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Mientras tantoLos debates del PSOE en su crisis existencial

Los debates del PSOE en su crisis existencial


 

Lo que han vivido los tres candidatos a las primarias socialistas, Pedro Sánchez, Patxi López y Susana Díaz no ha sido un debate, sino varios. Pero ninguno de ellos ha sido sobre políticas: ha habido coincidiencia en la prioritaria lucha contra la desigualdad, en la abolición de la reforma laboral del PP (no de las anteriores, de las que acometió José Luis Rodríguez Zapatero), en la defensa de las pensiones o en la necesidad de una fiscalidad más justa. Quizás Sánchez sí ha introducido alguna iniciativa más novedosa, como el ingreso mínimo vital o la financiación de las pensiones con impuestos además de con cotizaciones sociales, pero sin ir mucho más allá. Aquí no ha estado el meollo. 

 

 

Los debates, más que versar sobre políticas, sobre programas -algo que sería difícil, dado que una de las «contendientes», Susana Díaz, aún no ha presentado el suyo- han tenido que ver con cuestiones existenciales. Porque la crisis que atraviesa el PSOE es, como la del conjunto de la socialdemocracia europea, existencial. En su doble acepción: tanto por su riesgo de desaparición (o de merma radical de su influencia), como porque no sabe cómo quiere ser o cómo podría seguir existiendo. 

 


El primer gran debate tiene que ver con la identidad socialista. Por un lado, Susana Díaz se muestra preocupada porque un PSOE liderado por Pedro Sánchez podría implicar un difuminación de la identidad del partido. No sólo porque podría ir adoptando los modos de funcionamiento de Podemos, con mayor participación de las bases, también porque ello, sin quererlo, podría ponerlo en una situación subalterna respecto de la formación morada. Teme que Podemos acabe devorando al PSOE. Teme que la alianza entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se interprete como una enmienda a la totalidad de las legislaturas socialistas. Y no estaría equivocada: Podemos nació a costa del PSOE, aprovechando las contradicciones y las renuncias de los Gobiernos socialistas. Muy especialmente a partir de cómo gestionó la crisis económica el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.

 

 

Susana Díaz también atina al poner de manifiesto la volubilidad mostrada por Pedro Sánchez, aunque yerra al no extender esa crítica al conjunto del partido. El PSOE, casi desde la primera legislatura de Felipe González, ha dudado entre la izquierda y el pragmatismo, entre su corazón socialista y la tentación liberal, incluso entre el jacobinismo y la comprensión más o menos militante de las diferentes realidades nacionales del Estado. Y puede que esos debates, esas contradicciones, no sean tan recientes como la democracia actual: habría que darse un paseo por la situación del PSOE de la Segunda República y de la Guerra Civil, y recordar, por ejemplo, a Juan Negrín, su posición resistente contra Franco y coincidente en su estrategia con el PCE.

 

 

En todo caso, la volubilidad y las contradicciones se acentúan en situaciones desesperadas como la actual.  

 

 

Pedro Sánchez se emnendó a sí mismo cuando se dio cuenta de que, para que el PSOE sobreviviera, tenía que despegarse del Partido Popular, tenía que romper la etiqueta que popularizó el 15-M, el famoso «PPPSOE». Y en ello ha hecho hincapié Sánchez en el debate: a su juicio, en estas primarias lo que se dirime es si el PSOE apuesta por formar gobiernos como el portugués (una coalición multipartidista de izquierdas) o grandes coaliciones en las que los socialistas sólo actúen de fuerza subalterna a la derecha, de paracetamoles que quiten un poco de dolor a las políticas conservadoras. El gran experimento sobre la eficacia de su estrategia última hubieran sido las terceras elecciones, pero no hubo ocasión de comprobar nada.

 

 

Pero, y ahora, ¿es suficientemente contundente la promesa de Sánchez de pedir la dimisión de Mariano Rajoy como primera medida si gana las primarias?, ¿no se queda un poco corto como forma de enmienda a la totalidad de quienes le quitaron de su puesto de secretario general para dar el Gobierno al Partido Popular? Si la campaña de Sánchez está destacando estos meses por su épica, ese anuncio es casi un gatillazo. ¿O sólo una forma de no dar demasiado miedo?, ¿es que no puede decir que se sumaría a Podemos en su moción de censura?, ¿es que no se atreve a anunciar una moción de censura liderada por él mismo?, ¿es que no se cree que ganaría las primarias socialistas quien prometiera algo así?

