La hora de la verdad, Bruguera, 2008), autora de novelas de misterio (así prefería ella llamarlas) nacida en 1920 y fallecida en 2014.
Aunque no soy lector de la obra de P. D. James, leer estas memorias ha sido un placer inesperado; tanto por el estilo, como por las ideas (sobre todo, las literarias) de su autora, por lo demás una tradicional señora inglesa de ideas políticas conservadoras (todo conservador siempre tienen algo de razón en sus opiniones: pero nuestra autora es suficientemente inteligente como para no creerse con razón en todo).
Entre varios temas tratados en estas memorias (por ejemplo, el paso de P. D. James por el consejo de la BBC; sus impresiones en la muerte de Lady Di; sus opiniones teóricas sobre la novela negra, tan coincidentes con las que en Crimen para iniciados se han venido apuntado desde que el blog comenzó su criminal andadura) me conmovió la reiterada defensa que la autora hace de su idioma y de la tradición literaria inglesa, sin dejar de considerar a la novela negra tan “gran literatura” como otra cualquiera.
(Esto no pasa mucho por España. Al menos la experiencia que como autor yo he venido teniendo es que en cualquier charla, conferencia, presentación, debate, mesa redonda o cuadrada o semicircular que se montara sobre novela negra, la inclusión de conceptos, obras, autores o cuestiones literarias que no fueran del gremio negro-criminal eran generalmente recibidos con meliflua condescendencia: como si no tuviera nada que ver. Lo cual no deja de ser una verdadera tontería y una solemne pena).
P. D. James, a la que no se le escapará la máquina de escribir, con su tradición literaria al fondo