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Mientras tantoY no te vayas más

Y no te vayas más


 

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Salí de Valparaíso como sólo una puede despedirse de una ciudad soñada, vivida, amada, esperada, paseada, disfrutada, bebida, comida, compartida, anhelada, llorada, tocada: apurando la mirada hacia la avenida Argentina hasta que el ojo no puede sino derramar una expresión precisa por la única ciudad que una eligió para vivir:
un llanto inevitable.

 

***

Huesca, península Ibérica, fiestas de San Lorenzo, tren de corta distancia, jueves noche, cuatro almas, 25 bártulos, una pena inmensa, curiosidad omnipresente y un señor revisor.

 

·Bajo. El señor me ayuda a bajar maletas (inaudito, sorprendente).

·Oigo. ¡Tamaaaaaaa! (histórico, recurrente, común).

·Sin mirar. Digo. ¡Que ya te escuché! (habitual, cansino).

·Veo. ¡Conchemimare!  (“Mi mare” está morena nivel Celia Cruz).

 

Arrastro los 25 bultos.
Arrastro las horas de viaje, de los años de ausencia, de la cordillera de los Andes, de la palta y la aceituna, de cruzar el Atlántico, del hemisferio al revés, de la llantina repentina, de la nostalgia que vendrá, de los abrazos no dados, de las miradas que evité, de las palabras que no dije.

 

Aparece la señora Cruz en el andén. Nos disolvemos en un abrazo nivel hace un año que no te veo, a ver, deja que te toque y el guardia nocturno, apropiándose del momento infinito que nos mecía –que concentraba cuatro años de nomadeo máximo y de búsqueda incesante-, y que debió de antojársele eterno, sentenció:

 

«Y no te vayas más»

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