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Noé

Estelas, cual cometas   el blog de Ricardo Tejada

Me gusta preguntar a mi hija sobre las cosas que va aprendiendo en el colegio. Esta vez hablábamos de Lengua, lengua francesa, claro, pues vivo en Francia. A decir verdad, esta vez estaba especialmente interesado porque desde septiembre, por primera vez, leen con la profesora textos fundamentales, bien adaptados, de la Antigüedad : el Gilgamesh, Homero, la Biblia, el Talmud, el Corán. Es algo muy estimulante que no hicieron mis profesores de lengua española, en las aulas, cuando era niño, y que me recuerda aquello que aconsejaba Ortega y Gasset en “Biología y pedagogía” cuando hablaba de si el Quijote había que estudiarlo en la escuela o no. Él sostenía que no era partidario de ello, no por una pretensión utilitarista, como detectaba en la posición de Antonio Zozaya, sino porque la obra maestra de Cervantes se encontraba más del lado de la cultura que de la vida, de esa “vida esencial” que hunde sus raíces en el deseo congénito que tiene todo niño, el de cualquier época, de expandir su vida espontánea. La educación elemental tenía que fomentar, a su modo de entender, esa vida primaria, llena de impulsos hiper-poéticos. El niño lo que necesitaba eran mitos, decía, y no hechos. Ortega no precisaba —creo recordar—en qué etapa de la vida escolar había que estudiar el Quijote. Me supongo que en la adolescencia o en la juventud, pero no por ser un hecho, sino por ser cultura plena, coronada. Yo soy del parecer que el Quijote se vuelve cada vez más sabroso y profundo conforme vamos adquiriendo experiencia de la vida, de una vida que más que a una ameba primigenia se asemeja a la de un burro indómito que ha recibido unas cuantas coces de sus semejantes y otros tantos bastonazos de sus “dueños”…

Si Ortega viera hoy en día lo que pasa…Se educa demasiado pronto a los niños para que sean “adultos”, para que sean sexuados, consumistas, bienpensantes y “pantalludos”. Qué despropósito…Incluso nuestras universidades actuales se van convirtiendo en institutos de inserción profesional en los que lo cada vez más secundario, desde luego en volumen docente, es aprender, con esfuerzo y de manera placentera, una disciplina, y lo primero es conocer un sinfín de chuminadas, realizar prácticas sin ton ni son de pocas horas en algún centro educativo o cultural, seguir asignaturas como la informática, o el llamado Proyecto Profesional del Estudiante, y otras marías, algunas de las cuales, como escribir sin faltas ortográficas, deberían presuponerse cuando uno termina el bachillerato.

Imágenes como las de Hércules y Ulises serán “eternamente escolares”, decía, porque eso fortalece la vida creadora, la natura naturans, y no la vida ya hecha, anquilosada, petrificada, la natura naturata. Ortega había leído a Spinoza, aunque no lo decía explícitamente, algo a lo que seguramente Zambrano tendió el oído desde que lo leyó y escuchó en clase. Pues bien, comparto en líneas muy generales esta visión de la educación primaria aunque me separo de ella cuando dice que esa vida salvaje, ese flujo primoroso de “secreciones” imaginarias, en trance de ser cultura, se vincula con el deporte, y no con el trabajo. En aquel entonces, aquello que comenzaba a ser deporte era, en efecto, muy moderno, muy juvenil, muy siglo XX, como decía él. Hoy en día es, sobre todo en el caso del fútbol, un inmenso espectáculo competitivo en el que casi siempre cuenta, precisamente, lo utilitario, la victoria y los beneficios estratosféricos…Yo diría que esa vida primaria tiene que ver con la inutilidad, con el disfrute, con un tiempo realmente libre, liberado tanto del trabajo como del ocio (consumista) por muy lindo y netflixiano que se vista. Es el tiempo que yo llamo de ofrenda, ofrenda que hacemos al mundo por existir y ofrenda que recibimos del mundo en su riqueza inconmensurable. Ofrenda solitaria o compartida, que hay tiempo para ambas cosas.

Pues bien, y retomo el hilo perdido, en ese momento le pregunté a mi hija: ¿y qué habéis leído esta semana en clase? Me dijo complacida: “Noé, lo del arca de Noé”. Esbocé una sonrisa. Me imaginé en pocos segundos la fuerza indómita de ese relato, de los grabados de Doré, del monte Ararat…Qué hermoso. Y le dije, casi sin pensar: “Noé fue el primer ecologista”. “¿Ah sí?, me respondió curiosa. “Sí —le respondí—, fue el primer ecologista porque es aquel que veló por la preservación y salvación de la naturaleza en unas circunstancias especialmente difíciles para el planeta: el diluvio universal”. No le dije que Dios había incitado el diluvio para castigar a todos los hombres y mujeres que cometían faltas. Tal vez porque no lo hubiera comprendido, tal vez porque no comparto esa visión teológica, muy del Antiguo Testamento. Por lo demás, desde el genocidio nazi es aún más si cabe imposible pensar cualquier tipo de castigo divino por un mal cometido. No lo hubo. Solo el hombre puede castigarlos, siempre de una manera imperfecta. Noé, en realidad, veló antes por la naturaleza que por la humanidad. Decidió que su preservación era lo esencial. Decidió que entrasen en el arca una pareja de cada especie.

