
Cada vez que John Coltrane mordía la boquilla de su saxofón los relojes se paraban. Inflaba los carrillos, tensaba el bigotillo y el pianista se echaba a temblar. No me esperes despierta, cariño. Los minutos desaparecían, las cajetillas de tabaco del público agonizaban y las camareras hacían músculo en los gemelos llevando botellas a las mesas. Cerraba los ojos. Los abría para iluminar el escenario con el blanco del iris y el contraste del código de barras con su traje oscuro, ligeramente estrecho, sólo un botón de la americana abrochado. Y entonces soplaba. Y su hígado suspiraba de alivio por la tregua concedida.
Lo siento, de fondo, a mi lado. Como si fuese yo quien ocupa la mesa de rincón, detrás de la columna, donde no te ven cuando rezas, mientras apuro un bourbon y otra vida. “Something I dreamed last night”, me dice, a cámara lenta, en un susurro. Y vuelvo, mecida por el contrabajo, hasta el colchón donde la última noche me acurruqué, yo también, para tener un sueño. Sólo bajo las sábanas estoy a salvo de mí misma, porque ya no soy yo, sino otra, la que me habita. Porque en la placidez del edredón y la desconexión profunda puedo ser quien yo quiera, la que no me atrevo cuando me despierto, la que habla, la que dice, la que siente, la que por fin tiene suerte, la que gana, la que no sufre.
Hay algo que soñé anoche, recuerdo, pisando las baldosas del piano. Algo que flotaba allí, al fondo, cuando me desdoblé de mí y me pude ver en la distancia, como una espectadora. Ésa era la yo que hubiera querido ser. La escena imaginaria cuyo guión me había descrito tantas veces. La obra en la que siempre era otra quien hacía el papel protagonista. Hay personas que temen que se ponga el sol, porque las noches son territorios de contrastes. Pasas de la euforia de la primera copa y el todo-va-genial-no-te-preocupes-chica a encontrar la angustia en tu propio reflejo al fondo de la segunda. A partir de ahí ya todo está perdido. Y sólo la huida, la cama, las otras vidas, el sueño, te rescata hasta que sale el sol. Coltrane me lo advirtió, abriendo los ojos, guiñando el izquierdo, con la boca inflada dispuesta a escupir demonios por un colmillo. Y le hice caso. Corrí a la habitación, apagué la luz y golpeando los talones aún fríos, levemente, con los párpados cerrados a conciencia, suspiré: quiero estar lejos de mí, quiero estar lejos de mí… Hay algo que soñé anoche. Hoy desperté. Cuando Coltrane resucite volveré a aquel club con sótano, humo y almas con grilletes. Cuando vuelva a hablarme así dispararé al saxofonista. Lo que menos necesitas es que alguien te recuerde quién eres cuando intentas olvidarlo.