Nos da vergüenza hablar en público, nos da vergüenza que nos oigan hablar por un megáfono. ¿Nos da vergüenza hacer gestos histriónicos y susurros a gritos? Parece que menos si esto es necesario para salir de la situación que nos genera tanta ansiedad, es decir, hablar por el megáfono.
Zaventem… Un día cualquiera
Estoy en la sala de espera en una de las puertas de embarque del aeropuerto de Bruselas. Vuelvo a Madrid. Son las 10h45 de la mañana. El vuelo sale en 20 minutos y aún no hemos embarcado. Por los ventanales que dan a la pista no vemos el avión. Parece que hoy no llego a comer.
Veo como se acerca un hombre a una chica sentada relativamente cerca de mí. El hombre, con un chaleco reflectante de la compañía aérea en cuestión, le comenta algo a quien en un principio le mira con dudas. Mira a su alrededor, sigue dudando. A su lado, otra mujer, que le indica que vaya, que ella le vigila el equipaje. Accede a levantarse y acompaña al hombre.
Les sigo con la mirada mientras se acercan al lugar donde se encuentra la azafata. Ésta junto con el hombre del chaleco, le explica algo. Le está pidiendo que el mensaje que quieren dar, lo dé ella en español. No puedo asegurarlo pues no lo oigo bien del todo. Ella accede, y sigue mirando a su alrededor. Parece que busca a alguien.
Mientras espera su turno para hablar por el megáfono, ve a lo lejos a su pareja que parece haber ido a comprar algo de comer. Con gestos le pide que vaya donde está ella, que se de prisa, que corra. El responde a la petición, no parece saber que pasa.
Él acude a la llamada de su mujer, quien le explica muy brevemente lo que pasa, y pasando ella a un segundo plano, le empuja cariñosamente hacia delante. Le coge las cosas que él lleva en las manos y le coloca delante del megáfono, sin darle opción a negarse, aunque la realidad es que a él no parece importarle lo que tiene que hacer. Da el mensaje, se ríen y ambos vuelven a su asiento.
Es curioso ver cómo funcionamos. Ella accede a la petición del hombre del chaleco de hablar por el megáfono. Accede pero duda ¿Por qué duda? ¿Le preocupa su equipaje? ¿Le da vergüenza? ¿Por qué no se niega? Tiene la excusa perfecta del equipaje y la va a usar, pero otra mujer que presencia la escena desde cerca, muy amablemente se ofrece a cuidar de sus maletas. Ya no tiene excusa. Siempre hay alguien dispuesto a ayudarnos en momentos críticos.
Metida ya en faena pues no se ha negado, se coloca delante del megáfono. Está nerviosa, mira de un lado a otro, busca a lo lejos a alguien. Ya no hay vuelta atrás pero a lo lejos aparece ÉL y ÉL va a ser su salvación. Se le ilumina la cara y sonríe. Hace todos los gestos posibles para que corra, susurra a gritos pidiendo que la saque de esa situación que le genera tanta ansiedad. No te preocupes que yo te cojo las cosas, pero habla tú por el megáfono.
Y, de nuevo, pienso: “Le ha dado vergüenza y le ha pedido a su marido que le saque del lío”. Pero ¿vergüenza a qué? A que le oigan, a que alguien diga que habla mal, que no se le entiende. Qué más da, ¿no? No la conoce nadie. Además, no la ve nadie. Y la realidad es que dan vergüenza este tipo de situaciones, pero entonces ¿por qué no negarse desde el principio? ¿Por qué nos cuesta tanto decir no?
Nos da vergüenza hablar en público, nos da vergüenza que nos oigan hablar por un megáfono. ¿Nos da vergüenza hacer gestos histriónicos y susurros a gritos? Parece que menos si esto es necesario para salir de la situación que nos genera tanta ansiedad, es decir, hablar por el megáfono.
Podría encontrarme en una situación igual mañana mismo, o esta misma tarde, pero desde fuera es maravilloso observar como nos comportamos y como nos sentiríamos si nos lo planteásemos. Me encanta el comportamiento humano.
Seguimos esperando. Aparece de nuevo el hombre con el chaleco reflectante. Esta vez viene hacia mí. “Madame pouvez-vous m’aider?”