
Ayer no tuve un día jodido en el trabajo, sino una jornada poco fructífera, así que cuando salí de la oficina decidí no ir a un bar, sino a un afterwork, porque lo que quería no era beber, sino degustar un cóctel. Cuando llegué no había trabajadores jodidos quejándose y lamentándose, como tampoco lo era yo, sino personas sociables que querían compartir juntas las últimas horas del día debatiendo. Yo no me puse a escrutar alrededor, sino a observar detenidamente. Y no buscaba un hombre que me arrancara las bragas, sino a alguien con quien poder comentar las noticias naranjas del periódico. Mi cuerpo no pedía follar, sino confraternizar horizontalmente. Y si me pedí otro cóctel no fue porque necesitaba emborracharme, sino porque no había apreciado todos los matices del sabor con el primero. Tres horas después no estaba sola, sino conmigo misma. Y no había perdido la noche, sino que había invertido el tiempo en generar consumo. Me percaté cuando vi la factura de los cócteles, que no era un robo, sino una suma de precios de mercado con cierta alza exagerada. Así que no fui a mi apartamento con ventanas de interior, sino a mi pequeño y confortable hogar. Y no lo hice excitada como una perra en celo sino ligeramente alegre por el cambio de estación. Tampoco estaba encabronada por el precio de los gintonics sino sorprendida por las nuevas ofertas de la restauración en Madrid. Y no odiaba a todos los mindundis que durante horas había escuchado lloriquear sino tranquila por haber comprobado que pertenezco a una sociedad constructiva dispuesta a comentar abiertamente sus problemas para superarlos con la ayuda del prójimo. Cuando me acosté no me masturbé para calmarme, sino que me masajeé el cuerpo para aliviar la tensión acumulada. Y no me dormí barajando posibles fórmulas de suicidio sino pensando argumentos para una futura novela negra. Hoy no me he despertado con resaca, sino con el horario descompensado. Tampoco he estado a punto de vomitar las galletas y el café asqueroso de la máquina, sino ligeramente indispuesta tras un desayuno frugal y equilibrado. Y ahora mismo no estoy terminando, por fin, de escribir esta estupidez, sino poniendo el punto y final a mi última creación literaria. Porque estoy igual de mal que cuando salí ayer del trabajo. Y por mucho que me lo cuente de otra manera, como si me modulase, me concediese créditos en condiciones favorables o me desacelerase, seguiré estando igual de jodida.