 

 

¿Por qué es importante el debate sobre las alianzas? Implícita en el debate estaba la nueva realidad de la política española: la ruptura del bipartidismo, el pluripartidismo, que impide a unos y a otros, al PP y al PSOE, gobernar en solitario. En todo caso, esta nueva realidad parece mejor asumida por parte de Pedro Sánchez, que por parte de Susana Díaz, quien cree que con ella al frente del PSOE, éste volverá a ser hegemónico en la izquierda y Podemos tomará las dimensiones de la antigua IU, fenómeno cuya probabilidad ahora mismo es bastante remota. 

 

 

 

El otro debate existencial: ¿Qué es España?

 

 

La segunda gran cuestión que se debatió ya ha aparecido de soslayo en este artículo: es si el PSOE quiere ser un partido centralista, federal, comprensivo con las diferentes identidades nacionales… No lo sabe. Susana Díaz fue dura con Pedro Sánchez en esta cuestión, echándole en cara su contradicción permanente entre la bandera de España más grande que la de Aznar en Colón y su última definición de «naciones culturales». También lo fue Patxi López, que fue el único que mostró un proyecto diáfano: el federalismo y la cesión de competencias a una Unión Europea completamente diferente a la actual.

 

 

Pedro Sánchez, en esta cuestión, representa la síntesis perfecta de lo que ha sido el PSOE en los últimos años: la combinación del PSC y José Luis Rodríguez Ibarra, o de Pasqual Maragall y José Bono.

 


La concepción del Estado de cada candidato es un tema incluso más sensible que el de la identidad socialista. No es casualidad que el último argumento antes de la destitución de Pedro Sánchez fuera su presunto plan de contar con los independentistas catalanes para formar Gobierno en España. No hay que pasar por alto, por ejemplo, que la dimisión de José Bono tuvo que ver con las ideas de José Luis Rodríguez Zapatero sobre Cataluña y el Estatut. El modo en que se entiende el Estado español, la nación española y las diferentes realidades periféricas ha abierto históricamente muchas heridas en el Partido Socialista.  

 

 

 

Un partido, sí o sí, más abierto

 

 

El tercer subdebate del debate fue sobre cómo se quiere organizar el PSOE por dentro. Y en él, con matices, sí se pone de manifiesto cómo ha cambiado la política española en los últimos años: su mayor apertura a la militancia y a la sociedad es un proceso que ha comenzado y que ya no tiene marcha atrás. Como muestra, el debate que acabamos de presenciar. También, el proceso de primarias. Además, el compromiso de Pedro Sánchez de someter a la consideración de la militancia las alianzas políticas que se establezcan. Pero también con tentaciones un poco peligrosas para reducir el poder de los militantes con la posibilidad de darle al comité federal el derecho de presentar una moción de censura contra el secretario general, como plantea Patxi López.

 

 

Las divergencias, políticas y también personales, entre los candidatos sobre cuestiones clave para el futuro del partido, hacen pensar que el día 21 de mayo no se terminará la crisis. Como apuntó Patxi López en un momento del debate, como las diferentes familias, como las distintas corrientes, no resuelvan sus problemas, como no se integre en el proyecto ganador a los perdedores, no amainará el riesgo de desaparición o de reducción de la presencia socialista a niveles inquietantemente comparables a sus homólogos danés, francés o griego.

 

 

Y a partir de esa difícil reconciliación, habrá que dar un paso más allá: el equipo que resulte ganador, con los perdedores integrados, debe comenzar a dar más importancia a las políticas. Un partido político se define por el programa que pretende sacar adelante, y ahí ha de centrarse para ser convicente y recuperar las voluntades ciudadanas. Aunque el futuro no parece muy halagüeño: Hamon, en Francia, y Corbyn, en el Reino Unido, se centraron o se están centrando en ello sin por el momento demasiado éxito.  

 

 

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