El relato bíblico de Noé es también especialmente interesante porque, como comprendió bien Simone Weil, en el arca no se salva al pueblo judío. No hay elección divina de un único, singular y supuesto pueblo. No. Se salva la familia de Noé, pero que yo recuerde no se dice en la Biblia que fuese judío. La descendencia de Noé generó la pluralidad de naciones. Noé salvando la naturaleza salva a los suyos y salva a toda la humanidad futura. Era esta misión gigantesca, ecuménica, lo que seducía mucho a esa pensadora de orígenes judíos, de educación laica, y con afanes espirituales, entre cristianos y paganos griegos. No obstante, Weil no reparaba en una faceta tan importante del relato bíblico, o más, que la otra mencionada. La Alianza de Dios no es solo con Noé y su familia, sino con todos los seres vivientes. Lo dice explícitamente. No busquemos en la Biblia un entramado de coherencias. Es todo contradicciones y casi mejor que sea así. El relato de Noé está a años luz del procrear y dominar la naturaleza, también del Génesis. Hoy en día el objetivo al que la humanidad tiene que llegar es el de una alianza global con el planeta, no exactamente un “contrato natural” como lo dijo Serres, remedando el “contrato social” de Rousseau, sino un compromiso colectivo solemne, riguroso y responsable al que las cumbres sobre el cambio climático, las COP, parecen querer acercarse, para siempre desmentirlo…

Si nos proyectamos en el futuro, no habrá nunca un Noé en la historia de la humanidad, por mucho que determinados films de catástrofes o determinados planteamientos eco-apocalípticos nos lo puedan sugerir. No. Nuestro “diluvio universal” es progresivo, impalpable. No llegará un “escatón” o fin del mundo. La catástrofe camina con pasos de ave, como nuestros deseos indómitos de neutralizarla. El planeta se está consumiendo poco a poco, como un pebetero, con llama otrora casi eterna, que se fuese convirtiendo en una vela, con cera limitada.

El panorama global es, así pues, absolutamente desalentador, realmente descorazonador. Los gobiernos no están a la altura del desafío alarmante, e inquietante, que supone para nuestro planeta el cambio climático, la adulteración de nuestros alimentos, la pérdida de la biodiversidad, sin olvidar la ingeniería genética en plantas y animales y otros muchos fenómenos de gravedad menor o igual. Un botón de muestra: llevamos más de veinticinco días seguidos sin lluvia digna de ese nombre en Francia. ¡En febrero!

¿Podemos entonces transformarnos en pequeños Noés? ¿Podríamos millones de Noés invertir la tendencia actual de crecimiento ilimitado? Quisiera pensarlo, pero vistas, por poner un sencillo ejemplo, las pocas ayudas que dan los gobiernos para que seamos autónomos en calefacción y electricidad, gracias a la energía solar, no puedo dejar de ser un poco escéptico. Sí podemos ser pequeños Noés en numerosos pequeños gestos cotidianos. Pero ¿esto es suficiente? No lo es y de ahí la necesidad de que sigamos presionando a nuestros gobiernos.

No, no saldremos todos ganadores, contrariamente a los que nos prometen gobernantes de inmarchitable optimismo. Algunos tienen que ser “perdedores”, aunque se les busquen alternativas a sus empleos, aunque sigan ganando dinero, pero menos. En sentido estricto, no serán ellos mismos perdedores, pero lo serán sus actividades. Tiene que ser así y esto hay que explicarlo con pedagogía ecológica, y por ende política. ¿Es, por ejemplo, razonable seguir consumiendo tomates de invernadero, fuera de temporada, cuando estamos agotando todas las capas freáticas, máxime en Almería, y pretendemos gastar sumas colosales de energía en desalinizar el agua del mar?

De la angustia por el futuro, algunos jóvenes optan por la acción directa no violenta, una acción directa, a veces exasperada, que solo en algunos casos, cuando no perjudica ni el arte ni a la ciudadanía, sino que visibiliza a los responsables de los desmanes, puede recibir una completa aprobación ética y política. ¿Tendremos en un futuro no muy lejano eco-terroristas? No es descartable dada la falta de arrojo de la mayoría de los gobiernos del planeta, su cortoplacismo, sus compromisos con el gran capital y su falta de compromiso con las nuevas generaciones. ¿Qué podríamos hacer los pequeños Noés, si así pudiésemos transformarnos, ante el fuego cruzado entre unos eco-terroristas futuros y unos gobernantes que sacrifican, día tras día, al ávido dios Moloch, las capacidades de regeneración del planeta? El fundador de la ecología profunda, o “ecosofía”, Arne Naess, nos decía que las miserias del mundo, hoy tan visibles, y la cada vez mayor cercanía a una catástrofe, no tenían por qué entristecernos. Deprimirnos o angustiarnos por ello, quedándonos en lo puramente emocional, en una emotividad de focalización exclusiva, es un signo de inmadurez, advertía. Lo que debemos hacer es actuar, crear, sembrar, cada uno en nuestro rinconcito, pensando en que los que están de verdad más cerca de la miseria y del dolor sacan fuerzas de flaqueza para la alegría y el inconformismo.

 

Le Mans, a 20 de febrero de 2023.

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