En una de sus semanales entregas en Frontera D, Ricardo Bada, afirma que las novelas de P. D. James [Phyllis Dorothy] le gustan más que las de Dickens, “porque la autora no recurre al sentimentalismo barato y a la moralina que tanto mal le hacen a la obra de su colega”, y con ello ha venido a expresar con preciso laconismo algo que le está pasando, que le viene pasando ya desde hace algún tiempo, a la novela negra: que el sentimentalismo barato y la moralina la están dejando grogui y, si no besa la lona, hace algo peor: dar vueltas, algo sonada, ya por el ring, a la espera de coger un poco de aire con el gong.
Y no es que uno tenga nada contra el sentimentalismo barato (aunque, en literatura, se suela pagar bien caro) ni contra la moralina, tan fina ella: allá cada cual con lo que come. El problema estriba en que no hay contra esta receta el necesario contrapeso de la ironía, el humor, el “ácido cínico” o cualquier otra manisfestación genuinamente inteligente del verbo.
Para encontrar esto, hay que buscar y revisitar, por ejemplo, los mejores combates de los Scerbanencos, Chestertones, Merineros, Chandlers, Vázquez Montalbanes y Simenones que en el mundo han sido: púgiles con buena cintura, piernas vertiginosas y golpes demoledores, tan bien dados, y con tanta gracia, que le daban susto, placer y asombro hasta a quienes lo recibían.
Señores: a ver quién recoge el guante