¿Qué escribiría ahora Haro Tecglen?

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Cada año por estas fechas me acuerdo de Eduardo Haro Tecglen. Murió por ahora. Nunca sé decir exactamente qué día. Le pregunto a la wikipedia y me responde que el 19 de octubre de 2005, es decir, hace justo doce años. Así que estas líneas, que sobre todo recogen fragmentos de cartas escritas hace años, pueden convertirse en un pequeño homenaje en su memoria.

 

A Haro Tecglen lo recuerdo siempre en otoño y en otras muchas ocasiones a lo largo del curso: siempre que sucede algo importante en España, o en el mundo, me pregunto qué escribiría sobre ese asunto en su columna diaria de El País, en las últimas páginas, en la sección de televisión; o qué diría en la tertulia de Gemma Nierga en La Ser. Quizás porque me ayudaba a centrar mis opiniones, a argumentarlas mejor, o porque me servía de brújula para no perder el norte.

 

Ahora, además, cuando intento cultivar una afición, la del teatro como mera espectadora, me arrepiento de no haberle leído en esa faceta, la crítica teatral, que también practicaba. Precisamente, gracias a su labor como crítico y por casualidades felices, terminé intercambiando con él unas líneas meses antes de su muerte.

 

Le recuerdo porque usaba tres signos de puntuación que se están perdiendo: los dos puntos, el punto y coma y creo recordar que también la raya. A veces pienso que aprendí a utilizarlos leyendo sus artículos o, al menos, que si los uso es porque los vi en sus columnas.

 

¿Qué escribiría Haro Tecglen sobre la crisis política actual en España? Ni lo sabemos ni lo sabremos nunca, desgraciadamente. Pero seguro que aportaría luz y una voz con un tono distinto.

 

En todo caso, sí dejó unos “principios” que quiero compartir para que lo recordemos todos:

 

“No quiero más fronteras, más idiomas, más razas, más separaciones (…) Nos han fragmentado como han querido: cada individuo está ahora preocupado de si está en la clase de edad conveniente, si tiene el sexo que hay que tener, si es mejor su mar que mi sierra; me eduqué en el internacionalismo. Proletario, se podría añadir, pero no lo he sido nunca: de familia y de estancia en el mundo soy de clase burguesa”.

 

Haro Tecglen continuaba:

 

“Hay dos formas de ser rojo: una por necesidad, porque se pertenece a una clase social maltratada; otra, por decisión, por pensamiento, porque quieres estar al lado de esas personas que son consideradas como menos. Hasta con el lumpen, claro”.

 

Y decía más:

 

“Siempre he querido que España desaparezca por unirse a unidades mayores, no por disgregarse en las menores”.

 

Me gustan esas reflexiones, que se pueden traer al presente, pero que fueron escritas a principios de 2005, y estas otras, más adelante, el El País, sobre el Estatut y también otras, sobre el periodismo y sobre él mismo:

 

“Durante muchos años he creído que era objetivo, que a pesar de mi forma mental podía ser capaz de neutralizarme para ver las cosas como son y han sido. Era por oficio: he nacido en una casa lejanísima -no en la ciudad, en el tiempo: ochenta años-, cuando había personas como mi padre que creían que este oficio era casi una sacralización del pensamiento y de la realidad: le condenaron a muerte, claro, y yo seguí creyendo que había que esforzarse en mantener esa necesidad de lo real. Claro que mentía: mentíamos todos en la época de Franco, pero no era como ahora: sabíamos nosotros que el periódico mentía, lo sabían los lectores y lo sabían también Franco y sus gentes, y era como un teatro, y se aprendía a leer entre líneas y a disparar los bulos como una defensa. Ahora, no. Mi preocupación ahora es que no sólo los que los leen, sino muchos de los que hacen los periódicos, no se dan cuenta de las mentiras que transportan”.

 

Y, por último, sobre la supervivencia, sobre la vida, la esperanza y la desesperanza:

 

“He sobrevivido porque la cantidad de esperanza, la dosis de futuro, era mayor: objetiva y subjetivamente. Primero estaba la guerra mundial, la URSS, la democracia, yo qué sé: podríamos ganar. Ganamos y fue todo igual. Ahí fue donde alguien, con el seudónimo “Juan Hermanos” y el prólogo de Sartre, escribió ‘La fin de l’espor’: no era más que el primer golpe, pero se seguía esperando. La creación de la ONU… bueno, las bases americanas acabaron con todo. Pero estaba la clandestinidad, las conspiraciones, las cosas. Yo no era comunista: no soy colectivista, no soy de dictadura; pero para mí era lo más serio que había en lo que podemos llamar resistencia. El final: cuando los compañeros que se jugaron la vida o las cárceles empezaron a desertar y a convertirse en burgueses, en socialistas cómodos, en colaboracionistas (…) Creo que de todos aquellos con los que estaba sólo quedó, hasta su muerte, Bardem. Alguno más. La última esperanza: la muerte de Franco: tenía que ocurrir…”.

 

Y sigue:

 

“Entre las esperanzas subjetivas, la primera que tuve fue mi edad: tenía catorce años y estaba seguro de que morirían todos ellos antes que yo. Estaba la acción. No importa que fuera imbécil, inútil (…) Luego, el contacto. Dentro de ese mundo opaco nos reconcíamos unos a otros: hablaba uno con alguien desconocido, y poco a poco ibas diciendo las palabras clave para saber que era de los tuyos. Es curioso que así se formaron muchos Partidos Comunistas: cada grupo creía que lo estaba reconstruyendo en su rincón de España, en su cárcel. En esas esperanzas subjetivas estaba el sobrevivir, en ayudarse unos a otros (…) Ah, no dejar de introducir alguna palabra, alguna idea, algo en lo que escribía en los periódicos, en contextos infames, que pudiera también servir a alguien desconocido. Que nada fuera inútil. Con eso llegamos a hacer, muchos años después, la revista Triunfo que era toda de palabras paralelas, de silencios espectaculares, de alusiones continuas y crecientes”.

 

Haro Tecglen, a sus ochenta años seguía “haciendo lo que hacía a los catorce»: «procuro no escribir una palabra inútil, procuro dar un paso más cada día”.

 

Las condiciones objetivas podían no acompañar, el optimismo de la voluntad no lo apagó nunca. Qué bien recordarlo. Quizás esto que he hecho también me lo pegó él: en sus artículos a veces se advertía una obsesión por las fechas y las conmemoraciones.

 

Recordarlo también me ha dado paz en un momento de tanta desazón, de tanto choque cotidiano por ideas políticas, de tanta discusión agotadora, inservible, plagada de apriorismos y desconocimiento, de tanta desorientación respecto a lo que está sucediendo, y también, por qué no reconocerlo, de tanto miedo a lo que puede terminar desatándose. 

 

 

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