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Mientras tantoResurrecciones (2)

Resurrecciones (2)

 

Hablábamos en la anterior entrada de la Resurrección de Pepe Carvalho y hete aquí que brota de entre las brumas del telón de acero otra: la de (nada menos) el mismísimo George Smiley, el más famoso agente secreto de los Servicios de Inteligencia británicos (muy por encima de James Bond, con el que nunca hemos comulgado —chulo: demasiado chulo, además de displicente y remilgado—, y al que no se le puede considerar agente secreto, porque enseguida se veía que lo era, al contrario que el buen George, mimetizado en inofensivo vecino jubilado y adicto al a lírica medieval alemana).

 

Devoto soy, somos, y seremos, de los espías que surgieron del frío, o de la niebla londinense de Chelsea, donde habita, con el “corazón partío” pero las neuronas en formación de falange, nuestro George Smiley, holmesiano, sí, pero hombre de acción, y sin trucos de dibujos animados, como Bond (empalagoso Bond), de acción si se quiere artesana (revelación doméstica de negativos, búsqueda de microfilms ocultos en el hueco de un árbol, persecución y vigilancia a pie de calle, micrófonos ocultos entre los estantes de libros), pero acción de la buena y santa.

 

Esta Resurrección es cosa seria. No porque la de Carvalho no lo fuera, sino porque quien va a revivir a Smiley es su genuino creador, John Le Carré. Y en la soledad del laboratorio:  ¿quién puede saber dónde las descargas eléctricas le dan más gusto y más dolor a su monstruo que el propio Frankenstein?

 

El espía que resurgió del frío

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