Apuntalamos las ruinas mientras se desmorona todo, esperando encontrar un mínimo refugio que nos guarde de la tormenta. Así lo hacemos todo. No solo con países que sufren el riesgo de primas lejanas. Sino con las propias vidas. Nos hemos aferrado a las mentiras que hemos ido repitiéndonos. Sabemos que de tanto repetirlas no se convierten en verdad, sino que se creen, como se creen las plegarias que algunos piden por sí mismos. Qué mal vamos cuando los papas nos suplican que recemos por ellos. Todo es cuestión de fe, supongo.
Veo alrededor cunetas plagadas últimamente de amigos que antes tenían las manos llenas. Y no precisamente de dinero, que eso del dinero es una ordinariez y no sirve para nada. Las tenían llenas de futuro. Y ahora tienen un pasado que van resolviendo, un pretérito imperfecto, y un presente pasivo en subjuntivo que descubren cada día. Tampoco está tan mal, pienso, eso de no tener futuro, que ya lo decían los punkis de Londres en los setenta, quizá porque se veían rodeados de ingleses.
Fog in the Channel. The Continent cut. Me lo cuenta una amiga. Y río. Fue un titular del Times, a finales del siglo XIX. A cuatro columnas. Fuertes tempestades, decían, cortan el canal de La Mancha; el Continente está aislado. Después se convirtió en un dicho para entender a esos seres blanquecinos y monárquicos que viven en la isla de la Gran Bretaña. Para comprender su chovinismo, me explica mi amiga. Y como el mundo tiene solo un ombligo y está en Trafalgar Square. “My house, my castle”, dicen también.
Frente a la tormenta que baja del mar del Norte los ingleses se levantan los cuellos de las gabardinas y escuchan repicar las campanas de los pubs apurando pintas. Ellos no sufren. Sufre el continente aislado, que es la verdadera isla, el trozo de tierra que se desgajó y se fue a la deriva lejos de Inglaterra. Me gusta la mentalidad. Resistimos y vencemos. Eso me propongo hacer yo a partir de ahora. Y así se lo he propuesto también a mis amigos. Dejar de apuntalar ruinas imposibles de sostener. Olvidarnos de repetirnos mentiras que tampoco se sostienen. Cambiar la fe por las ventanas. Asomarnos a ellas y cuando veamos la niebla saber que nosotros estamos del lado bueno, que lo peor está en el otro extremo. Que allí naufragan los infelices aislados por la tempestad.
La fe no viene hoy de libros con tapas de cuero. Ni de hombrecitos del nuevo mundo, que es tan viejo como el viejo mundo. Ni de ventanas abiertas a una plaza donde los teléfonos móviles han apagado las velas. Nada de urbi et orbi en streaming. La esperanza hay que buscarla en Londres. Resucitar el punk. No future. ¿Y qué? ¿De qué nos sirvió tenerlo? La fe hay que arrebatársela a los ingleses, como los vikingos les arrebataron las mujeres bellas cuando dejaron las islas por imposibles.